Luces de Bohemia, la obra prototípica del esperpento de don Ramón María del Valle-Inclán, ve de nuevo la luz, y lo hace por primera vez en el escenario del Teatro Español de Madrid. Este año de 2024 se cumple el centenario de su publicación en formato de libro, puesto que antes ya había sido publicada por entregas. Es una obra de teatro para leer, también para representar, por supuesto, pero para saborearla del todo no se pueden obviar las numerosas y sustanciosas acotaciones sumamente literarias que adquieren un valor narrativo y descriptivo que proyecta su luz crítica sobre los diálogos.
Eduardo Vasco, siempre tan respetuoso con los textos y tan sutil con las innovaciones, ha propuesto un espectáculo digno de la celebración de un centenario. Esta versión está entre las mejores que se recuerdan, desde que la pieza se representase por primera vez en 1970. Es una producción con medios y a lo grande, como solo es posible cuando se cuenta con medios públicos. Y como siempre suelo decir: financiar la cultura no es un gasto, es una inversión en civismo, sensibilidad y mejora social.
Luces de Bohemia es la obra más perfecta de este género del esperpento, que en el fondo es una visión del mundo. Se trataría, metafóricamente, de ver el mundo de la manera en que se reflejaban las imágenes de los espejos cóncavos del madrileño callejón del Gato (más concretamente de Álvarez Gato, por cierto, muy cerquita del Teatro Español). Dice Valle que “el sentimiento trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada” y esto le permite con los esperpentos, que siempre andan como bordeando el teatro de guiñol o el romance de ciego, pero con una distancia estética, elaborar los textos con un lenguaje inusitado, brillante, brutal en el que se funden prodigiosamente lo trágico y lo cómico. También habría que decir, con palabras de Valle, que “el estilo grotesco es el estilo antiburgués”. Este Valle-Inclán antiburgués, anticastizo y feroz crítico con la Historia de España, incluida la de su tiempo, es el que encontramos en Luces de bohemia, tanto en el texto original como en el representado por obra y gracia del Teatro Español y el buen hacer en la gestión del ente y en la dirección de la obra de Eduardo Vasco. Ese antiburguesismo con elementos de crítica a la sociedad española se aprecia especialmente en las escenas nuevas añadidas en la versión definitiva de 1924 (de rebeldía callejera y represión: fusilamiento del obrero anarquista catalán con el que comparte una noche de celda Max Estella; muerte del niño de pecho por culpa de la policía, etc.). En síntesis, esta gran obra nos habla de la imposibilidad de vivir en una España injusta, en la que no encuentra lugar ni la honestidad, ni el arte, ni el genio, ni el trabajo. Valle pone de manifiesto la decadencia de España que vista desde fuera es un esperpento. Y esto vale para entonces y para ahora.
Sin entrar más en el meollo que encierra esta cumbre de la literatura española y quedándonos en lo que hemos visto, la propuesta del Teatro Español con versión y dirección de Eduardo Vasco, hay que agradecer la fidelidad al texto original, si bien en la dramaturgia el director se permite guiños, como la ausencia de loro en la cueva de Zaratustra o el acompañar la representación con música y canciones populares breves, aunque no aparezcan en el texto original, como esa canción coral inicial de un himno anarquista; una característica significativa de su propio estilo en los montajes. La música en vivo no desmerece el esperpento, ni lo suaviza, sino más bien subraya con frecuencia determinadas frases y gestos de los personajes. Es interesante la adopción de diferentes planos escénicos para la representación. Podemos distinguir tres: uno al pie del escenario en el propio patio de butacas (escena de Max Estrella y el paria catalán en el calabozo y en parte también la de los sepultureros); otro es el primer plano del escenario y la parte central (donde se desarrollan la mayoría de las escenas y gran parte de los diálogos); y un tercero en el fondo (donde se recogen las escenas de tumulto y desórdenes populares (como cuando la madre llora desesperada al hijo asesinado).
Luego hay detalles que en una obra de esta envergadura el director los concibe de una forma y los lectores/espectadores lo mismo los pensamos de otra; por ejemplo, el Max Estrella cargado de ira o de rabia cuando formula la teoría del esperpento me parece una desmesura; la aparición del marqués de Bradomín al final me resulta un poco decepcionante en su caracterización; o el ministro casi colega de Max ofreciéndole el dinero me parece muy candoroso y no se percibe bien la humillación de un Max al que no se le repara el honor.
