Cuento refrescante

26 de Julio de 2025
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RefuCuento refrescante. Dejad, amigos, que las cuerdas de mi laúdgio Tucarroya

RELATO DE LA AVENTURA que protagonizaron siete intrépidos alpinistas, cuando pretendieron conquistar la cima del Monte Perdido, en invierno, por los glaciares de la cara norte y dieron con sus huesos en un refugio nevera donde permanecieron dos días con sus noches esperando a que amainara el temporal de nieve.

Dígnate inspirar a este humilde trovador, celestial Calíope, hija de Zeus, como inspiraste al divino Homero, para cantar a los héroes que caminaron sobre la nieve, ora hundiéndose en ella, ora recibiendo su afilada bofetada; que avanzaron desde antes del alba hasta horas después del crepúsculo, ganando espacio a la montaña centímetro a centímetro, con entrega, con sacrificio, con ilusión y con esperanza.

A la llamada de la aventura acudieron Emilio y su amigo Quique, el de Torredembarra; también los telefónicos Peni y Lolo, con su cuñado Sito, el Bombero; por último Luis y su cuñado Toni. Se dieron cita en Estadilla para cenar huevos fritos con jamón. Y en plena noche atravesaban, miradas brillantes, el aparcamiento del Parador Nacional de Pineta, buscando en la oscuridad el mirador natural que domina el valle, desde su atalaya espectacular de 2.500 mts de altura. Abría la marcha, por primera y última vez, el más veterano del grupo, Luis, seguido del más joven, Toni.

- Ésta será una salida especial, ya lo verás Toni, una escalada inolvidable.

- Este año conquistaremos la cima.

¡Joder con la nieve polvo! A todos les habíaparecido normal que la nieve estuviera blanda en el valle y en los bosques, pero esperaban encontrarla transformada en las palas, normalmente heladas en el mes de enero y en las canales verticales que causan la risa al más pintado. ¡Pues no señor! ¡Se equivocaron! Desde la primera pendiente hasta la última, la nieve recién caída resultó ser una trampa para las fuerzas de los más fuertes y para la resistencia de los más optimistas. A eso hay que añadir que Sito y Lolo cargaban unas inmensas mochilas que este plumilla no había visto desde los lejanos años de su juventud. Por estas razones es de justicia reconocer la potencia y la valentía de Emilio, que se ganó el honroso título de “Jefe de la Expedición”, así como la generosidad y la decisión de Quique, Toni y Pedro, que se iban relevando a la cabeza de la marcha para lo que se llama “abrir huella” y que ese día consistió en cavar en la nieve una zanja con las rodillas, por donde avanzaba luego el resto de la cordada.

Dejad, amigos, que las cuerdas de mi laúd os muestren levemente cómo los esforzados alpinistas empujaban kilos y kilos de agua congelada para abrirse paso hacia una cumbre que cada minuto estaba más lejana. El método consistía en girarse un poco para utilizar el lateral exterior de las piernas, dejar caer la rodilla para compactar un palmo de nieve y pisar allí con el otro crampón; el último encontraba los escalones tallados y compactados. Si atravesar el valle había sido una proeza, en las empinadas pendientes de la montaña esta técnica resultó agotadora, demoledora, inhumana.

¡Recordarlo siempre! No olvidéis, buena gente que os refrescáis con estas líneas, que los héroes de los que os hablo emplearon tres largas e interminables horas en recorrer una distancia de 200 metros. Con todos sus músculos tensionados, sin descansar un solo segundo. ¡Un metro por minuto, amigos, un metro por minuto! Ya sé que es muy difícil comprender cómo alguien puede tardar 60 segundos en dar una sola zancada.

A eso del mediodía empezó a soplar un viento gélido, la nieve se arremolinaba contra las paredes de piedra, la canal se oscurecía, la tormenta era inminente, el collado estaba lejos.

- Cuando lleguemos arriba nos queda la última pala, la más larga y la más empinada. El año pasado Toni y yo nos dimos la vuelta en este paso.

- Luis tiene razón, deberíamos darnos la vuelta.

refugio Tucarroya.02
 

Una vez más, el Boss serenó los ánimos, ya no podemos bajar, hay que llegar arriba y se puso a la cabeza para abrir huella, Peni le siguió apretando los dientes, me cago en la leche, el silencioso Toni les relevó a los cuatro pasos, Lolo también quiso ayudar con su armario. Durante una hora agónica escalaron la última pared, palmo a palmo, aguantando proyectiles de nieve como pedradas, metro a metro, descansando a cada paso, clavando los crampones con rabia, el cuerpo pegado a la montaña. Hasta que Emilio superó el último escalón, saliendo a gatas a la vasta planicie kárstica del Mirador de Pineta, donde fue recibido por rachas de aire de velocidad superior a los 100 Kms/hora y por las primeras sombras de la noche.

Al abrigo de una piedra, en cuclillas, Emilio, Pedro y Luis, los tres primeros en superar el resalte y los alpinistas más experimentados del grupo, analizaron la situación, gritando para poder oírse.

- Por fin hemos llegado al Mirador, estamos a mitad del camino, dormiremos aquí y mañana será otro día. La voluntad de Emilio es inquebrantable, pero Peni le devuelve a la realidad.

- Aún nos queda lo peor: Escalar los seracs de los glaciares. No quiero ni imaginarme cómo estarán las grietas con toda esta nieve.

