Los geranios

Quique Fernández
16 de Octubre de 2018
Actualizado el 28 de octubre de 2024
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geranios

La mujer no para de llorar. Pilar está acostumbrada. Se centra en su trabajo, siempre le han gustado las flores y es feliz desde que la contrataron como jardinera. Sube el volumen del reproductor de música y se ajusta los cascos a los oídos. Día soleado y tranquilo. Siempre lo son allí. —¡¿Por qué te fuiste tan pronto?! —Grita la mujer. Pilar mira de reojo: está de rodillas en el suelo y se frota la cabeza con las dos manos. No es raro observar imágenes así en el cementerio. Vuelve a subir el volumen y se sumerge entre las plantas y árboles de La Almudena. —Hija mía, eras muy joven, ¡muy joven! —Continúa gritando. Pilar suspira. Los residentes nunca se quejan, pero sus familiares tienen la mala costumbre de hacerlo constantemente, estropeándole las mañanas tranquilas y soleadas. Enciende la podadora y arranca los arbustos, con especial cuidado de no hacer daño a los geranios de la esquina. Cada mañana despierta ilusionada pensando en sus geranios. La mujer ha desaparecido y Pilar no puede evitar la curiosidad. Se acerca al nicho y lee la inscripción. Irene tenía treinta y cinco años y la familia lamenta mucho su traumática pérdida. A Pilar le cuesta reprimir la carcajada; otro muerto con la misma frase en la caja. Aunque la palabra traumática aporta un matiz original. La música retumba en su cabeza, pero nota la presencia de los dos hombres que se acercan a paso tranquilo. Apestan a alcohol. Pilar retrocede y finge ocuparse de las plantas. —Me cago en Dios, mira qué tumba más fea—Murmura uno de ellos—Ya dije que no quería la de la cruz en el centro, ¡no me gusta la puta cruz! — A medida que habla sube el tono— ¡Era mucho mejor el féretro en el que salía un ángel! —Es que ni eso saben hacer bien…—Susurra su acompañante. Los dos hombres visten con camiseta y pantalones cortos. Demasiado informales, Pilar está acostumbrada a la elegancia que rodea la muerte, aunque no entiende tanta distinción para estos eventos inevitables y dolorosos. Le encantaría seguir escuchando, pero su turno acaba y debe marchar a casa. Los visitantes hablan ahora en voz baja y Pilar repasa sus geranios por última vez. No los pierde de vista hasta que cambia de camino. Son los geranios más bonitos de La Almudena, los que les hace sentir mayor cariño y compañía. Cuando llega a casa repasa las noticias en internet. Su sección favorita es la de sucesos. Empieza por las informaciones que se publicaron durante la mañana: joven madrileña muere apuñalada, el sepelio se producirá esta tarde en La Almudena. Pilar cambia rápidamente de noticia. Navega durante un par de horas por otros robos, secuestros y violaciones hasta quedar dormida frente a la pantalla del ordenador, recogida sobre el teclado del portátil. Despierta con los primeros rayos de luz. Sale hacia el cementerio sin perder un segundo. Quiere revisar que sus geranios están bien. En el nicho de Irene vuelve a estar su madre, aunque la encuentra algo cambiada. —Esos hijos de puta se van a enterar, hija mía, se van a enterar… Aunque me cueste la vida. Ellos tienen la culpa. Pilar se estremece, no es el primer sueño de venganza que presencia; le apasionan. Es como vivir las noticias de sucesos en primera persona. Lástima que pocos se atrevan y acabe en un deseo reprimido. Cobardes, matar a alguien es tan fácil como quitar las malas hierbas, piensa mientras arrastra la podadora sobre los arbustos, con cuidado de no rozar si quiera los geranios. Cada día están más grandes y bonitos. La mujer desaparece del cementerio, ahora al nicho le acompañan los dos hombres del día anterior. Pilar los reconoce por el hedor a alcohol. —La madre piensa que hemos sido nosotros. —Está loca. —La queríamos más que ella. ¡Si le ha puesto la puta cruz! —¿La arrancamos y ponemos el ángel? Pilar lamenta que acabe su turno, revisa por última vez los geranios y vuelve a casa. Se consuela pensando en todas las noticias de sucesos que podrá leer antes de dormir. Algo le extraña al entrar en el barrio. La vigilan y persiguen. No puede verles, pero están allí; muy cerca. Acelera el paso hasta llegar a su portal. Intenta sacar las llaves del bolso; caen al suelo. Dos sombras se abalanzan sobre ella, no puede retroceder ni pedir ayuda. Nota el aliento en su nuca, erizándole la piel. —Policía, debe acompañarnos a responder unas preguntas. —¡No he sido yo! —Chilla—La que cuida los geranios es otra persona, yo no sé nada de eso. —¿Disculpe? Acompáñenos, por favor. Pilar obedece. En comisaría los agentes le explican que acaban de encontrar a dos hombres asesinados en el cementerio. La última vez que se les vio con vida fue junto al nicho de su amante, una joven también asesinada con la que mantenían una relación a tres. —Auténticos depravados, además la mujer tenía un hijo adolescente de otra relación anterior—Explica el agente más viejo haciendo aspavientos con las manos— Están destruyendo la familia tradicional… Pero nuestro deber es aclararlo y hacer justicia. Usted trabaja justo en esa zona. Algo habrá visto. Pilar responde con evasivas, fingiendo ser demasiado estúpida como para enterarse de algo. Las preguntas le incomodan; ya ha logrado comprender toda la historia y no le gusta. Debe salir de allí, y lo consigue cuando ya ha anochecido. Llama a un taxi. No puede ir a casa, lo más seguro es volver al cementerio. Ofrece más dinero al taxista a cambio de sobrepasar el límite de velocidad. Llegan en menos de quince minutos. Escucha los sollozos al colocarse junto a los geranios. Se agacha e intenta pasar desapercibida. —Ya puedes descansar tranquila, cariño, esos dos babosos no volverán a molestar por aquí—Murmura la mujer— ¡Ya te dije que no eran una buena influencia! —Suspira y calla durante un instante— ¿Y esa cruz tan fea? ¡Tu padre se va a enterar! Menudo mal gusto tiene. ¿Es que siempre me va a tocar arreglar las cosas en esta familia? —Exclama dirigiéndose a la salida. Pilar comprueba que no hay nadie a su alrededor. Por la noche sólo están los muertos y alguna pareja que busca intimidad. Arranca los geranios uno por uno, son más de los que creía; y los más grandes que ha visto en su vida. Comienza a vislumbrar las hojas de siete puntas, su verdadero tesoro. Ya no quedan geranios, sólo la planta verde y alargada que tantos ingresos extra le ha dado durante los últimos meses. El sueldo de jardinera le pareció ridículo desde el primer momento, pero le permitió explorar otros negocios. La mete en el bolso con especial cariño. Aún no está preparada, tendrá que esperar unas semanas más. El cementerio ya no es lugar seguro, se acabó el improvisado escondite; lo intentará hacer en casa. Hay algo que tiene muy claro: no volverá a vender su preciado producto a los niñatos pijos del barrio de Salamanca. Sus madres se ponen histéricas cuando les pillan comprando y amenazan con llamar a la policía. Apuñalarla no fue buena idea, sólo ha servido para atraer a los agentes hasta su negocio. —Con lo grande que es La Almudena y te tuvieron que enterrar aquí—Se despide pellizcando la cruz del nicho.

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