Es una de las sorpresas de la temporada literaria. La primera novela de alguien formado en el Derecho y con un máster de escritura creativa en su currículo nos lleva a ese lugar de nuestra infancia donde todo germina, aquel paraíso que por momentos fue infierno y viceversa. Vallesordo en un pueblo ficticio que no está muy lejos de cualquier pueblo de su Zamora natal, donde actualmente reside también Jonathan Arribas. El ansia por sentirse integrado, comprendido y aceptado en un siempre inhóspito mundo rural sobrevuela la entrañable historia de Nico, el niño protagonista.
¿La historia de Nico, el protagonista de Vallesordo, guarda algún hilo conector que entronca en lo personal con Jonathan Arribas, de ahí ese runrún constante hasta escribir esta primera novela?
Sí. Lo veo de manera más evidente ahora que el libro ya está escrito y puedo verlo más o menos desde fuera. Salí del armario poco antes de empezar a escribir este libro, y salir del armario es un proceso que implica muchas veces mirar atrás y preguntarse todo el rato ¿por qué? En mi caso, ese mirar atrás me llevó a la infancia, al niño que fui, y también a los pueblos (Palacios del Pan y Montamarta) donde viví hasta los dieciocho años, a la gente que me rodeaba, a cómo se te animaba a seguir un camino u otro, a las formas de darse cariño y de hacerse daño dentro de las familias. Escribir Vallesordo ha sido intentar entender todo eso a través de la ficción.
¿Le ha servido para exorcizar fantasmas que lo han atosigado?
La escritura de Vallesordo, más que un ejercicio de exorcismo, ha sido un ejercicio de reconciliación. No lo escribí para mitigar un dolor o para liberarme de algo oscuro, sino para traer de vuelta algo que siento que perdí en algún momento de mi vida.
¿De dónde exactamente surgió el germen para escribir Vallesordo?
Estaba cursando escritura creativa en la Complutense y debía escribir una novela como trabajo de final de máster. Me puse a ello, pero no avanzaba. Una noche de insomnio leí una reseña de Rodrigo Fresán que hablaba de un libro de Edmund White, Historia de un chico. Al día siguiente busqué el libro, lo empecé a leer y sentí que las palabras saltaban de las páginas, que estaban muy vivas y que me tendían una mano para contar yo otra historia. En las hojas en blanco del final del libro fui anotando recuerdos que me fueron viniendo y que fueron el germen de Vallesordo.
“Salí del armario poco antes de empezar a escribir este libro, y salir del armario es un proceso que implica muchas veces mirar atrás y preguntarse todo el rato ¿por qué?”
Iba para abogado del Estado y decidió dar un vuelco completo a su trayectoria profesional y entrar de lleno en el complicado mundo de la literatura. ¿Es realmente consciente de la osadía?
Entiendo que desde fuera se vea así, pero yo lo viví de otra manera. Para mí, tomar esa decisión fue salir corriendo de un lugar donde todo se había vuelto insoportable. Está genial salir corriendo cuando toca, pero yo no lo viví como algo osado, porque sentí que no me quedaba otra. Tocaba correr sí o sí. Siento que llegué a la escritura huyendo de otro sitio.
Encontrar una voz narrativa creíble y peculiar a través del joven protagonista ha sido uno de los grandes aciertos de su obra. ¿Cuándo vio la señal que le indicó que iba por el camino acertado en su escritura?
Cuando llevaba un año y medio de escritura. Me di cuenta de que no quería contar la historia desde el punto de vista del adulto que rememora su infancia, porque no sentía que ese narrador estuviera vivo. Esa voz no tiraba de mí. En verano de 2023, en una escena clave de la novela, sentí como si el Nico de diez años (personaje) se rebelara contra el Nico adulto (narrador) y decidí empezar a leer libros contados desde los ojos de un niño. Y vi que era por ahí.
La infancia y lo rural como lugares físicos y mentales tan idílicos como peligrosos a partes iguales. ¿De qué forma ambas realidades pueden unirse para ensamblar una novela con la suficiente entidad?
No lo sé. No son realidades que yo haya elegido o que haya decidido ensamblar para lograr algo. La infancia y lo rural son temas hacia los que se inclina mi escritura desde el principio.
¿Tuvo siempre cerrada la historia que quería contar con Vallesordo o fueron apareciendo nuevos senderos inexplorados conforme la escribía?
La historia cambió mucho desde la idea inicial. Algunos temas que quería tratar (por ejemplo: el miedo a la muerte en la infancia) quedaron fuera; La Yesi, que al principio no salía tanto, acabó siendo un personaje muy importante; apareció la idea del interlocutor, de la persona a la que Nico cuenta cómo fue su verano de quinto. Me ha gustado eso, sentir que no tenía el control y que la propia escritura iba descubriendo cosas.
¿Ha encontrado con esta novela el estilo literario que le gustaría potenciar a partir de ahora en su carrera recién inaugurada como novelista o queda abierto a nuevas exploraciones estilísticas?
No sé. No creo que vuelva a escribir una novela contada desde el punto de vista de un niño, pero me gustaría conservar de alguna manera la sencillez de esa voz narrativa.