- Otra cosa, Emilio, esto es un infierno, intentar un vivac aquí sería un suicidio. Nuestros sacos aguantan 20º bajo cero, pero los de Lolo y Sito son de cámping, mañana amanecerían más tiesos que la mojama. Hay que encontrar el refugio Tucarroya.

- ¡Estás loco! ¿A oscuras y con esta ventisca? ¡Es imposible!

Cuando llegaron al lugar de la reunión los otros cuatro miembros de la expedición, Pedro y Luis ya habían empezado a caminar, la visibilidad era nula, tenían que atravesar el lago Helado de Marboré (2.600 mts sobre el nivel del mar. 16 Ha de superficie. 31 metros de profundidad) completamente a oscuras y protegiéndose la cara de los perdigones de hielo que volaban por el espacio.

Y no cansaré vuestra atención con detalles pequeños, pero tenéis que saber que atravesar la planicie helada del Mirador de Pineta y encontrar el refugio Tucarroya entre los picos que separan España de Francia, en las condiciones en las que lo hicieron nuestros dos amigos sólo sale bien una vez de cada ciento. Pero eso son conjeturas de mal agüero. Nuestros héroes entraron en el refugio y comieron espaguetis hasta reventar, para desquitarse de la larga y fatigosa marcha de 14 horas. Y comieron queso y frutos secos. Y bebieron agua y té y café con leche y chocolate muy caliente. Y durmieron en sus sacos de dormir, estirados en las colchonetas del Tucarroya hasta bien entrada la mañana del día siguiente.

El refugio de Tucarroya, el más antiguo de los Pirineos, inaugurado el día 5 de agosto de 1890, ha sido remodelado recientemente por el Club Alpino de Lourdes. Es todo un regalo en la misma línea de la frontera, aunque en invierno no es muy visitado debido a su situación escarpada y peligrosa. Desde Francia no pasa casi nadie por este collado y los que suben desde los valles de Aragón duermen en el Lago Helado, a la intemperie o montan tiendas. Los protagonistas de este relato encontraron el refugio con un palmo de nieve en el suelo y dos dedos de hielo en las paredes y en el techo. La temperatura interior era de –4ºC, pero se podía cocinar, dormir, explicar chistes y hasta olvidarse de la tormenta que amenazaba con arrancar la construcción y dejarla caer precipicio abajo como una bola de nieve o hacerla volar como una hoja de papel. Hoy día el Tucarroya ya no es la chabola del s. XIX, está equipado con una emisora de radio, una estufa de leña, una docena de colchonetas con otras tantas mantas, una mesa alargada con dos bancos de madera de pino, dos sierras para cortar leña y dos palas para retirar la nieve.

Para que nadie piense que quiero esconder la verdad o que hago remilgos a la historia real, os contaré, con dos pinceladas, que el segundo día no salió el sol, la nieve y el viento golpeaban furiosamente la puerta de madera, como el lobo que quiere comerse los cerditos y que nadie se ofenda por la figura literaria. Los excursionistas se preocuparon un poco, lo justo para demostrar su punto de responsabilidad, incluso pidieron auxilio por la emisora, ahora no podemos volar, cuando pase la ventisca os enviaremos un helicóptero, contestó en francés una voz lejana. La verdad es que tenían comida para pasar una semana y estaban seguros de que la tormenta no duraría tanto; también tenían gas para derretir nieve. El único problema era el frío, todos los intentos de encender la estufa resultaron baldíos, a pesar de gastar una botella entera de gas. Pasaron todo el día metidos en los sacos de plumas, dormitando y escuchando las ocurrencias de Lolo, quien propuso recordar este día encerrándose todos los años en una cámara frigorífica con los sacos de dormir, los frontales y una pala.

El tercer día, a las 6 de la mañana, una actividad febril invadió el refugio. Mientras unos preparaban el desayuno y derretían nieve para llenar las cantimploras, otros guardaban los sacos y recogían las mochilas. El Peni quería ponerse los tres pantalones que había subido, Alfonso y Lolo hablaban de tirar las mochilas pendiente abajo, Quique no conseguía cerrar las cremalleras de los paranieves, Emilio pedía coordinación, Toni limpiaba la mesa para los próximos visitantes del refugio y Luis escribió en el libro de piadas cuatro líneas de agradecimiento. Cuando salieron, por fin, del Tucarroya encontraron la noche oscura, vientos racheados que les obligaban a tirarse a tierra de vez en cuando y un temporal de agua nieve que les empapó hasta la ropa interior, pero consiguieron orientarse en el lago de origen glaciar y llegar a la primera pala justo cuando amanecía, aunque no verían el sol hasta entrar en l’Ainsa.

De la bajada, sólo os comentaré que a Lolo se le rompió la suela de una bota que pudo sujetarse con la correa del crampón y bajar jodido pero contento y Sito, por aquello de la Ley de Compensaciones, rompió un crampón, por lo que bajó más jodido que su cuñado y prometiendo que nunca más le pillarían en otra, aunque se tranquilizó un poco cuando Toni puntuó la dificultad de esta salida con un 11 en la escala del 0 al 10. ¿Y qué más queréis saber? Que los siete alpinistas se abrazaron emocionados al llegar al primer puente que cruza el río Cinca; que se dejaron caer en la nieve, felices y satisfechos, cuando llegaron a la entrada del Parque Nacional de Ordesa. Y que se comieron un kilo de chuletas de cordero, por barba, gracias a los oficios de los buenos amigos de Estadilla, regadas generosamente con el clarete de la Bodega “l’Olibera”.

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