Título:Malditos tacones. Autor: Ignacio Amestoy. Dramaturgia y dirección: Magüi Mira. Intérpretes: Luisa Martín y Olivia Molina. Escenografía: Curt Allen y Leticia Galán. Figurines: Gabriela Salaverri. Iluminación: José Manuel Guerra. Productor: Jesús Cimarro. Escenario: Teatro Bellas Artes de Madrid.
Ignacio Amestoy es uno de los dramaturgos más fértiles, sólidos y sutiles de los últimos cincuenta años del teatro español. Su formación clásica en el más amplio sentido de la palabra, no solo en el aspecto teatral, sino cultural y su profundo conocimiento del teatro contemporáneo, yo diría que con especial incidencia en el de Buero Vallejo, le llevan a crear obras como la última que nos ha ofrecido: Malditos tacones, estrenada con gran éxito en el Teatro Palacio Valdés de Avilés y ahora, desde principios de septiembre hasta octubre, representada en el Teatro Bellas Artes de Madrid.
Malditos tacones es un trabajo que ofrece una escritura dramática perfectamente equilibrada, un ejemplo del arte de las tres unidades clásicas del teatro (unidad de tiempo, unidad de lugar y unidad de acción) y una estructura narrativa en la que se exponen claramente la presentación, el nudo y el desenlace. La arquitectura es perfecta. Nada hay que sobresalga, que desentone en el texto o que nos haga divagar. Todo está en su sitio, como el “beato sillón” del que nos habla Guillén en su célebre décima.
Si el rigor se demuestra en la estructura, no es menor el que utiliza para generar los diálogos. Los personajes se van a ir definiendo no solo por lo que dicen, sino por cómo lo dicen. Simplemente de escucharlos hablar ya nos vamos haciendo una idea de cómo son, de qué representan, de en qué sociedad se han educado y viven. Los guiños a los mitos clásicos incluso son parte de esa cultura erudita propia del autor que aporta detalles significativos, sin caer en la pedantería o la palabrería. En el lenguaje también hay equilibrio. En la construcción de la frase predomina el dinamismo de oraciones cortas que permiten un enfrentamiento sólido entre los dos personajes, que nos van a ir desvelando el contenido de la obra con cuentagotas, cuya esencia solo podrá percibirse en la escena final, la clave de bóveda que da sentido a todo el edificio.
Destripar la obra, contando sus pormenores, sería un sacrilegio y una falta de respeto a los espectadores que pudieran ir a verla en el futuro, tras leer estos párrafos. En el teatro hay mucho de sorpresa y quizá ahí reside parte de lo fascinante que es para el público. En este texto de Ignacio Amestoy por supuesto que hay sorpresas que se van descubriendo cuando toca. Es un teatro de la palabra con contenido dramático que te va abriendo los ojos del entendimiento hasta llegar a encontrar el sentido completo y concreto de la historia, o de las historias, pues son dos personajes femeninos quienes protagonizan la pieza.
Con todo lo dicho, lo más importante es ese contenido que “no se puede contar”, del que daré unas pinceladas no más. Dos mujeres de una edad que representa a dos generaciones, ambas con poder y éxito y bien asentadas en lo más alto de la sociedad se enfrentan (dialogan) sobre sus vidas y nos irán descubriendo su pasado. Son dos puntos de vistas muy diferentes. En este encuentro y en este relato a dos bandas, vamos a encontrar el reflejo de muchos asuntos presentes en la sociedad de hoy: violencia, familia, desestructura, intereses, egoísmos, resignación no bien entendida, desafectos, fortalezas, emociones, desencuentros, corrupción, el me too, dos vidas opuestas y dos formas de ver el mundo… y algo que trasciende a las dos personas y las convierte en símbolos supervivientes de una sociedad privilegiada y decadente que no renuncia a encontrar la dignidad perdida, pero que afirma que lo que más le interesa es la cuenta de resultados con beneficios. Quizá la gran paradoja sea que la búsqueda de la verdad que ambas pretenden sacar a flote de su conversación sea a la postre una gran mentira. Sí, es posible que la conclusión, como espectador de estos Tacones malditos, la radiografía final que nos hace Amestoy de esta sociedad es esa: la mentira es la verdad. Eso también es fatalidad y tragedia griega; y por ello antes escribía sobre la profunda cultura y conocimiento clásicos de I. Amestoy.
A todo ello, al texto del dramaturgo, hay que sumar tres fundamentos performativos: la directora y autora de la dramaturgia, Magüi Mira, ylas intérpretes, Luisa Martín y Olivia Molina. Esos cuatro pilares levantan un excelente espectáculo del que podemos predicar aquello de “teatro, puro teatro”. Magüi Mira ha insuflado vida, movimiento, ritmo, cadencias y semicadencias, perfiles de los personajes, tonos de dicción y de silencios, registros, situaciones… que ponen ligereza, estética y alma a las dos historias que van surgiendo del diálogo como un tronco con dos ramas que se va poblando de hojas. Magnífica la labor de dirección, sobria y que huye del frecuente diletantismo actual.
Y el teatro, al fin, es representación, puesta en escena, pisar tablas con o sin tacones malditos, y ahí surgen dos grandes damas de la interpretación, sin fisuras, sin sobreactuación, con empaque y con una encarnación de sus perfiles que las define como auténticas, cada una en su papel. Son verosímiles hasta para ir creando y desvelando sorpresas, son humanas cada una con su humanidad diferente, son seres vitales y construyen unos personajes con una filigrana emocional que no oculta ni crudas realidades ni argumentos. De Luisa Martín y Olivia Molina (la gran Victoria Burton, matriarca de la saga de los Burton, y María García, brillante abogada hecha a sí misma) podemos decir aquello de los Reyes Católicos que “tanto monta, monta tanto”. Emoción, reflexión y belleza es lo que nos llega del texto del autor, a través del tamiz de la dirección y la dramaturgia de la soberbia interpretación de dos actrices excepcionales.
La escenografía de Curt Allen y Leticia Galán es sencilla y funcional, una plataforma que gira, que da juego para ubicar el protagonismo de los personajes y construir espacios imaginativos bien diferentes, ayudan al espectáculo. Así mismo es reseñable la labor de iluminación y el excelente trabajo de diseño de los figurines para crear un adecuado contraste en la forma que caracteriza y define a cada personaje y una bella armonía en el color.
En suma, Malditos tacones es un muy recomendable espectáculo teatral de plena actualidad, idóneo para personas que gusten del teatro de la palabra y con pocas estridencias y que trate asuntos que, si no familiares, no nos son ajenos en la sociedad que nos ha tocado vivir.