Para comprender plenamente la propuesta presentada por KarinaGarantivá y Ernesto Caballero en el Teatro de la Abadía, es fundamental tener claro de antemano el contenido de La Orestíada. Esta obra, escrita por Esquilo, es la única trilogía completa que ha perdurado de la tragedia griega clásica y representa una auténtica obra maestra. A través de sus tres tragedias interconectadas—Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides—la trilogía narra la transformación de una sociedad gobernada por la venganza y la justicia primitiva hacia un sistema legal basado en la razón y el juicio civilizado. En el transcurso de estas obras, se abordan temas universales como el odio, la venganza, la culpa, el castigo, el poder, el juicio de los dioses y los hombres, el destino y la reconciliación.
En Agamenón, la primera tragedia, se relata el regreso triunfal del rey Agamenón tras la guerra de Troya. Sin embargo, su victoria está empañada por un terrible sacrificio moral: antes de partir, ofreció a su hija Ifigenia en sacrificio para obtener vientos favorables rumbo a Troya. Este acto despierta un odio visceral en su esposa, Clitemnestra, quien, durante su ausencia, conspira su asesinato junto con su amante, Egisto. Al final de esta obra se lleva a cabo el brutal asesinato de Agamenón y de su acompañante, la profetisa Casandra, consolidando el poder Clitemnestra y Egisto, aunque sembrando las semillas de futuros conflictos.
En Las Coéforas, la segunda tragedia, se introduce a los hijos de Agamenón, Electra y Orestes, quienes urden un plan para vengar la muerte de su padre. Bajo el mandato del dios Apolo, Orestes cumple con su deber filial asesinando a Clitemnestra y Egisto. Sin embargo, este acto lo enfrenta a una tormentosa agonía psicológica y espiritual, ya que su crimen lo convierte en matricida, un pecado abominable según las leyes divinas. Como consecuencia, es perseguido implacablemente por las Furias (Erinias), deidades vengadoras que lo atormentan por la sangre derramada.
Finalmente, en Las Euménides, la tercera tragedia, Orestes huye a Atenas en busca de protección y redención. Atenea interviene organizando un juicio en el que los ciudadanos de Atenas actúan como jurado. La diosa logra convencer a las Furias de aceptar un nuevo orden basado en la deliberación racional en lugar de la venganza. Con el voto decisivo de Atenea, Orestes es absuelto y las Furias, transformadas en las Euménides (las Benevolentes), se convierten en defensoras de la justicia, invocando paz y felicidad para el pueblo ateniense. Este desenlace consagra y exalta el Areópago, el gran tribunal humano de Atenas. Frente a una sociedad marcada por el ciclo de la venganza —donde la sangre llama a la sangre y los crímenes se perpetúan destruyendo familias y despoblando ciudades— la obra propone confiar al Estado el derecho de juzgar y castigar. Es precisamente a través de un tribunal cuya autoridad sea reconocida y cuyos decretos sean respetados como se rompe la cadena de culpas y se establece un sistema de justicia más equitativo.
En su conjunto, La Orestíada representa un profundo cambio cultural y ético, subrayando la importancia de las instituciones legales en la superación de las venganzas personales. Esta trilogía, además de ser un hito de la literatura clásica, ofrece una reflexión poderosa sobre la evolución de la justicia y la transformación de la sociedad humana.
Es precisamente en este aspecto donde se fundamenta la propuesta textual, dramatúrgica e interpretativa presentada en el Teatro de la Abadía. La obra ofrece una adaptación contemporánea del texto original de Esquilo, orientada hacia una exploración de la justicia y su relevancia en el contexto social actual. Este enfoque culmina en una coda final que se centra en la interpretación de un juicio, un elemento que trasciende la figura de Esquilo y nos sitúa en el terreno de un alegato sobre la justicia contemporánea—tan recurrente en los debates y noticias que ocupan nuestro día a día.
Desde el inicio del espectáculo, llama la atención la prolongada espera a la que los intérpretes someten al público: durante al menos diez minutos, deambulan por el escenario como atletas calentando antes de entrar en acción, sin pronunciar una sola palabra. En lo que respecta al contenido textual y dialógico, no se trata de una exhaustiva revisión del texto de Esquilo, sino de una selección de escenas que representan el asesinato de Agamenón, seguido por el de Egisto y Clitemnestra. Estas elecciones están orientadas a enfatizar los odios viscerales y las venganzas sanguinarias que sustentan los pilares argumentales de esta versión concebida por Garantivá y Caballero. Finalmente, todo converge en el juicio a Orestes y en una suerte de "parajuicio" que conecta el texto clásico con una reflexión sobre la justicia en el contexto contemporáneo.
