Una perspectiva acerca de ‘Lluvia oblicua’

20 de Junio de 2020
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Foto Ignacio Castro Rey.

En primerlugar, mi percepción es que la división en capítulos no se definiría precisamente como temática. Más bien me parece que en cada uno deellos lo que sucede es el desarrollo en torno a una determinada cuestión, que no juega tanto como objeto de reflexión, sino que oficia, en cambio, como detonador de uninterrogante; y en su derredor se propicia una mayéutica a cuyo impulso va destilándose yasimismo cuajando el discurso.

      En mi opinión, no cabría hablar de división temática alguna, sino de lo que endefinitiva se resuelve como despliegue de un mismo tema,como de alguna manera ya se avisa en la contracubierta: "... lo que nosabemos del hombre...".

      Lo que fluye a todo lo largo del libro es una lidiaencarnizada con un abismo que perennemente alienta, incluso en los momentos delmediodía; la íntimarelación con esa zona de sombra que nos subyace. Yasimismo, simultáneamente, en correspondencia, laapertura -y así termina el texto: "... unamuerte al fin vuelta. Hacia lo abierto."- de ciertas formas de lucidez,estrechamente afines al carácter de los oficios artísticos y poéticos, que seafanan en tenderse o tensarse en denodada vinculacióncon el abrazo de aquello indeterminable en la cara oculta de esa exterioridadque, bien es ahí señalado,desde los comienzos, no sólo asalta nuestrasensibilidad desde fuera, en uno u otro instante, sino que igualmente surgedesde lo más íntimo,recóndito y constituyente de nosotrosmismos.

      Me parece un gran logro la contextura que Castro Rey haimprimido a esta obra. Comparando con Ética del desorden: En principio, veo las dos obras amanera de intervenciones complementarias, como si requirieran la una de la otra.

      Tras la lectura de su Ética, señalé laposibilidad de que elaborase un textoque abordara de manera más directa, en un lenguaje más expeditivo, el pensamiento allí desarrollado;renunciando, empero, a la exhaustividad de un trabajo que llevó tras sí el esfuerzo de todauna vida. Esa admirable tarea que abría su vuelo conun proyecto llamado Días, y pasaba por su época eremítica en la montaña.

      Lluvia oblicua excede con creces aquellasexpectativas que me despertó Ética del desorden. Si en esta obra me parece ver el afán sistémico rigurosamenteplanteado, se muestra asimismo el ejercicio de una diccióndesbordante en el campo del pensamientocontemporáneo; con acierto y fortuna el autor fuesacando a la luz un tipo de expresión muy conectadocon lo inmediato, y aún más:con la fuerza y viveza de lo real. Y así sedesempeñó en elloen unos modos muy vinculados con una sensibilidad de cariz muy próximo al poético.

      En Lluvia oblicua se produce, aun en prolongación de estos últimos aspectos,la adopción de un decisivo cambio de tono. Un nuevoestilo domina, de principio a fin, el curso de la escritura. Nos encontramosahora inmersos en un lenguaje inapelablementedirecto. Se nos habla en tesitura incisiva hacia las puras entrañas. Lo que clama ahora es una voz recién surgida desde fondo adentro.

      En estos términos, se manifiesta una irreductible actitud ante la global regulación imperante, donde el humano es conducido a una confinación donde queda "conectado con cualquier lejanía y aislado de toda cercanía" (p. 53). Desde el inicio, el capítulo La fuerza común de las emociones, un habla decididamente intempestiva irrumpe operando unas peculiares vías en las que sentimiento y pensamiento actúan en la labor de una misma encarnación. Tales vías valdría entenderlas al igual que en inglés ways: caminos, maneras, gestos, rasgos (¡maldito idioma!); y tales así, se animan con la corporeidad, se inscriben en ella del mismo modo que a impulsos de ella se generan; a compás de esa encarnadura se inspiran y conspiran. Y ello tal y como atienden a "una buena relación con las corrientes subterráneas que jamás serán traducibles a la luz pública" (p. 55). Esa inteligencia que, como bien se reconviene, tanto ha venido en darse "en cierta sensibilidad discretamente usada... de la mujer", y particularmente la que cultiva alguna forma de "potencia emocional de brujería".

