Cada realidad es una normalidad para cada persona, de eso no cabe duda. Lo que para mí es motivo de algarabía, de dar cabriolas en mi interior, para ti puede ser de "chicha y nabo", y viceversa. Esto siempre provoca desazón e incluso tempestades, pues pareciera nimio lo que sentimos ante los ojos del otro. ¿Y qué hacemos para dotar de sentido a nuestras dispares realidades?
Digo yo que, después de tanto tiempo de desarrollo intelectual y emocional, alguna solución habrá. En muchos casos, nos imponemos, en otras ocasiones, nos enfadamos, aunque también es verdad que, en la mayoría de los casos, nos alejamos para meternos en nuestra particular concha de caracol para así no discutir o pasar página, y nos conformamos con un "qué más da".
Estas realidades, tan distintas ante los mismos hechos y vistas de tan distinta forma, han dado lugar a que pensamientos minoritarios y no excesivamente benévolos, alcen su voz imponiéndose con certeza casi pragmática a las verdades que, hasta ese momento, eran mayoritarias; y esto ocurre sin argumentos bien defendidos, solamente con alzar más la voz, haciendo ruido.
Alguien que simplemente impone su manera negativa de ver un mismo hecho, es capaz de provocar un velo de blandura en temas tan importantes para cada persona, como pueden ser el amor, el compartir o la identificación de quienes somos y el lugar que ocupamos en la familia, amigos, trabajo y sociedad. El que más alza la voz, más poder tiene, al menos en apariencia.
Al margen de esta distinta forma de ver las cosas que tenemos los seres humanos, y de imponer nuestro criterio según los ojos con que miramos, está el "querer ser más que nadie".
Y es que, nos gusta tanto regodearnos y chapotear en charcos tan insustanciales como "qué me pondré mañana para llamar la atención y ser el/la más admirada", o "si nuestro regalo en comparación con el resto de los regalos de cada miembro de la tribu en bodas y comuniones será el más aplaudido", o "si vendrá fulana o mengana, que es la tercera pareja de mi primo, el de Madrid y que siempre da la nota", … Siempre queremos ser los más originales para quedar por encima del resto.
Con esta forma distinta de entender la realidad y con "querer ser más que los demás en todo aquello que nos consideramos superiores", nos vetamos a la hora de compartir de manera sincera la única y simultánea verdad. Así, impedimos apaciguar el corazón y vivir sinceramente el momento que nos sostiene con una realidad común, que no es otra que disfrutar con quienes estamos y a quienes veremos su alma sonreír y hacer que la nuestra tenga un "emoji de alegría".
La realidad individualizada y desdibujada en pétalos caídos, sin tener en cuenta el corazón de la flor (la realidad del otro), pierde belleza y hechura. Y lo más incoherente, hace que días tan propicios para parir recuerdos se entreguen a minucias nacidas por sentimientos como la envidia, el rencor o simplemente la frialdad de la contemplación, viviendo como convidados de piedra en momentos tan felices como un cumpleaños, una boda o cualquier otro evento.
Cuando, además, sumamos a la ecuación de miradas distintas, deseos de ser más que el resto, la falta de los mayores, esos abuelos y padres que tanto sentido dan a la vida, la realidad se distorsiona aún más. «Nada es igual» (mil veces he oído desde pequeña esta frase, generación tras generación). Pasar a la primera línea de fuego para algunos es conseguir una supremacía inexistente en la pirámide o escalafón familiar, social o profesional.
De nuevo, un punto más para sumar en la visión de mundos diferentes para un mismo instante. Pero perderse en esa inapetencia de sentimientos o afán de superioridad por ser los cabezas de la manada, es un craso error. Pasar a la primera línea en relación con las generaciones más jóvenes es tener la responsabilidad de crear los que serán sus nuevos momentos inolvidables que ellos con el tiempo traerán a colación cuando nosotros ya no estemos.
Por eso, mi realidad y la tuya, por muy distintas que sean ante un mismo instante, son esenciales y deben ir de la mano para conjugarse alegres en todos los tiempos del verbo amar, olvidando predicados que solo son excusas para echar por tierra lo cardinal.
Ni mi mundo es mejor que el tuyo, ni mi mundo tiene sentido sin el tuyo, mi realidad no serviría de aprendizaje sin tu realidad, ni yo soy mejor que tú ni tu eres superior a mí, expresar lo que deseamos en armonía y asertividad es la mejor receta para compartir días especiales o la propia rutina.
Aunque veamos de forma distinta, vayamos de la mano por el mundo.