Sonetos de Lentini

03 de Abril de 2024
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Lentini

No concibo el conocimiento sin saber de dónde nos viene. Siempre hay quien descubre el Mediterráneo y, peor, hay quienes bailan el agua a esos alcances que, lógicamente, deberían pasar por menesterosos y frustrantes. La ambición de aquéllos y éstos queda explicada en esta falta de necesidad de saber. Horacio nos guía, él se pregunta retóricamente por qué ignorar si se puede aprender, saber no hace daño porque se puede decidir usar o no lo almacenado, lo que parece claro es que siempre se puede echar de menos algo que pudimos tener y dejamos pasar.

No se entiende que se publique una joya con los sonetos de Giacomo da Lentini (Ca. 1210-Ca. 1260), a quien se atribuye el uso primero o la invención de esa forma, y que sea para el paladar de unos cuantos amigos y alguna exquisita extraviada. ¿No queda curiosidad en la Literatura? ¿Dónde están las universidades? A través de la editorial Alhulia, Syl-laba Colección de Poesía dirigida por Dionisio Pérez Venegas acaba de publicar los 22 sonetos de Lentini cuidados por el Catedrático de la Universidad de Catania Rosario Trovato, garantía sobrada de erudición y manejo del español dada su trayectoria como traductor a su lengua italiana de autores hispanos.

Lo curioso de esta edición radica en el conciso estudio introductorio, suficiente y necesario, y en que la traducción de los sonetos se distribuye entre el propio Trovato, Martha L. Canfield, Antonio Carvajal, Francisco Castaño, Miguel Ángel Cuevas, Pedro Luis Ladrón de Guevara, José María Micó, Monica Savoca, Jenaro Talens y Lucia Valori. Así la poesía de Lentini se eleva homenajeada por algunos poetas capaces que no ha hecho ascos nunca a la investigación y el estudio o a otras traducciones; esa nómina debería hacer saltar alguna alarma académica, temo que novelistas entretenidas capaces de arrastrar público o poetas desnudos mostrando sus supuestas emociones (sabe Dios) han convertido en espectáculo lo literario hasta en la Universidad.

Lentini es contemporáneo del escolástico Tomás de Aquino o de los músicos de la Escuela de Notre Dame, y sin embargo la distancia medieval que nos separa de estos autores llenos de símbolos teológicos se transforma en cercanía amorosa de evocaciones que parecen actuales: flores, amistad, rostros sensuales, sufrimiento amatorio, ingeniosas alegorías, juegos de sonido (muy Perotin y Leonin por cierto) hacen la lectura de esta gollería poética una exaltación del soneto, horma capaz de lo peor pero que bien utilizada da lo mejor de un pensamiento poético clausurado, como el huerto cerrado que alberga todo.

La simple curiosidad por un librito bello, breve, asequible en todos los sentidos y garantizado por quienes con amor a las Letras han estimado la necesidad de su nacimiento para cubrir un vacío inexplicable en nuestros estantes, debería ser la base para publicitarlo; Dante, Petrarca, Marqués de Santillana, Garcilaso, Fernando de Herrera, Lope, Góngora, Quevedo, Cervantes... sería absurdo seguir nombrado practicantes de la áurea forma, para cualquier aficionado este libro apuntala una fuente de la que de una manera u otra todo el mundo bebe, a no ser que ya a la poesía no le interese la poesía sino el poeta... entonces me callo.

He visto al día claro verter lluvia,			y al oscuro volverse claridad,			y al fuego ardiente convertirse en hielo			y a la más fría nieve dar calor,			y he visto cosas dulces que amargaban			y a las amargas provocar dulzura,			y a dos rivales mantenerse en paz			y nacer el desprecio en dos amigos.			Y he visto en el Amor aún más prodigios:			estaba herido y me curó al herir,			y el fuego en el que ardí apagó con fuego.			La vida que me dio causó mi muerte			y ardo en el fuego que me consumió:			me quitó del amor, y en él me puso.				[Trad. de J. M. Micó]
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