Echando la vista atrás me doy cuenta de que la vida está desbordada de grandes historias. Unas, consabidas por todos; otras, desconocidas para el mundo bien porque nadie les dio palustre en su momento o porque fueron lideradas por mujeres que no debían ser advertidas u hombres que podían provocar la sombra de un ciprés. Unas veces fue un descubrimiento, otras, una decisión impostada y otras, la enérgica voluntad de quién no cesó en la búsqueda de un resultado o de una victoria.
Y en unos casos el éxito obtenido vino de la mano de un ser excepcional y otras, por la labor de cientos de personas más, pero el mérito se le adjudicó a uno solo. Porque la vida es así, incoherente a veces premiando egos.
Pues bien, esas historias con sus moralejas no siempre son contadas de la misma manera. Los que ya sois habituales sabéis que la historia griega me fascina y por eso traigo a colación esta introducción para recordar un pasaje que, no siendo recogido por la Ilíada, otras fuentes así lo redactaron y me lleva a concatenarla con las grandes historias que tú vives y que yo desconozco.
El periplo de los acontecimientos fue algo así, intentaré contarlo brevemente.
Parece ser que el héroe Aquiles, durante el asedio a la ciudad de Troya, se enamoró apasionadamente de la hija de los reyes de la ciudad, Políxena. Tal era su pasión y locura que llegó a pedir la paz o al menos un cese en los ataques, para casarse con ella. La desleal y seductora Políxena, que amaba a su pueblo más que a su propia vida, sabedora del amor desmedido de Aquiles, se lo hizo saber a su pueblo, dejando así al descubierto la gran debilidad del héroe. El llamado «talón de Aquiles». Esto provocó una emboscada con la ayuda de su hermano Paris, en la que se dio muerte a Aquiles.
Pero como la vida perdura tras la muerte y según parece, ni en el descanso eterno se reposa, el fantasma de Aquiles se quedó en los alrededores de Troya para ejercer su temida venganza. ¿Y quién mejor que el hijo vivo para dar buena cuenta de ello? Pues así fue. Su propio hijo, Pirro, haciendo presa a Políxena, la llevó a los pies de la tumba de su padre y allí, sin generosa tregua, cortó su precioso cuello, dejando que el descanso en paz trajera a los griegos una vuelta a casa en paz y cobrada con el diezmo de una vida por otra. Aunque no regresaron todos, porque Ulises se quedó unos años más para encontrar su propia Ítaca.
La historia así contada, a modo de cuentecillo, desvela que el hombre en su ansia de poder, por más grandes que sean sus codicias de grandeza y conquista, puede verse avocado al fracaso por las emociones y el amor, pero no en su esqueleto más perfecto, sino en los músculos engrandecidos del deseo de dominio y ostentación de imperio. Todo lo que se desea conseguir a la fuerza, ejerciendo el dolor físico o mental con argucias cenagosas, no lleva a un buen fin.
Por eso, aunque pese, algunas de las historias que ganan el pulso al tiempo y son recogidas en los libros, versan sobre la peor parte del ser humano, aquella que destruye, mata o esclaviza voluntades in secula seculorum.
Excepto la historia más bonita jamás contada, la historia de cada uno de nosotros en nuestros mundos, que sahúman emociones que hacen que la vida del otro sea pura magia. No somos héroes que traspasaremos los siglos con vendettas a lo siciliano ni troyanas, no seremos dioses del Olimpo que modificaremos a nuestro antojo las vidas de mortal humano, pero sí somos tú y yo con una única vida que escribimos en el reglón siguiente de la historia de mañana.