Ayer sábado, Eustaquio se propuso éxito. La propuesta le llegó en formato aparición: destello, sacudida y escalofrío; y lo hizo como se presentan las decisiones incuestionables: con fe ciega. Sintió el emotivísimo subidón que conlleva toda Epifanía y se recreó con las imágenes de su inminente futuro exitoso, que se le aparecían como delirantes visiones fragmentadas, similares a los habituales vídeos caseros, en los que se reconocía a sí mismo, ya personaje exitoso, en diferentes situaciones mundanas: trabajando, comiendo, descansando, y en los que distinguía una diferencia sustancial con el yo actual: sus ojos. Algunas visiones, primerísimos planos, mostraban un brillo, un mirar, un tener los ojos abiertos, muy abiertos, que denotaban, y él mejor que nadie para interpretarlo, su encuentro y posesión de la más preciada maravilla que se necesita en la vida: satisfacción. Además de satisfecho, pudo observarse algo más alto y mejor persona; tenía las formas de la generosidad, estaba peinado con cuidado desenfadado y se sentía abierto a ideas que nunca antes se había planteado. Sus movimientos pausados resultaban adorables; adoró su éxito bien llevado y le satisfizo verse humilde en la gloria, al contrario de aquellos nuevos ricos pretéritos. Sin duda, en su futuro abrazaría el buenrollismo, la caridad, el Mark Zukerberg style of living. Podría permitírselo. Sabría comportarse, asimilaría la personalidad de los grandes, seguiría su patrón: cierta alegría chulesca, quizá prepotente, envuelta en aires sencillos: sobrados pero amigables.
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Y desde ayer sábado, antes incluso de terminar de desperezarse en la cama, se sintió como ellos. El éxito requería, a su entender, de una actitud inquebrantable, de perseverancia, empuje, fe en uno mismo. Necesitaba una idea. Debía de ser un proyecto autónomo. En otras ocasiones había cometido el error de buscar el éxito en el oficio, pero el éxito que se produce en función de las horas dedicadas, no es tal éxito sino fracaso; él buscaba un negocio que rodase solo, al cual dedicar, por supuesto, inspiración y actitud, pero no jornada diaria. Necesitaba algo como las app o las patentes, que dan dinero y crecen incluso cuando duermes… Buscó las ideas allí donde habitan: dentro de uno. Se indagó. Exprimió su imaginación y sus necesidades, se imaginó receptor, cliente, usuario, ¿qué querría alguien como yo? ¿Qué?
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Y ayer sábado, Eustaquio se levantó finalmente de la cama a eso de las once de la mañana y compaginó todas sus actividades habituales con la búsqueda. En el trayecto en bici al mercado, comprando unas alcachofas de temporada, en el trayecto en bici de vuelta a casa, en la ducha, cagando, cocinando las alcachofas con pan rallado, ajo, limón y taquitos de serrano y luego comiendo, lavándose los dientes y durante la siesta, durante el partido televisado, la cena frugal y el sueño de medianoche: entretejió neuronas, tricotó hilos de una y otra idea, se dejó ensimismar por intuiciones; rondó la inspiración hasta el acoso y alrededor de las dos de la madrugada, insuflado de gracia, se levantó y apuntó en un pequeño bloc que dejaba en la mesilla lo siguiente: chocolatada. Y a continuación: “Franquicias a mayor gloria del chocolate”. Listo. Ocres y azulados, gotas de limón, sábanas revueltas y vueltas en la cama. Tirabuzones, soliloquios de sonámbulo, sonrisa apretada contra el colchón. Carcajada y sueño y dormir sin soñar y despertar abrupto, sonriente, exagerado. Eustaquio se levantó con los pies en la almohada y la cabeza colgando al vacío que dejan sus cinco dioptrías, desde el borde de su cama hasta la moqueta de su cuarto. Se despertó de domingo como un iluminado.
