Increíblemente se me ha borrado un artículo, ha desaparecido del ordenador, de las tripas del Mac Mini que, en un principio, compré sólo para “hacer cosas de cine”, pero que al poco comencé a utilizar también como patio de recreo adicional para “mis palabritas” (recuerdo la gracia que le hizo a Silva, Lorenzo Silva, cuando descubrió que todo lo que escribo lo guardo en una carpeta que he bautizado así). Y en este patio de recreo, tras jugar con los “relampos” (narraciones brevísimas que se tarda más tiempo en comprender que en leer) y asilvestrados poemas, también comencé a pergeñar algunos artículos, sobre todo de los que firma Tigre Manjatan, alias La Fiera (como le llama el maestro Larios), y a veces también algunos más literarios de los que firmo con mi nombre legal (el Tigre dice que los debería firmar como El Padrecito Puebla, porque es un vacilón y es incapaz de tomarse nada en serio). Pues bien, uno de esos artículos, que según el Tigre debería firmar como El Padrecito Puebla, se titulaba de modo parecido o quizá exacto a este que estoy escribiendo ahora (me da cierto miedo que también se borre y desaparezca, y por eso estoy escribiendo esta introducción tan larga, a modo de oración, para que no suceda, para que la magia de El Mago lo proteja y consiga llegar al periódico, y desde el periódico a quienes tengan a bien leerlo. Añado que probablemente el artículo perdido no era lo bastante bueno y esa misma magia de El Mago haya logrado que desaparezca.
En casa de Tomás Fernández, El Mago, estuve la semana pasada, concretamente el 9 de enero, acabo de mirarlo en el guasap, que creo que era martes (eso no voy a comprobarlo, ¿qué mas da?). Llegué con una maletita, un troley que se les llama ahora, con siete ejemplares de EL AÑO DEL CAZADOR, que me había pedido Tomás para distribuir en su “no tan pequeño” mundo. Ese fue el pretexto para una jornada genial. En casa de El Mago estaba ya Javier García Bresó, maestro arquero, profesor, tipo inquieto y enredador donde los haya, e íntimo de Tomás. Fue él quien bajó al portal para ayudarme a subir la maletita con los libros, EL AÑO DEL CAZADOR tiene ochocientas páginas y pesa un montón, porque debido a una hernia inguinal no era conveniente que yo cogiese mucho peso (de la hernia me operé antes de ayer y todo va bastante bien, pero esa es otra historia). El caso es que hablamos, mucho, comimos, maravillosamente en uno de sus restaurantes, en la estela del Restaurante Sensaciones del hotel Liabeny, que suele utilizar como embajada personal, donde previamente ha dejado ya su magia en el ambiente para que nos traten a todos mejor que si estuviésemos en nuestra propia casa. Casa. No quiero olvidar decir algo de la casa de El Mago: las vistas. Un ventanal increíble se abre sobre Madrid y se ve la ciudad entera, y -más magia- desde su despacho y también desde el dormitorio, la casa entera es exterior, se ve la Almudena, el Palacio Real y San Francisco el Grande (tan cerca que parece casi se podría tocar con la mano).
Además de hablar, de sentirnos acompañados y felices, grabamos unos poquitos videos -Laura Ponce de León se apuntó también nada más llegar- a partir de los 365 relatos que conforman EL AÑO DEL CAZADOR (un cuento al día durante un año que conforman también una peculiar suerte de novela). Voy a dejar de escribir ya porque mi chica, la bella Lola, está esperándome para dar un paseo (el médico que me ha operado ha dicho que puedo caminar), pero en cuanto tenga los videos subidos a Youtube probablemente haré un segundo artículo contando algo más de ese día delicioso en casa de El Mago, mi muy querido amigo Tomás.
Excelsior.