Shangri-La: En la encrucijada del cómic europeo

22 de Septiembre de 2024
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Shangri La En la encrucijada del cómic europeo

Shangri-La, el cómic más celebrado hasta el momento de Mathieu Bablet, fue publicado por primera vez en Francia en 2016, y en España en 2017 de la mano de Dibbuks, donde conoció varias ediciones. Como un síntoma más de la desastrosa gestión de Dibbuks por el grupo Malpaso, tristemente célebre en el sector editorial del país, los derechos en España de esta icónica space opera han pasado a Tengu Ediciones, que acaba de relanzarla este año en una nueva edición bajo su sello, para solaz de los aficionados al cómic y la ciencia ficción que aún no tenían en su estantería esta obra imprescindible. Qué mejor ocasión para hablar de ella; pero más que por la obra en sí, cuya relevancia está fuera de toda duda, por lo que ha significado en el panorama del cómic europeo, poniéndola en contexto y sirviéndonos de ella como punto de partida para una reflexión sobre el pasado, presente y futuro de la bande dessinée.

Hasta la fecha, Bablet tiene en su haber cuatro grandes obras, grandes en todos los sentidos: extensas, de gran formato, ambiciosas tanto en el fondo como en la forma. Son La bella muerte (2011), Adrastea (2014), Shangri-La (2016) y Carbono y silicio (2020). La elaboración de cada una de ellas le lleva años de trabajo exigente y minucioso. Sus personajes presentan una estética muy personal, más cercana al álbum ilustrado que a las convenciones visuales del cómic, con unas proporciones anatómicas escasamente vitruvianas y rostros que recuerdan al expresionismo de Schiele. En contraste, el entorno en el que están inmersos aparece meticulosamente definido: espectaculares paisajes y arquitecturas a lo Schuiten que invitan al ojo del lector a detenerse en cada viñeta. Una exuberancia gráfica que ralentiza el ritmo narrativo, haciendo de la lectura de sus obras una experiencia densa, solemne, intensa. Sus guiones, de una solidez a prueba de bombas, ponen sobre la mesa temas nada banales que invitan al lector a la reflexión: se trata de obras incómodas, que se valen de la ciencia ficción (o, en Adrastea, de la mitología griega) como excusa para poner sobre el tapete cuestiones de gran calado, de índole política, moral o existencial. No se trata de entretenimiento ligero.

Pues bien: Bablet, consciente de las particularidades de su estilo, incide en sus entrevistas en que desde el primer momento tuvo muy claro a qué editorial quería presentar sus obras; así lo hizo y acertó de pleno. ¿A cuál creéis que fue? ¿A alguna de las grandes editoriales francobelgas consagradas en el Olimpo de la bande dessinée? ¿A Glénat, Dargaud o Casterman? Frío, frío. Nada más lejos: Bablet apostó por la recién nacida Label 619, y Label 619 apostó por él. Esta joven editorial, dirigida por Guillaume Renard (alias RUN), no era entonces ni siquiera una editorial, sino solamente una colección perteneciente al grupo Ankama, que había comenzado su andadura en 2001... como compañía de videojuegos.

Los socios de Ankama, friquis a la par que empresarios visionarios, hicieron realidad un sueño que nadie se había atrevido a plantear más allá de las fronteras de Japón: producir una franquicia transmediática, un conglomerado de mundos paralelos y razas fantásticas (el Krosmoz) que se expresa a través de videojuegos, cómics, series de animación, juguetes, merchandising y lo que haga falta. Para la gargantuesca industria nipona del manganime y para el leviatán mediático de la factoría Disney, esto es el pan nuestro de cada día, pero en el Viejo Mundo nadie había tenido las agallas para hacerlo. Fue así como Ankama parió las franquicias paralelas Dofus y Wakfu en sus múltiples expresiones; entre ellas, por supuesto, sus correspondientes series de cómic, pioneras del género manfra (manga français), que se pusieron a sacar tomos como churros imitando el modelo japonés. A su vez, la rama editorial de Ankama se diversificó en distintas colecciones, dentro de las cuales Label 619 nace para especializarse en temáticas urbanas y de ciencia ficción. Su producto bandera fue la serie Mutafukaz, firmada por el susodicho RUN, un indigesto híbrido de Men in Black y Grand Theft Auto dirigido a un público joven ávido de sensaciones fuertes: es el equivalente en cómic a las bebidas energéticas. Mutafukaz se prodigó en numerosos tomos y hasta en una película que causó sensación en Sitges (¿cómo no iba a aplaudir el público de Sitges unos dibujos animados gore e hiperviolentos, por insustanciales que estos fueran?).

¿Qué fue lo que vio Bablet en Ankama/Label 619 y no vio en otras editoriales? ¿Qué tienen que ver sus personalísimas obras con productos de entretenimiento como Wakfu o Mutafukaz? Pues sí, tienen algo fundamental en común, y el genio de Bablet fue saber detectarlo: la ambición y la voluntad de renovar la estancada escena francesa a través de la reinvención de modelos foráneos, ya sea la poética del exceso de las sagas shonen o la violencia barriobajera de GTA y los shooters americanos. En el cambio de siglo, la bande dessinée entraba en un proceso de aburguesamiento; si los setenta y ochenta fueron una fértil espiral de búsqueda y transgresión, los dosmiles vieron a las grandes editoriales francobelgas sumirse en la autocomplacencia y el conservadurismo, repitiendo una y otra vez las mismas fórmulas: un mantra para reafirmar el estándar del cómic europeo frente a los barbarismos del manga y los superhéroes. La constelación de sellos surgidos en torno a Ankama, en rebelión contra el orden establecido, reaccionan contra esta industria editorial devenida gendarme del buen gusto.

Ninguna de las grandes editoriales francesas fuera del ámbito de Ankama habría apostado por una propuesta como Shangri-La de Mathieu Bablet, porque trasciende los límites razonables de lo que se considera cómic europeo. Es una space opera a lo Christopher Nolan, ambiciosa desde la primera hasta la última viñeta: el prólogo y el epílogo, que tienen la grandeza visual del 2001 de Kubrick, proyectan las consecuencias de la historia principal miles de años hacia el pasado y hacia el futuro. Y al mismo tiempo, a pesar de no adaptarse a los cánones establecidos, Shangri-La es cómic rabiosamente europeo: el gran formato se le queda corto y las imágenes son reminiscentes del mejor Métal Hurlant (Caza, Druillet o el Moebius de Arzach).

Ahora Bablet es uno de los miembros de la junta directiva de Label 619, que desde 2019 se ha emancipado de Ankama y continúa su andadura de la mano de Rue de Sèvres. Los ecos del mensaje que lanzaron con su rebelión han quedado resonando en el aire, obligando a la industria francesa a replantearse la definición de la bande dessinée a la vista de las cifras que dan fe del éxito de Shangri-La: solamente en Francia se han vendido más de 75.000 ejemplares, lo que es doblemente significativo si tenemos en cuenta que no se trata precisamente de un cómic barato (34 € cuesta su actual edición española). El único lenguaje que entienden los mercados es el de los números que arroja el volumen de ventas, y la chef-d'oeuvre de Bablet, además de en sus virtudes intrínsecas, también destaca en este particular. Ojalá fuera así con todas las obras maestras.

Shangri-La, de Mathieu Bablet. Tengu ediciones, 240 páginas, 34 €.
Shangri-La, de Mathieu Bablet. Tengu ediciones, 240 páginas, 34 €.

 

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