Marite Martín-Vivaldi es una fiesta de luz. Uno podría prendarse de los colores que exhalan sus cuadros pero, si se fija bien, expelen luz como una estrella pulsante que sacara de su espacio a las tonalidades para hacerlas brillar con matices distintos, más vivos de lo que solemos percibir sin su aportación.
Su trayectoria profesional ya es larga y ribeteada con premios, reconocimientos y una multitud de exposiciones dentro y fuera de la Península Ibérica, además de trabajar como cartelista (Festival Internacional de Música y Danza de Granada) e ilustradora para poetas más que consagrados o para portadas de discos, estampadora en sedas, presente en importantes colecciones permanentes en grandes museos… No es difícil encontrar estos datos en la Red.
A mí lo que me gusta de esta pintora es que su mirada con filtro alotrópico transforma lo que ve en un prodigio luminoso; y he de confesar que me impresionó tanto conocer su obra, hace muchos años ya, que la tengo presente cuando contemplo, leo o escribo… la primavera pasada me detuve en el monte frente a una retama de sol potente como una explosión, y no pude contenerme porque me parecía estar delante de un cuadro suyo.
Coge Marite una flor y la analiza dejándola expuesta en sus componentes básicos. Para mí la abstracción tuvo su momento histórico necesario, oportuno y auténtico, un poco como la atonalidad o el dodecafonismo. Pero no entiendo una pintura (o una música) que se avergüenza de lo real, cuando una parte muy importante del hiperrealismo es abstracción más pura que las telas grafiadas sin contenido ni justificación que se nos venden como contemporáneas; nótese, el Arte de nuestro tiempo necesita esa rotura de la gravedad newtoniana, pero ¿por qué descartar hoy las técnicas o los resultados del pasado? Hacerlo es ignorancia que suele ocultarse en la ingeniosidad, mi sospecha es que hoy pagamos las taras (o virtudes) de la personalidad de los grandes vendedores, no Arte.
Carmen Laffón abstrae pero es una muestra de honradez intelectual soberbia, es una artista de verdad, ejemplo de lo que quiero decir; en la Andalucía occidental es el matiz, los grises, los blancos, la sombra o el perfil… Y Martín-Vivaldi es Arte igual, como un contrapunto oriental, su obra es un proceso de expresión cromática que se ha ido formando a lo largo de una vida para construir un lenguaje con mil influencias diferentes, presencia de Sorolla innegable sin parecerse; naranjas, rosas, añiles, rojos, esmeraldas, violetas, turquesas, púrpuras, amarillos… sus flores constituyen paisajes, sus paisajes son ciudades celestes, sus ciudades son luminarias de pétalos, sus pétalos: flores.
Me encantan su reflejos acuáticos en las series “De frondas y aguas (2015-2017)” o “Venecia (2009-2011)”, porque ofrecen dos realidades: la retratada y la onírica fluctuante por debajo, como una especie de deformación del narcisismo en la que el reflejo no nos muestra lo que es (somos) sino lo que parece (parecemos) a la mirada otra. Hay mucho de juego psicológico en esos cuadros, quizá el ardor del colorido nos implica en sus interiores como un sol nos traspasa los párpados cerrados, en la gracia de una siesta a la que nos entregáramos en letargo dulce bajo un árbol.
Antes he citado al valenciano universal pero la presencia de Miguel Ángel (Buonarroti) en sus arquitecturas o, sobre todo, en la carnosa cuadratura de los cuerpos humanos es patente; igual que el de Caprese reinterpretó el canon griego, la de Granada relee las proporciones y nos ofrece dioses perfectos que parecen geometría, semblantes que con su gravedad nos piden el cálculo y la medida, la trayectoria de una vida que se lanza como saeta y que busca destino, quién sabe si en nuestra mirada interrogante.
Les recomiendo por puro placer sensual visitar la web donde encontrarán una exposición virtual, organizada por series o por soportes materiales que, sin alcanzar el mérito de la presencia, satisface. Su blog también repleta la sed de bellezas que, a veces, nos ataca.
La pintura de Marite Martín-Vivaldi García-Trevijano, por su singularidad, por su lógica interna, por su hermosura evidente sin alardes, por su técnica fabulosa aparentemente sencilla, merece toda la atención y debe ser una referencia, clásica ya.