Siendo La Orestíada una obra de profundo contenido trágico, resulta evidente que establecer un diálogo entre los mitos de la Grecia antigua y el contexto social actual puede derivar en un relativismo algo superficial. Mientras los dioses declaran inocente a Orestes, cabe preguntarse si los humanos de hoy habrían hecho lo mismo. Es, en esencia, una cuestión de contextos.
Esta adaptación contemporánea del texto original de Esquilo ofrece una oportunidad para reflexionar sobre temas como la justicia, el odio, la venganza y la culpa, al tiempo que invita al espectador a cuestionar la función de la justicia hoy. Además, explora cómo la opinión pública puede influir en los jueces y en la percepción de los hechos llevados ante el tribunal, temas que son indudablemente relevantes y merecen análisis.
Sorprende, asimismo, el uso de un lenguaje tan moderno que, en ocasiones, roza lo marginal más allá de lo coloquial. Esta elección parece más una estrategia para alejarse de Esquilo y aterrizar en el mundo real. Sin embargo, no debería sorprender que los espectadores más académicos y puristas del teatro clásico se sientan decepcionados ante una versión tan esquilmada del dramaturgo. En general, parece haber faltado el pathos, esa capacidad de evocar emociones y sentimientos en el público, así como los otros pilares de la persuasión: la credibilidad del ethos y el razonamiento lógico del logos.
Tras realizar estos juicios de valor, es oportuno destacar otros aspectos teatrales, como la puesta en escena, que evita concesiones a la retórica y se orienta hacia una funcionalidad esquemática. En este contexto, el tratamiento de la iluminación, ya sea en su presencia o ausencia, adquiere especial relevancia, aunque los focos móviles empleados en ciertos momentos pueden resultar molestos para el espectador.
El cuidado vestuario y la meticulosa expresión corporal de los intérpretes logran crear un mundo referencial de imágenes que nos transporta, de manera evidente, al universo de la Grecia antigua. La música, por su parte, desempeña un papel esencial al sonorizar las tragedias y al generar y transmitir tensión dramática.
Sin embargo, en los diálogos surgieron ciertas dificultades, ya fuera debido a la sutil microfonía de última tecnología o al estilo de vocalización de algunos intérpretes. En particular, Orestes articulaba con demasiada rapidez y una escasa resonancia bucal, lo que dificultaba la comprensión, especialmente en el final de las frases. Este problema no fue uniforme, ya que Gabriel Garbisu destacó por su dicción impecable, siendo siempre perfectamente entendible.
El elenco de la obra ha ofrecido una interpretación sólida en términos generales, respetando los gestos clásicos que tienden al hieratismo y adoptando una dicción grave, capaz de transmitir tanto la intensidad de los personajes como la profundidad de los conflictos que enfrentan. Destacan, por un lado, las escenas cargadas de pasión de Marta Poveda, quien siempre imprime alma, corazón y vida en su desempeño; por otro lado, la actuación más meliflua deNicolás Illoro, cuya interpretación no logra reflejar la evolución necesaria del personaje Orestes, que debería encarnar poderosos conflictos internos como la lucha entre el deber y la moralidad, el peso de la culpa y la búsqueda de redención.
En cualquier caso, cabe señalar que, desde una perspectiva interpretativa, el conjunto de la obra de Esquilo queda en una atmósfera difusa frente a la fuerza arrolladora de la coda. En esta última escena, con la representación del juicio, Garbisu desde el escenario y Poveda desde el patio de butacas sostienen un duelo dialéctico que eclipsa prácticamente todo lo anterior. Este diálogo final es una muestra pura de teatro contemporáneo, que se basta por sí mismo sin necesidad de recurrir a las tragedias de Esquilo, ni al dramatismo de la sangre ni a la crudeza de las venganzas.
Sea cual sea la opinión que cada espectador pueda formarse, algo normal en una sociedad diversa, esta versión de La Orestíada justifica plenamente una visita a la sala San Juan de la Cruz del Teatro de la Abadía. Al fin y al cabo, siempre es mejor formarse una opinión propia sobre la obra que depender de quienes la cuentan y, así, mirar a ver qué hacemos con el odio.
Título:Orestiada. Autor: Esquilo. Versióny dramaturgia: Karina Garantivá.Dirección: Ernesto Caballero. Intérpretes: Marta Poveda, Gabriel Garbisu, Olivia Baglivi, Nicolás Illoro y Alberto Fonseca. Composición y música en escena: Bastian Iglesias. Vestuario: José Cobo. Iluminación: Samuel Silva. Producción: Teatro Urgente. Escenario: Teatro de la Abadía, Madrid.
