Si no se le ocurre ningún adjetivo a bote pronto, le ayudo gustoso: vibrante, espectacular, desmesurado, apabullante, tremebundo, inclasificable, inolvidable, único, milagroso, sanador, catártico, telúrico, emocionante, sentimental, monumental, nostálgico, brutal, desgarrador... Si ha sido usted, como el que escribe, uno de los 60.000 afortunados que se levante este lunes Primero de Mayo con una sonrisa en el rostro y posiblemente esté incubando una pulmonía de caballo, después de aguardar una interminable cola a canas o calvas descubiertas durante dos horas y media previas al inicio del concierto, sabrá, sin que este cronista tenga que recordárselo, que habrá merecido la pena. Siempre podrá decir: "Yo estuve allí aquel 30 de abril".
El segundo concierto de Bruce Springsteen y su legendaria E Street Band en el Estadi Olimpic Lluís Companys de Barcelona y último en España, ya sin los Obama y los Spielberg pero sí con la entusiasta presencia de Tom Hanks y su esposa, la también actriz Rita Wilson, celebrando su 35 aniversario de boda, pasará de nuevo a los anales de las citas mágicas del rock and roll. Algo tendrá Barcelona cuando así la bendice la torrencial lluvia previa y una entrega colosal del último rockero mítico en activo, de 73 primaveras, con permiso de Dylan y los Rolling.
Con un sonido perfecto hasta el asombro y una voz en plena forma como no la ha tenido en años precedentes, Bruce y sus chicos sexagenarios y septuagenarios la mayoría de ellos salieron a darlo todo, eran conscientes de que ahí enfrente estábamos 60.000 almas empapadas de lluvia hasta los huesos. No sabemos si Bruce nos enterrará a todos, como ha aventurado en sentido metafórico algún colega en una crónica previa, pero sin duda a más de uno la heroicidad de esperar a pecho descubierto, durante más de dos horas una interminable cola en medio de una espectacular tormenta para acceder al estadio, le pasará factura. No debemos olvidar que allí nos reuníamos una comunidad de abuelos, padres e hijos de todas las edades, pero la media partía de la cincuentena para arriba.
Bruce y sus chicos sexagenarios y septuagenarios la mayoría de ellos salieron a darlo todo, eran conscientes de que ahí enfrente estábamos 60.000 almas empapadas de lluvia hasta los huesos
Porque el tiempo no pasa en balde, y se nota, de qué manera, sobre todo para los miles de fans entregados desde el primer acorde, que se habrán levantado con algo más que agujetas. La garra de la música de Bruce es una apisonadora desde el primer segundo hasta el instante final de las tres horas exactas que se prolongó este inolvidable concierto, el más largo hasta ahora de la gira mundial que inició en EEUU el pasado 1 de febrero y que le llevará por toda Europa. Los espectadores enfilamos las bocas de salida exhaustos, felices, rotos, con ojos llorosos, sonrisas de nostalgia y muchísimos gestos de complicidad. Y unas preguntas en el aire siempre: ¿Será el último? ¿Lo volveré a ver?
Los himnos míticos del rockero pueblerino universal se fueron desplegando uno tras otro sin desmayo, con una medida intencionalidad del de Freehold, como queriendo transmitirnos al mismo tiempo un mensaje de esperanza y rendición a la evidencia del paso del tiempo, algo a lo que este artista no está dispuesto a plegarse en absoluto. ¿De dónde sale esa brutal energía con 73 primaveras? Será verdad que le funciona el efecto 'feedback' y es la entrega del público su auténtica gasolina que lo mantiene como un huracán sobre los escenarios.
Ya nos lo dejó dicho desde la primera canción elegida para abrir el concierto de la treintena que ofreció, utilizada por primera vez en esta gira: My love will not let you down.
Si no estuvieron allí, sirvan estás palabras para que os hagáis una idea aproximada del momento. Si estuvieron, escriban en sus sueños su propia crónica. Acertarán.