'Salto o caída', de Juanma Díez Diego o cómo adentrarse en la enfermedad mental y el suicidio sin paños calientes

Salimos con la vaga sensación de haber visto algo que merece la pena entre este color gris que adormece las salas muchas veces.

27 de Junio de 2025
Actualizado a las 17:01h
Guardar
salto o caída
Un momento de la obra 

Decía el bueno de Carl Jung que “la vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”. Ahora que está tan de moda autodiagnosticarse enfermedades mentales de pacotilla (esas que antes llamábamos “puto curro, bajona, el barrio, pobreza, miedo al futuro, cansancio o familia de mierda”) nos viene bien adentrarnos en las de verdad, no en esas que repiten y repiten, moviendo la cucharilla de café, los eternos adolescentes narcisistas de 18 a 55 años que tienen miedo a vivir porque mola eso ahora. La enfermedad mental existe y es quizá lo más dramático que hay y, por ende, lo más teatral. El teatro de cámara es cosa de valientes, o eso debería de ser en estos tiempos, en los que ya se liberó de corsés, audiencias o shares. Pero hombre, ¿quién quiere ver un brote psicótico en escena después de salir de currar? ¿a quién le apetece diseccionar las razones del suicidio de un familiar cercano?... Bueno, parece que Juanma Díez Diego se ha propuesto amargarnos el día, quizá la semana, porque de la obra no salimos igual: salimos mejores, porque salimos pensando hacia dentro, también mirando al cielo y sabiéndonos insanamente sanos.

Si tu madre se suicida o se resbala, si decide ella o si decide la providencia. El pasado es mejor no tocarlo mucho, no vaya a ser que no cumpla nuestras expectativas y nos dé sorpresas (que se lo digan a este país). La compañía Luces y sueños ha decidido volver sobre sus pasos al diván y mostrar en crudo, esta vez, la mente psicótica sin terrores, sin espectáculos, ni artificios innecesarios. El cuidadoso trabajo lumínico de Jesús Díaz Cortés nos balancea por un magnífico texto hacia el pasado, el presente, lo interno y lo externo con naturalidad y nos abre el umbral de una cornisa donde la madre siempre está a punto de revivir el momento de su muerte.

Pero vayamos al tema, si tienes a Mabel del Pozo en el elenco pues mira: ¡todo es más fácil!... ya lo sabíamos, pero parece que con cada montaje tiene más potencia, más mirada interior, mejor voz, más verdad, mejor composición física y escénica y más técnica… deambula por la cordura con una ironía de niña juguetona para atravesar el la puerta de la locura como si estuviera charlando con el mismo Grotowski. Sin trances innecesarios, energética pura, como un ritual donde su meñique nos movía a una sala llena de enamorados (llena a rebosar, por cierto).

No es que Juanma Díez y Lolo Diego estén mal, ni mucho menos, bien en todo, pero cuando juegas con Messi debe ser algo parecido a esto, que todo fluye.

Por ponerle un pero a una magnífica obra, diría que le sobra un cuarto de hora o le falta algún motor conflictivo más de los otros dos personajes, quizá echamos en falta que el portero o el hijo tengan su momento, su peso, su propia trama, que nunca llega y se echa de menos. Todo termina recayendo sobre la madre, y llega un momento en el que ya hemos aprehendido todo su proceso vital y queremos saber más de los otros. Aunque, también diría, que ver a Mabel construyendo sus transiciones bien merecen tres prórrogas, y un par de tandas de penaltis.

En fin, que salimos con la vaga sensación de haber visto algo que merece la pena entre este color gris que adormece las salas muchas veces. Salimos con los ojos abiertos y queriendo hablar de esas cosas que nunca contanos ni a los amigos y que todos padecemos en silencio, sí, la enfermedad mental, que a todos nos toca en carnes o tristemente cerquita y de la que nadie se atreve a hablar así, con esta cercanía y está crudeza. Como diría Jung, quien mira hacia afuera, duerme, y quien hacia dentro, despierta.

Lo + leído