La escenografía es minimalista reducida a pocos elementos que, más que describir, evoca los distintos ambientes, interiores y exteriores, en ubicaciones distintas: la cueva de Zaratustra, la taberna de Pica Lagartos, el banco de la calle (se echa de menos la farola), la redacción del periódico, el despacho del ministro o la casa de Max); complementan el contexto algunas proyecciones que orientan lo narrativo y ambientan las escenas. Quizá en lo escenográfico se aprecia una falta de transmisión, que en el texto sí se percibe, de ese frío glacial del Madrid en el mes de enero y que es a su vez un elemento existencial y consustancial a la obra.
Así mismo hay que considerar casi un “personaje” más la espléndida iluminación ideada por Miguel Ángel Camacho, optando por la penumbra en las escenas de violencia callejera y por la clara luz cenital para concretar espacios en los que se ilumina lo que allí sucede, generalmente diálogos de los protagonistas Max y don Latino. Lo mismo podemos afirmar del vestuario diseñado por Lorenzo Caprile, un elemento muy significativo para definir la época y los diferentes tipos que desfilan por el escenario.
Toda creación teatral en el fondo, si se quiere, se puede reducir a texto e interpretación. El texto de esta ya sabemos que es canela en rama. La interpretación en general es soberbia. En una obra como esta, con personajes tan perfectamente dibujados y con tanta diferencia de carga escénica, necesariamente hay que destacar el Max Estrella de Ginés García Millán que va ganando empaque y sentido tragicómico a medida que avanza la función, que humaniza y transmite sentimientos; el don Latino de Antonio Molero que “guiña el ojo, tuerce la jeta, y desmaya los brazos como un pelele”; conviene saber que tanto Max Estrella como don Latino representan las dos vertientes de la personalidad del gran olvidado Alejandro Sawa. Cada uno de los veintitantos actores y actrices merece una página de alabanza. Ahí están, por ejemplo, el Zaratustra de Ángel Solo, que promueve con su caracterización de fantoche una aguda y dolorosa disonancia muy emotiva y muy moderna; el Rubén Darío, que encarna Ernesto Arias con su máscara de ídolo, que era un personaje redicho y afectado, algo quizá sobreactuado en esta propuesta; Toni Misó con un Pica Lagartos muy fresco; José Luis Alcobendas, que borda los dos papeles de preso y el Pollo, quizá es objetable en lo que respecta a los años que dice tener en el texto el personaje; la Lunares de Lara Grube, con un desparpajo notorio; la Pisabien de María Isasi con su casticismo de arrabal; Mario Llorente en una actuación excelente como el Ministro, aunque, de tan tierno, nos parece el menos esperpéntico de los personajes… y así todos los demás actores y actrices en un nivel sobresaliente. Quizá por poner un pero, considero que Madame Collet y Claudinita no reflejan bien la diferencia de edad entre madre e hija, lo que no implica que su actuación no haya sido correcta, sino más bien un asunto de elección de las actrices o de caracterización.
En conclusión, en Valle nos encontramos con una estética generada por una ética, donde se producen rupturas encadenadas del sistema lógico y psicológico que sorprenden y apresan al lector/espectador en un mundo angustioso y obsesivo: el mundo de lo grotesco (el esperpento); la propuesta de Vasco no decae y hace verosímil, cien años después, esa literatura paródica, que no realista, que Luces de bohemia encarna. Excelente espectáculo teatral que no vemos como una reliquia del pasado, sino como una actualización para nuestro presente, donde también podemos reflexionar alrededor de la elegía bohemia heroica de Max concatenada con la anarquía heroica de Mateo, el proletario, junto a la indignación satírica centrada en el poder, ya sea el de las armas (policías) o el político (el ministro y su secretario) o el periodístico. El teatro es eterno y obras como Luces de Bohemia y esta puesta en escena producida por el Teatro Español así lo corroboran.
Título: Luces de bohemia. Autor: Ramón María del Valle-Inclán. Versión y dirección: Eduardo Vasco. Intérpretes: Ginés García Millán, Antonio Molero, Alejandro Sigüenza, Andrea M. Santos, Ángel Solo, César Camino, David Luque, Ernesto Arias, Irene Arcos, Iván López Ortega, Jesús Barranco, José Luis Alcobendas, José Luis Martínez, José Ramón Arredondo, Juan Carlos Talavera, Juan de Vera, Lara Grube, Luis Espacio, María Isasi, Mariano Llorente, Mario Portillo, Pablo Gómez Pando, Puchi Lagarde, Silvia de Pé y Toni Misó. Escenografía y atrezzo: Carolina González. Iluminación: Miguel Ángel Camacho. Vestuario: Lorenzo Caprile. Música y ambiente sonoro: Eduardo Vasco. Producción: Teatro Español. Escenario: Teatro Español de Madrid.