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Hoy domingo, tras su tempranísimo despertar, se ha puesto las gafas y lo ha leído: chocolatada; franquicias a mayor gloria del chocolate. Le ha seguido pareciendo una idea fabulosa. Saltos, ducha, correr por la habitación, su mente cabalgando a galope tendido y sin posibilidad de cansancio. La dejó desbocar, esto ya no lo para nadie: vendería chocolates al peso, en tabletas, en bombón; blancos, negros, azules, amargos, picantes, agridulces, con sabor a limón. Haría cócteles nocturnos al chocolate, fondues diurnas, churros mañaneros; camisetas, gorras, tazas. On line y off line. ¿A quién no le gusta el chocolate? Montaría un local, un solo local en la ciudad y vendería franquicias. Locales especializados en juegos de chocolate, batallas de chocolate, tratamientos faciales con cacao, antidepresivos dulces para los lunes, malditos lunes, tabletas con tu nombre, con tu cara, con tu frase favorita. ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes? El tiempo había cambiado su velocidad, el domingo no avanzaba y él ya volaba. Lo que tardan horas en pensarse él lo procesaba en segundos. La realidad del domingo mutó y el universo; el universo no, pero el país, su ciudad, cambió su epicentro para girar a alrededor suyo. Él era el nuevo eje, él sería el nuevo éxito de la ciudad. A las 7:30 tenía un primer plan de costes. A las 8:00 se duchaba y vestía, como todas las mañanas. A las 9:30 escribía un correo dirigido a su jefe. A las 9:35 había dejado el trabajo. A las 9:48 llevaba dos páginas de word con lo que a las 9:58 acabaría siendo el primer borrador del proyecto: finaciación inicial, producto mínimo viable, retorno de la inversión, nombre preliminar e incluso un borrador de logotipo. A las 10:00 bajaba a desayunar a la plaza y disfrutóaba de tostadas extragruesas de cafetería, a la plancha. Manjar exquisito. A las 11: 00 tenía novia. Y es que no hay nada una buena actitud, siempre lo había pensado, para que la cabeza funcione. Vio entrar a su futura novia sin compañía; le pareció ejecutivo-atractiva-interesante y se atrevió con las palabras adecuadas: no me gusta desayunar solo, te agradecería enormemente que me acompañases y como muestra de mi ilusión te propongo una tostada exquisita. Invito yo. Esas palabras, sencillas, lejos de excentricidades, cordiales, simpáticas, adecuadas, las acompañó de una gran sonrisa y manos apretadas primera-comunión. Listo. Ella era agradabilísima y de Toledo, como él, qué maravillosa coincidencia, cuánto de qué hablar. Madrid lo devora todo, no sé cómo no hacen algo los políticos para que podamos trabajar en nuestros pueblos…/los melocotones del mío son los mejores de toda la península…/en El Tajo pescaba percas cuando era pequeño y nos bañábamos… A las 11:40 volvía a su casa con el teléfono de su novia apuntado gracias a una llamada perdida. A las 12:30 había mejorado el documento con apuntes de gastos imprescindibles, así como la estrategia de equipo que quería transmitir al diseñador web y al decorador de la tienda. Ambos debían trabajar al unísono y totalmente compenetrados. A las 12:35 buscaba locales por la web. Ajustó presupuestos en función de los precios encontrados. A ello le sumó los costes estimados de reforma, decoración y climatización. El género no necesitaba cámaras frigoríficas pero sí de un buen sistema de calefacción y aire acondicionado, por conductos, como el de la oficina de su ex-trabajo. A las 14:30 bajaba estrenar novia… comiendo. Se invitaron a comer en un restaurante gallego. Ella pagó su menú de triunfador y él el de ella. Romanticismo y brindis con los cafés. Le contaba su proyecto y se entusiasmaban juntos, incluso le ayudaba con el nombre: adictos al chocolate. ¿Adictos? Adictos. Después de comer dan un paseo entre rododendros, madroños, mimosas y eucaliptos: parque de El Retiro. En un rincón poco transitado se detienen rodeados por cantos de pájaros, que, según le cuenta ella, son ruiseñores acorralados por foráneos loros verdes, una plaga invasora que les estaba dejando sin hábitat y que les envolvía como ningún soundround es capaz de hacer. Decidieron reanudar el paseo bucólico: olmos, más rododendros, cipreses, palmitos, muchos pinos e incluso un par de secuoyas. Compran pipas y se sientan en el respaldo de un banco, los pies en el asiento. Cric crac. Jóvenes enamorándose. Teléfonos en silencio. Pocas palabras y un manto de cáscaras a sus pies.
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La tarde pasa entre cáscaras y alguna referencia al chocolate. Poco a poco se va levantado brisa y con ella aparece una tenue llovizna. Se despiden apresuradamente. Quedan mañana a desayunar. Al llegar a casa Eustaquio se sienta a retomar el proyecto pero pasan los minutos, oscurecidos tempranamente por las nubes y no sabe qué más añadir. Deambulará por internet y se acostará tarde, pero sin brío.
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Y mañana por la mañana se levantará de lunes, malditos lunes. Llamará a su ex-trabajo para que le readmitan y posiblemente lo hagan. Su orgullo no le permitirá acudir al desayuno y su novia será ex-novia de la noche a la mañana. Acudirá al trabajo en bici, pasará junto al mercado y comerá de menú. Mañana lunes por la noche, al volver del trabajo, se pondrá una serie y se quedará dormido a mitad del primer capítulo…
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Y aún así, tan solo será una derrota más en el intento. Nada definitivo. Otro maldito lunes volverá a la búsqueda. ¿Quién supuso que la búsqueda de la satisfacción es sencilla?