El primer día del resto de tu vida

Luis Miguel García
16 de Octubre de 2018
Actualizado el 25 de octubre de 2024
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“¿En qué eres bueno?” La pregunta que había escrita en el dosier de investigación personal te pareció que daba en el clavo, que no podías responderla así como así. Estabas en blanco. No venía a tu memoria ningún recuerdo en el que hubieras hecho cualquier cosa con un mínimo de decencia. Ni aquel día en que te disfrazaste de Camarón para una de tus clases de interpretación. Sí, la profesora y tus compañeros fliparon, pero tú sabías perfectamente qué es lo que había causado tanto furor. El abrigo de visón de tu madre, cuatro gallos mal soltados y tu pecho al descubierto después de partirte la camisita. Una medalla más para tu vitrina de premios no oficiales del estado, pero la vida es mucho más que parecer un tipo guay, mucho más que alardear de currículum solo para acostarte con mujeres borrachas de una noche y no podías ganártela haciendo siempre el gamba. Te apuntaste a aquel taller de desarrollo personal en busca de respuestas. ¿Cuál es tu talento? Lo habías hablado infinidad de veces con Chankete. “Si nos hicieran un corrillo y tuviéramos que demostrar para qué valemos, no sabría qué hacer. Otros se pondrían a cantar, quizás alguno se marcaría un baile: break dance o vete tú a saber cuál. ¿Pero nosotros? El carisma por sí solo no se paga. Tenemos mucho encanto, somos profesionales de la simpatía… ¿Y qué? ¿De qué nos serviría? ¿Qué haríamos con ello? Coger a alguna erasmus que estuviera entre el público y enseñarle a los otros del corro lo bien que nos restregamos contra ella, el cómo sabemos humedecer sus partes íntimas mientras les hacemos el amor bailando...” ¡Ridículo! Concentración, eso es todo lo que necesitabas. El tiempo para hacer el ejercicio se estaba terminando y no habías respondido a ninguna de las preguntas. ¡Qué desastre! “Piensa, piensa…“ Algo tenía que haber, algo en lo que realmente fueras bueno. “¿El cine?” Hombre, siempre se te había dado bien analizar escenas de películas pero… “¡Ya tengo una!” ¿Y ayudando a la gente a seducir a quienes quieran? “¡Dos!” Ya… Pero ese no era tu estilo. “Vamos busca algo que te vibre, que te vibre de verdad.” Fue entonces cuando ocurrió. Una serie de escenas de tu pasado empezaron a desfilar por tu memoria. Cortaste, pegaste, enlazaste partes de tu historia que aparentemente no encajaban pero que en su conjunto tenían sentido, demostraban que eras un experto y además, cumplía con todos tus requisitos. ¡Tiempo! El formador os avisó con el sonido de su silbato. Estabas tan ensimismado que casi se te adelanta el tipo que se había sentado a tu lado cuando te presentaste voluntario. Las miradas se centraron en ti. No más de veinte personas estaban prestándote toda su atención, deseando escucharte. ¡Temblabas! Alguna parte oculta de tu inconsciente había hecho que te lanzaras y ahora te encontrabas metido en un auténtico marrón. Aun así te pusiste en pie. Tomaste el lugar del formador. Alzaste la mano derecha al aire. Elevaste el dedo índice y el corazón dejando el resto cerrados en forma de puño. Aspeaste la mano de derecha a izquierda y dijiste. “Veréis, soy un experto masajeando clítoris.”

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