Castro Rey se convierte en uno de esos filósofos que olfatean su presente para lanzar interpretaciones contundentes y vitales

      El "inabarcable [...] desierto inmensamentepoblado" (p. 58) que alienta constantemente en lo másinsondable del humano, se evidencia y entra en juego, desvelado por laverbalización que en ese logos se practica. A partir de este primercapítulo, pues, las cartas se ponen boca arriba,dirigiendo el foco a las laberínticas y a un tiempodesoladas tinieblas interiores. El que avisa no es traidor. Cosa que es dignade agradecerse ante alguien tan noble -más en laacepción compartida con el toro bravo, que en lacorrespondiente a tantos aristócratas que norespondieron a los supuestos antecesores- como la persona que ha generado estelibro.

      A partir de ahí arranca unplanteamiento que sortea las asechanzas del tinglado de los big data y los paradigmas con que se manipula,alcanzando dimensiones que la famosa aversión a laestadística de Jorge L.Borges, tan memorioso eimaginativo él, quizá nollegó a sospechar.

      De partida se expone un reto para el pensamiento, "...elconocimiento se ha difundido en una contemplaciónviviente que es un puro tocar, una beatitud de la fuerza que desea solamente eldeseo mismo que son las cosas, su presencia libre. El león [cfr. Zaratustra nietzschiano] que era elhombre,cuando todavía tiene miedo, deviene en niño, un humano capaz de entender por fin la superioridad terrenal de las mujeres." (p.60). He aquí una muestra de la estrategia para el existir,la sensibilidad, la escucha; una propuesta, no ya de supervivencia, sino deindagación y de audacia, que se proyecta en el textode cabo a rabo.

      El tercer capítulo, Memoria y vanguardia, es troncal (enla acepción arbórea del adjetivo, no en la "didáctica"). Veamos: "...los sitios recónditos, aquellos que apenas tienen nombre y dejan unahuella indeleble en nuestra biografía, recuerdan laprofundidad de todos los sitios, un común sueño informe que vuelve. Aunque pertenece al futuro, de él ya tenemos memoria." Yconcluye el desarrollo de estas reflexiones así:"Todo lo que sabíamos vuelve." (p. 89).

      Queda así abierto un tiempocircular, muy emparentado, aun planteado enotros términos, con el retorno deNietzsche en La gaya scienza, parágrafo 341.

      En otros términos, básicamente porque Castro desarrolla aquí una visión muy personal de la temporalidad. Nietzsche nos invita a una contemplación en amplios horizontes, una panorámica de Alta Engadina. Castro, no: al menos, no necesariamente. Accede al anonimato -aunque por veces prescinda de todo empacho para mencionar nombres de lugares o personas-; se hace amigo de la cotidianidad, de lo más común y corriente, de lo menesteroso también, y también, junto con Alan Watts (se cita su obra OM.La sílaba sagrada), el inerte guijarro; saca de una anécdota cualquiera, del temblor casi imperceptible de una hoja de hierba, el hilo que lo conduce a un acontecer atemporal. Lo que se puede percibir a lo largo del texto, en tales detalles, es el comportamiento de un tiempo elástico, que se detiene o dilata, se anticipa o retorna, a instancias de la conciencia o la voluntad del ser existente. A veces a su propio pesar; por imposición de una eventualidad fortuita, sobrevenida.

      Siempre insistiendo en ese sentido, las evolucionesdiscursivas de Lluvia obicua nosconducen a la vivencia de los hechos y visiones más próximos, a las sensaciones yevocaciones que se van abriendo por las grietasy trasluces de la intimidad. Pero ¡atención!: en los recodos másimprevistos de la memoria, en los aspectos másinsignificantes de un instante del día, eninsospechados rincones de pasajes que tanto el sedentario como el itinerantepueden atravesar, nos podemos topar a bocajarro con una iluminación en ningún caso convocada.Luz que hiere, que alumbra un vértigo por donde nossumimos en la más honda de las oscuridades. Dónde: en la aparición que yacía en aquello que se antojaba másanodino, ¿o en los recovecos de nuestro propio ser?-desde luego que sí.

