La verdadera profesora

18 de Julio de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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profesora clase colegio

La recuperación de Jimena no había sido tan larga como pensaba. Aunque tenía que estar tumbada prácticamente todo el día por el reposo recomendado, aprovechaba para hacer cosas que le gustaban, y a las que cada vez les dedicaba menos tiempo, como leer, pintar o ver una película. Además, durante la última semana se fue a casa de su tía Charo, que era ama de casa y podía estar pendiente de ella todo el día, mientras sus padres trabajaban y seguían encargándose de la mudanza (eso sí que nunca acababa, pensaba la niña).

Su tía Charo era una mujer cercana y atenta, cariñosa y sensata, siempre pendiente de los demás, siendo la primera que te recibía con los brazos abiertos cuando de un problema se trataba. Tenía los mejores consejos que dar y los refranes más originales que decir, fuese la situación que fuese. Si Jimena tuviese que describirla de alguna forma, para ella su tía era estar en frente de una chispeante chimenea una noche fría en la que fuera estaba nevando.

Para Jimena el mejor momento del día era tomarse unas bolitas de anís con su tía en el banco del jardín, disfrutando del sol de invierno, y de ver cómo la perrita Luna no paraba de jugar y de pedir mimos. Las conversaciones eran de todo y de nada, de mucho y de poco, de palabras y de silencio. De su tía aprendió la soledad acompañada, la independencia y la individualidad de cada una en una convivencia llena de tranquilidad y respeto. Podían estar en el mismo espacio calladas y no tener la necesidad de hablar, pero tampoco de abandonar la habitación. La sintonía que tenía con su tía era la melodía perfecta. Siendo puzzles diferentes, sus piezas encajaban a la perfección cuando estaban juntas.

Al igual que con su yayo, Jimena aprendía mucho de la naturaleza gracias a su tía. Era una mujer que estaba completamente enamorada de las flores y de las plantas, sabía todo de cada una de ellas, y las cuidaba como si fueran sus propias hijas. Tenía un jardín de cuento, o de pequeño castillo, como lo llamaba Jimena, cuidado, precioso, y lleno de color. Los diferentes aromas que se mezclaban te hacían viajar a la quietud del centro del bosque, y te hacían sentir vivo como si corrieses por un prado. Esa magia para mantener y fomentar vida con las manos sobre otros seres vivos era un don que había heredado de su padre -el yayo de Jimena-, y la aprendió desde bien pequeña en la huerta. Aunque finalmente, la alumna superó al maestro.

Jimena se pasaba los días teniendo largas conversaciones con su tía en el jardín y parecía que el tiempo se detenía. Y las voces de su cabeza también. Le explicaba la importancia de la paciencia, de la perseverancia, y de los pequeños gestos que crean los mayores avances.

-“Mi flor, podrás plantar una semilla hoy, y esperar que mañana florezca, pero por mucho que lo ansíes con todas tus fuerzas, la semilla no florecerá hasta que no haya llegado el momento. Podrás asomarte a mirarla todos los días, intentarás regarla más veces de las necesarias, pero la desesperación y la frustración por la larga espera  y el inminente resultado tan sólo llevarán a que la semilla jamás se convierta en flor.”

La niña, hipnotizada con las palabras de su tía, sólo se le ocurrió hacerle una única pregunta.

-“Entonces, ¿eso es lo que vale más en la vida? ¿La paciencia? ¿Por encima del dinero?”

-“En esta vida hay muchas cosas más valiosas que el dinero. La paciencia, es una de ellas. Sin embargo, lo más valioso es lo único de lo que todos disponemos, pero realmente ninguno somos sus verdaderos dueños. Y eso es el tiempo. El tiempo corre, va en nuestra contra. Cada día que pasa es un día más, pero también es un día menos. Todo es una cuenta atrás aunque tengas que sumar adelante.”

-“Pero si el tiempo no se para ni se detiene, ¿cómo voy a tener paciencia si se acaba? Eso es imposible…”

-“Lo que tienes que entender es que la verdad más absoluta que existe es que algún día tu tiempo se va a parar. No habrá más. Por eso la paciencia es el precio que pagamos en esta vida por asumir que siempre habrá frutos que recoger si hemos esperado el debido tiempo.”

-Pero si el reloj se va a parar entonces para qué voy a esperar.

-Porque todo en esta vida tiene un precio. Si quieres aprobar un examen de una hora, tendrás que estudiar durante días; si quieres comer algo rico en diez minutos, tendrás que invertir tiempo en ir a comprar los ingredientes, lavarlos, pelarlos y cocinarlos; si quieres construir una casa, tendrás que cumplir con las horas de espera de secado desde los cimientos hasta el tejado; si quieres ser madre, tendrás que esperar nueve meses para que nazca tu bebé; si quieres volver a andar, tu rodilla tendrá que sanar. La vida se paga con tiempo, y sólo tú deber saber en qué invertirlo para poder decidir lo que quieres llevarte al final de tus días. Yo he dejado muchas cosas en el camino, todavía por hacer, que no terminé porque no tuve paciencia para asumir que algún día podría conseguirlo. Y ahora me sigue quedando la misma cuenta atrás, pero ninguno de los resultados que podría haber obtenido si la frustración y la desesperación no me hubiesen invadido. Me rendí…y no sabes cómo me arrepiento… No quiero que te pase lo mismo, mi flor.”

Su tía se miró las manos y suspiró. Jimena pudo ver que las tenía rojas e hinchadas. Toda esta conversación había empezado porque esa misma mañana a su tía le habían diagnosticado una enfermedad rara que iba a hacer que fuera perdiendo la sensibilidad en las manos hasta el punto de no poder moverlas. Hasta aquel momento la niña no había sido consciente de lo duro que tenía que haber sido aquella noticia para su tía, pues vivía enamorada de la jardinería. ¿Cómo podría cuidar y mantener su jardín?

-“¿Y qué quieres hacer con el tiempo que te queda?”

Su tía la miró y sonrió.

-“Pues es curioso que llevo teniendo la respuesta delante de mí desde el primer día en el mundo, en mi propio nombre, y hasta esta mañana no lo vi. Lo que quiero es cuidar de mi familia, mis animales, mis plantas, y de mí misma, pues al final del camino, es lo único que va a darme frutos y flores.”

Y Jimena al fin lo entendió: Frutos Flores eran los apellidos de su tía y de su madre, las únicas de toda la familia materna que habían coincidido con ambos. Una auténtica y preciosa casualidad entre las infinitas que existían. A la niña también se le escapó una sonrisa.

-“Sé paciente, mi flor, y tendrás todo lo que ansías, o mejor dicho, todo lo que verdaderamente tu alma necesita. Aprende a escuchar a la vida, a leerla, a recoger sus frutos, y así, florecerás."

Aquella conversación fue la misma sensación que plantar una semilla de luz en una noche de tormenta, regada por los ojos vidriosos de su tía, y como dos bellos girasoles en medio de aquel jardín del pequeño castillo contemplaron los últimos rayos del atardecer de invierno. 

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