Después de revisar por enésima vez el manuscrito de su antología de relatos en la que llevaba años trabajando, decidió darlo a leer al grupo amigos con los que mantenía desde tiempo inmemorial una tertulia literaria, con el encargo explícito de expurgar aquellos que consideraran más flojos pues era un libro extenso, difícil de publicar.
Al cabo de unos días fue recibiendo los comentarios y las propuestas de eliminación. Parecerá algo de no creer, pero los cuentos censurados por los más variados motivos, no se solapaban y así, después del recuento final, ninguno de los relatos pasó el filtro.
Sólo faltaba la respuesta de su más fiel amigo, aquel que desde el colegio había mostrado su admiración y lealtad incondicional. “Querido amigo, empezaba la misiva, otra vez te has superado, me parecen toda una maravilla de la invención humana y están a la altura de tu trayectoria que bien conozco. Si me permites un comentario -terminaba su correo electrónico- yo te sugeriría cambiar el título”.