      Y así, tomando por mi parte laimagen forjada por Nietzsche para dar remate a su Humano,demasiado humano, el texto se va sucediendo como un viaje del autor, de capítuloen capítulo, con sus sombras:ya sea la del propio cuerpo y mente, como aquellas que incita a desentrañar en distintos y distantes, contritos y constantes,instantes, imágenes, halos, ecos, alientos. Pues, enefecto, hay viajes que pueden realizarse en elseno de un lugar perdido en el tiempo; metempsicosis factibles desde la hora inmóvil de un recóndito reducto.

      En el cap. IV, Verdades de ser: "No hay ningún mediodía exitoso que noslibre, en algún momento clave, de las sombras."(p. 125). La lucidez detona en un Einsicht, ó insight, un destello intuitivo que sorprende a quien en propia carne lo experimenta (p. 129), atravesando desde lomás extraño de los acaeceres hacia loinsondable y preterido de nuestra memoria. ¿Es más luminosa la sombra que todo lo que pueda serlo,transido de ténebres espectros respirando comohongos transparentes, el mediodía? Ese es el viajeque cada hora de cualquier día puede reservarnos.

      En esa itinerancia del vivir, la identidad propia se anuda allaberinto de contingencias en curso. "¿Lo quesoy? Algo vinculado por doquier a lugares, sufrimientos, antepasados, amores,acontecimientos, lenguas, recuerdos, a toda clase de cosas que, sin dudaalguna, no soy yo. Todo lo que me ata al mundo, todos los vínculosque me constituyen, todas las fuerzas que mepueblan no tejen una identidad, como me incitan a proclamar, sino una existencia singular, común, viva y de la que emerge, enalgunos puntos, en algunos momentos, ese ser que dice Yo." -citando en lap. 286 un pasaje de La insurrección que viene, delComitéInvisible. Yprecisamente es por esa mencionada existencia singular,si bien siempre navegando entre las sirenas de un oleaje aleatorio, por la que un discurso se va destilando tan auténtico como inexorable.

      Vemos así, en el cap. VII -una sucesión de reflexiones sobre la naturaleza de la diversidad demanifestaciones artísticas- cómola mayor de las artes que ahí resulta ponerse derelieve, no es otra sino la manera en que el autor consigue expresar sumeditación sobre la sensibilidad y las pasioneshumanas; su diálogo, entre fatigas e iluminaciones,que incesantemente mantiene ante los retos y estímulosque pueblan las distintas conciencias, losposibles o imposibles mundos.

      Desde el fin hasta el cabo en este capítulo,como en cada otro, es la voz de una voluntad de veracidad la que persiste eneste discurrir. El lenguaje impuesto a expensas de una implacable sinceridadcimbrea con denuedo una y otra vez.

      Y en todo ese vigor que recorre el texto, el designio de unaconciliación entre vida y muerte. "...recordabaValente, irse es la única forma depermanecer. 'Si yo no me voy no recibiréis el Espíritu', dice Hegel citando los Evangelios(Jn 16,7). Lo sobrenatural no es excepcional, prosigue Castro, sino más bien la pulpa de una tierra másprofunda que todas las leyes que le hemos impuesto." (cap. IX, p. 295). Deesta manera, siendo fieles a la vinculación con esa pulpa de lo másprofundo que la tierra alberga, no sólo se expande la percepción, sino que viviendo en una lucidez ampliada, se adiestrael ánimo en la asunciónde una mortalidad desde siempre presente, de continuo refrendada. No es sinocon esta aceptación como una existencia puede serplenamente vivida.

