Diana [Jean] Krall (British Columbia-Canadá, 1964) es una celebridad mundial en el cosmos del jazz. Desde muy joven su talento al piano la catapultó al escenario y la gloria. Posteriormente, su voz susurra las teclas que domina con sumo oficio. Arrasa, con éxito, en los escenarios y festivales. Los logros de la música son especialmente significativos por serlo en un mundo de hombres, donde dominan habilidades de afro y latinoamericanos, ortodoxias del pentagrama y conservatorios más la excelencia de nuevas generaciones que reinventaron el jazz fusionándolo.
Casada desde 2003 con Elvis Costello, otra estrella, Krall ha vendido 6 millones de discos en su país y EEUU, más 15 millones en todo el mundo. Su vigencia y aportes a la música equilibran los estándares de siempre y los clásicos con creaciones propias que, repetimos, susurran sobriedad. La lista de premios de Krall es larga: 8 álbumes en el top de jazz de Billboard, 3 premios Grammy y 9 premios Juno, más 9 discos de oro, 3 de platino y 7 de multiplatino.
No es un disparate comparar el genio de la Krall con el de las inolvidables pianistas Carmen Mc Rae o la mismísima Dinah Washington. Al teclado desplegaron un talento y virtuosismo digno de mejor causa.
La VIII Edición del Tío Pepe Festival jerezano registró una de las paradas de Krall en España, país donde hace su séptima gira. Lleno de público en Bodega Las Copas, parte del respetable angloparlante. La canadiense venía precedida del aplauso más encendido en el Jazzaldia donostiarra y prosiguió en el Starlite marbellí.
El concierto al aire libre de Krall suma créditos a la artista. Traer una diva del jazz a un evento donde el flamenco, la canción española, rock, pop y leyendas locales tienen cartel, añade más. Su presencia hace que el Tío Pepe gane enteros en el panorama patrio de festivales imprescindibles.
Diana compareció ante el público digna, sobria, con botas de vaquera y vestido discreto, oscuro como el negro de sus músicos. Aquí escribimos un renglón aparte. No pudo elegir mejor, la canadiense, para desparramar su genio artístico. Para completar el cuadro de su concierto. Anthony Wilson, a la guitarra; Robert Hurst al contrabajo y Karriem Riggings a la batería, redondearon momentos memorables. Las piezas que ejecutaron fueron ritmo puro, notas escritas al pentagrama más sublime improvisación.
La Krall no es persona de muchos rodeos cuando se halla ante el respetable. Va al grano, con sus finos dedos, pulsando las teclas. Es egoísta con su música, la quiere compartir. La complicidad con su trío es inmediata. Genial. Resaltar los solos de percusión de Riggings y los prodigiosos punteos de Wilson, inagotable sacándole tajada a las cuerdas. El contrabajo de Hurst recordaba al inolvidable Israel López Cachao, un bajista cubano que resucitó su compatriota Andy García. Sus dedos -oscuros y sensibles- parecían calcados de los de Hurst. Su estampa parecía la del caballón Bebo Valdés, también inolvidable músico cubano.
Un tema de una entregada Krall (Like someone in love) presentó credenciales al público. Aplausos sinceros fueron la respuesta. Después, otros tantos temas repasaron su extensa discografía: Stepping Out (1993, Justin Time Records), Only Trust Your Heart (1994, GRP Records), All for You: A Dedication to the Nat King Cole Trio (1996, Impulse! Records), Love Scenes (1997, Impulse! Records), When I Look in Your Eyes (1999), The Look of Love (2001), Live in Paris (2002), The Girl in the Other Room (2004), Christmas Songs (2005), From This Moment On (2006), The Very Best y Doing All Right (2008, Live en Jazzaldia), Quiet Nights (2009), Glad Rag Doll (2012), Wallflower (2014), Turn Up The Quiet (2017), Love is Here to Stay -con Tony Bennett- (2018), This dream of you (2020). Con Verve Records.
