Las buenas compañías

04 de Junio de 2020
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Relaciones humanas

Harina, aceite, agua y sal. Los ingredientes secombinan en segundos sobre la encimera de la cocina transformándose en una masamaleable y blanda. Los dedos de Carolina presionan la mezcla con tantadelicadeza que parece que se tratase de una obra maestra; una escultura a puntode adoptar la forma deseada. Se escurre entre sus dedos escapando a la presiónde los puños mientras los ingredientes se funden de nuevo, se reconcilian, seconfiguran en una masa fina y correosa que comienza a tomar consistencia. Huelerico; a harina y sal. La densidad del aire se hace más espesa cuando Carolinalevanta las manos y arroja con fuerza la masa contra la encimera. Miles dediminutas partículas blanquecinas se multiplican en el aire formando una fina capade niebla. Estornuda. El polvo blanco se deposita sobre las superficiestrazando estructuras maravillosas. El resto de los ingredientes espera sobre lamesa. Solo cuando Carolina da por rematada la base circular y perfecta, loscoloca ordenadamente sobre la masa e introduce la pizza en el horno.

Se asoma a la ventana. Con las manos aunembadurnadas de harina, enciende un cigarrillo y deja que el sabor del humo deltabaco se mezcle en su boca con el olor de la pizza que se gratina en el horno.El papel se tiñe con los restos de tomate y queso que aún perduran en susdedos. Ha estado cocinando como si tuviera invitados. El mejor plan para hoy, sino fuera por la maldita pandemia. Se sirve una copa de vino blanco bien frío.En un rato la pizza estará lista.

La noche suena a tentación. Hace calor, como enel infierno, y las voces del barullo de las terrazas llegan engatusadoras a suventana, como un susurro mortal de sirena que invita a dejarse caer en lasgarras peligrosas de la tentación. Apenas lleva puesta una camiseta básicaajustada y un diminuto pantalón que se cuela entre sus nalgas abrazando directamentelos glúteos. Nada de ropa interior. Aspira una nueva bocanada de humo larga yprofunda y se recrea en el placer que le proporciona el roce del tejido sobrelos pezones. El algodón del pantalón se frunce al caminar entre sus piernas,rozando delicadamente las partes más externas de su sexo y empapándose de algomás que sudor.

El horno vomita un delicioso olor a orégano tomatey queso con el que se mezclan los reflejos de nicotina, sudor, vino y sexo, queactivan su apetito. A Carolina se le llena la boca de saliva en un acto reflejoque le obliga a tragar.

El pitido del horno se convierte en elpistoletazo de salida de una noche que no ha hecho más que empezar.

Una hora más tarde los restos de la pizzadesparramados sobre la encimera de la cocina no son más que cadáveres de unfestín sin invitados que acaba de finalizar. Carolina deambula ya alerta porlas calles de Madrid en busca de una presa que cazar.

Los pubs nocturnos están cerrados pero nada leimpide detenerse en la puerta de su local favorito a fumar un pitillo. La brisade la noche cerrada le refresca la cara. Carolina está excitada, con unaenergía inusual, quizás acumulada a lo largo de tantas semanas de hastío ylentitud. Necesita pisar a fondo el acelerador, bailar, saltar, gritar, cantar,follar; algo más que pizza y televisión; algo más que disposiciones y normas;algo más que discursos interminables y palabras, siempre buenas palabras. Estanoche tiene alas en los pies que la vuelven liviana. Se eleva sobre el asfaltoen busca de una nueva óptica que le revele escenarios más excitantes e inconvenientes.

Hoy no le importa nada. Solo es un depredadorimpaciente por clavar sus colmillos sobre la femoral de cualquiera; ver como sedesangra poco a poco mientras se bebe su sangre; meter las fauces en su abdomeny devorarlo al mismo tiempo que su latido se extingue. Hoy es una bestia, unanimal salvaje que no atiende a nada más que a su instinto.

Frente al local, un grupo de chicos juegan ahacer botellón. Rodeados de bolsas de plástico llenas de botellas de ron yginebra, ríen a carcajadas como fieras enajenadas y beben sin control en vasosde usar y tirar. Son jóvenes. De no más de treinta años, -la edad ideal-, como dice su amigo Arzola-, la mitad de su edad más seis o siete años.

Les observa mientras aspira las últimas caladas.Se comportan como como gallos de pelea luciendo músculo. Chicos malos marcandoterritorio que piropean obscenos y groseros a los pimpollos que se atreven a pasara su lado.

-Mepongo palote con tu culito.

Tipos duros, hombrecitos hechos y derechos que atacansiempre en manada, pero que por separado no son más que un puñado de mocosos;inocentes Adanes en el Jardín del Paraíso.

De pronto uno de ellos se acerca provocador.Camina directo hacia Carolina hasta colocarse desafiante a su altura.

-¿Sepuede saber qué miras?

La distancia que separa sus bocas es de apenasunos milímetros. Carolina puede oler su aliento y su perfume. La roza su sexo.

-Temiro a ti, contesta y a continuación le come la boca.

Es jugosa, tanto como la pizza que ha comidoantes de salir de casa. Él se resiste pero ella le sujeta con fuerza por lanuca hasta que el chico abre los labios y deja que se cuele en su interior. Sabea ron y tabaco. La deliciosa densidad de la saliva de ambos se mezcla en laboca de Carolina obligándola a tragar.

-¿Quéhaces? grita el chico intentando zafarse, pero ella le besa de nuevo apagando elsonido de sus palabras y cortándole la respiración.

El muchacho trata abofetearla, pero Carolinaintercepta el manotazo inmovilizándole. El contacto es inevitable y aunque serevuelve indomable entre sus brazos, su sexo se revela excitado entre laspiernas.

Forcejean entre besos y magreos -¿esto es lo que has venido a buscar? - Dime, es lo que querías, ¿no?-, dice Carolina y clava de nuevo sus dientes enla atractiva boca carnosa y tierna del chico, como una ciruela roja cuyo jugose derrama sobre sus lenguas, revelando el sabor metálico de la sangre de loslabios rasgados de él.

El “juego de damas” llega tan lejos comoCarolina decide, tan lejos como la fuerza bruta le permite, tan lejos como elcontrol emocional que ahora tiene sobre el doncel y que aún permanece intacto.Y es como viajar en una montaña rusa que sube y baja con tanta violencia que depronto le da miedo. Sin embargo no puede parar. Continúa violando su boca, sucuerpo y su juventud, como si lo único queimportara fuera ella y esa sed insoportablemente tóxica y adictiva que le hallevado hasta allí, como a un yonqui en busca de su dosis diaria.

De pronto un tipo con sombrero se acerca ydirigiéndose a ellos pregunta:

-¿Pasaalgo aquí?

Y la montaña rusa se para, el vértigo se esfumay el muchacho consigue zafarse. Lloriqueando regresa con sus amigos. Solocuando está lo sufrientemente lejos y a salvo se detiene, se gira y tras lanzarun escupitajo ensangrentado al suelo, vocifera:

-Puta.Asquerosa puta vieja.

La noche es oscura y las sombras disfrazan a lossujetos que deambulan por las esquinas, sin embargo la silueta del hombre consombrero le resulta familiar. -¿Dóndehe escuchado antes ese tono de voz? Solo cuando la luz de la farola alcanza ailuminar su rostro le reconoce. Es Tigre, Tigre Manjatan.

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