      Ignorar la atención, el respeto -die Sorge, diría Heidegger- a cualquier ser, más animado o más supuestamente inerte, macro o microde nuestro mundo -que es todos los mundos, sean máso menos discernibles- supone la renuncia a vivir; esa renuncia que obscenamenteexige de nosotros el sistema hipertecnificado quese cierne para controlar nuestro tiempo. "La conciencia pertenece a lainmanencia mental de cada cosa, sea piedra, animal o planta. Es como si hubiera una república de los entes, a la vez parlantey silenciosa, anterior a la división tradicional delos tres reinos. De ahí el aura de los objetos, la sacralidad de cualquier insignificanciaprofana que de pronto brilla con toda la fuerza de su distanciainterna. Se trata de la presencia aquí de una lejaníaque esta sociedad industrial está empeñada en triturar, según Walter Benjamin. Esta ofensivamilitar con ropaje civil nos hará más poderosos, pero también más desarraigados e infelices, de paso que nos separa deuna tierra cuya masa de desheredados condenamos como atrasada, una incómoda horda de siervos de la tierra." (p. 296). Y talrenuncia a vivir es -tengámoslo en cuenta- sigilosa,complacientemente ofertada: "Eso es la información, unmecanismo de discriminación que, como cualquier otro dogma triunfante, debe ocultar laprimera línea de la violencia y sus jerarquías." (p. 301).

      Ninguna mención desde laperspectiva de lectura aquí expuesta, en torno a lasactitudes que el autor de Lluvia oblicua adoptaal respecto de ciertos vectores determinantes en el panorama y devenir de lostiempos actuales. Se podría dar por sentado que losaspectos del escrito relativos a ello, desempeñan unpapel netamente secundario ante el funcionamiento primordial del texto: eldesarrollo de un lenguaje que enlaza las facultades másvitales del ser y la sensibilidad con la sombra, el abismo y la muerte. Todo locual se resuelve en una poética tan veraz comoredentora; tanto en viva carne se consigue y esgrime, cuanto en irreductiblecerteza se mantiene frente a la fagocitosis mediáticay los drones globales.

      En cuanto a las consideraciones que se elaboran acerca del Hijode Dios, y asimismo el Espíritu que complementa latríada, contemplada a la sazón en términosradicalmente tridentinos, diría lo siguiente:

      Todo ese equipamiento neotestamentario, articuladoprincipalmente en el capítulo X, es manejado en el albedrío de un pensamiento que, no sólose desenvuelve de un modo perfectamente singular y autónomo,entablándose en unecumenismo desbordante de cualquier tipo de creencia o descreimiento, sino quese sostiene en suficiente coherencia con el desarrollo del conjunto textual ensu integridad. Es más: luminosos hallazgos seproducen, por aquí o acullá, a partir de escogidos pasajes de la imaginería yla pulsión cristianas. Por caso: la contemplación diamantina de un Jesúsandando sobre las aguas, fulminante tropo en apenas un par de líneas (p.327).
     

      Por encima de todo, nos encontramos enLluvia oblicua con un tono vitalciertamente incomparable en el ámbito textual denuestra época. Se consigue, en virtud de suelocuencia, por arte de una ardua y personalísimalabor, una forma de expresión inédita; una peculiar intervención en permutante envite sobre los terrenos delpensamiento. Con mayor o menor ductilidad -a veces de una vibrante delicadeza-,o bien con una intemperancia, a veces rotunda y siempre regida por una decisión indeclinable, emerge una palabra dotada de la vigenciaque certeramente se tensa y sostiene en una cuerda que comunica desde lascuestiones más arcaicas, y en la misma medida así de urgentes, hasta las innovaciones de nuestra época que más capaces serevelan para abrir, en diversos sesgos, el fondo latente y pertinaz de todoalcance del tiempo.

      En definitiva, el temple que se mantiene en semejante modo deescritura, alcanza una cierta tesitura anímica quele confiere aptitudes susceptibles de incurrir bajo la piel misma del lector. Yello, a veces, de manera convulsiva; en cualquier caso, abriendo siempre nuevos-tanto como viejos- escorzos de batiente vitalidad siempre en acecho.

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