El verano de mi vida

13 de Agosto de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
Guardar
Verano

Tengo metáforas de ilusiones invisibles a los ojos de los otros. Un infinito de voces que escriben en las teclas del ordenador poseyendo mis dedos. Me hablan en el silencio y en el terciopelo de una melodía, al mirar a las personas que amo y a quienes amo menos; pero están ahí, deseosas de salir cuando las dejo volar. ¡Cuánto echaba de menos dejarlas abrirse paso en nuestras cartas! Porque en mi silencio epistolar también me hablabais, esperando respuesta.

Y entre esas voces, hay una con la necesidad de contaros que este es el “verano de mi vida”. Y lo es porque tengo la libertad de entender que los clichés veraniegos de la felicidad que han de cumplirse como requisito sine qua non, no los necesito para estar en paz y plena.  El estío en su esplendor es una botella llena de elixir mágico, pero también está repleto de engaños que llevan a tristezas agravadas en el otoño.

No tengo que viajar si mi cuerpo no lo desea o no puede. No se tiene en cuenta el cansancio de todo el año y el estrés acumulado. Pasamos de cerrar el ordenador a ponernos el bikini, sin tregua, sin pausa. Llegamos exhaustos a los destinos elegidos, con una sonrisa forzada y un dolorcillo en los costados por el agobio de preparar las maletas, el embarque, las huelgas de aerolíneas o las averías de AVE, amén de los pasaportes caducados. Es decreto que no tengo que viajar en vacaciones como medio inequívoco hacia la felicidad.

No tengo que experimentar amores de verano, esos locos y apasionados que van intrínsecos a la llegada de las vacaciones, según cualquier película romántica que se precie, y que únicamente buscan la reafirmación del sex-appeal propio y la negación del paso de los años.

No tengo que leer los libros que no me apetece leer por muy best seller que sean o los que no leí en el invierno, porque ha entendido mi corazón que no están en su biblioteca, no existe la necesidad del examen de su conocimiento ni de su fruición.

No tengo que ser el dorsal número 50 en la yincana de actividades hoteleras que realizan para mi diversión y cuyo cumplimiento es inexcusable. No tengo que tomarme un daiquiri, ni tengo que beberme el mojito de todos los veranos ni la copa de vino blanco sentada en un jardín delicioso lleno de mosquitos y con la espalda quemada.

Estoy siendo totalmente consciente de lo importante que es estar con los grandes amigos, de lo increíble que es dejar que te cuiden en el dolor, de lo maravillosamente que sabe el agua fresca con una rodaja de limón cuando va acompañada de un beso, de lo deliciosa que es una ducha cuando a duras penas has conseguido caminar la hora que te recetaba el doctor como el mejor de los ejercicios.

Sentada en mi adorada silla, con mi cojín ortopédico, mientras veo los fuegos artificiales de las fiestas (porque hasta eso me lo han traído a casa este verano), me libero de todos los clichés que debía tener presentes en mi vida para que un verano fuera maravilloso.

La bola de fuego que me traje hace años del mar de Cádiz se mantiene viva en mi interior, solo tengo que cerrar los ojos y la veo en esa puesta de sol que arrebató todos mis sentidos. Porque el verano está en mi corazón.

No tengo que escuchar el ruido de las olas del mar porque está grabado en la caracola de mi oído, solo tengo que concentrarme y puedo ver su espuma plateada entre la noche oscura y el sonido armónico de ese mar que es una caricia.

No tengo que ponerme las aletas y las gafas de bucear para recordar el color que tienen las estrellas de mar de Almería, en esas playas en las que tantas veces me he sumergido para jugar con caballitos de mar, que eran la fantasía de los cuentos de mi infancia.

Todos esos veranos en los que cumplí a rajatabla con todos los requisitos estipulados no han sigo mejores de lo que está siendo este, porque puedo decir que me he liberado de prototipos y estoy gozando de lo lindo con las personas que quiero.

Perdona si mis palabras no te llevan al embrujo y ensoñación de los placeres y deleites de un verano majestuoso, brillante, especial, pero no necesito de esos veranos hoy para estar feliz, necesito de un verano lleno de calma, de paz, de sosiego, de entendimiento de la realidad, de sanación.

Es un verano distinto que amenaza con un septiembre doloroso de recortes, de carencias, de personas que no van a poder soportar la situación. Y entonces ¿de qué servirán estas vacaciones en las que los bolsillos se han vaciado? ¿De qué servirá el amor que no ha germinado?

Lo sé, es una carta diferente; es una carta nacida de la emoción de este instante en el que la oscuridad de la noche mece los pensamientos, en el que se acurruca el corazón al sentirse feliz y agradecido de todo lo conseguido y de su diferencia con todos los otros veranos vividos.

Es una carta que nace del aire suave que me reclina para poder descansar y dormir sin la humedad del sudor en la almohada.

Lo + leído