Repetía, la pianista, gratitud al respetable por su compañía, los aplausos y el cariño que percibía; todo en inglés, siempre en el idioma de Shakespeare. La voz sensual, rasgada y potente de la canadiense mesaba su pelo largo y rubio con sonrisas inexpresivas. Eso sí, denotaban felicidad pues es raro que los músicos anglos de jazz denoten sentimientos. Digamos que esa seriedad viene de la cultura luterana, protestante. La que hace difícil mostrar lo que bulle en la mente y corazón.
La artista Diana Krall no defraudó en su última gira española, donde mantiene vigente su maestría en el teclado de un jazz refinado y perenne, con un trío de excelentes músicos
El excelente sonido del Tío Pepe festival añadió mérito al concierto. El público se envolvía de la magia del piano de la Krall y sus músicos. No es osado afirmar que la canadiense es mejor pianista que vocalista. Pero al respecto habrá opiniones divergentes.
Las sinergias del cuarteto que lidera Krall eran evidentes. El duende anglo extendía la música sobre las palabras, femeninas y sensuales. A la le cuesta buscar el micrófono mientras se ensimisma con las teclas que, repetimos, domina con un virtuosismo que no se ve todos los días.
La elegancia que titula este reportaje se incluye en el ADN del conjunto de la Krall. En el mundo del jazz encontramos de todo: fuerza, experiencias, fusión, flamenco, blues, ortodoxia, afro-cubano, bossa nova…. Con Krall las dosis de pulcritud, intimismo y sutiles matices son fáciles de hallar. No le hace falta ejercer de diva acorde al star-system tan desarrollado, por ejemplo, en el mundo del rock, pop o aquí en la copla patria. No es redicha, ni grandilocuente. Tampoco falta a la cortesía básica que espera su público. La seriedad y concisión textual de la pianista es parte de su encanto.
Krall hila sus temas con melodías vívidas (This dream of you) que se representan a sí misma. Se gusta porque puede. Hace que ese disfrute tan íntimo lo comparta -sin ambages- con sus millones de seguidores. Krall sueña al piano; sus músicos le acompañan cómplices. Acaricia las teclas y hace disfrutar. No busquen más, que no hay. Como diría el rockero Silvio.
Dos bises remataron un concierto que hace grande al Tío Pepe Festival. Uno, el primero, personalista. Y el remate de la gala, más rítmico, osado y sugerente, como la generosidad de los caldos jerezanos.
La crónica no puede concluir sin dejar escrito la falta de sensibilidad de Diana Krall con un público inmensamente hispanohablante. Ni siquiera dio las ‘buenas noches’, ni principió con un tópico ‘hola Jerez’, o simplemente saludó con algún detalle local. Vaya, algo de cortesía para quienes pagaron un dineral por verla. Sabemos que los contratos de estrellas anglos insertan cláusulas leoninas y pedidos extravagantes. ¿Se incluyó esa cortesía de una angloparlante ante un público hispanohablante?
Sabemos, también, que cuando Julio Iglesias actúa -por ejemplo- en Las Vegas saluda con ‘hello everybody’ o Alejandro Sanz repite ‘Hi, Thanks you for coming’. O que la irrepetible Lola Flores decía con salero en Broadway ‘How are you doing’ ante el respetable, interesándose por la concurrencia.
La también inolvidable Celia Cruz siempre insistía ‘I love you my friends’. Pero Mrs. Krall, la que susurra al piano el mejor jazz, y esto no admite regate alguno, no dijo nada en español, en el idioma de Cervantes. No citó a Jerez una tierra, la del Sherry, mundialmente famosa por sus inmejorables caldos. Ni siquiera dijo en español el socorrido ‘muchas gracias’ que hubiera evitado estos párrafos finales.
Esperemos que Krall tome nota de este respetuoso tirón de orejas. Por respeto también a quien le paga cachés de infarto diga algo en el segundo idioma más hablado en Norteamérica, sí, en USA y en el Canadá que le vio nacer. Esa empatía se agradece, Mrs. Krall. Por lo demás reiterar gratitud por un concierto memorable cuya música es difícil de olvidar. Aquella noche de verano fue una velada maravillosa. Diana Krall puso la música.