A orillas del río Alagón, entre encinas, huertos y tierras de regadío, late también una geografía lingüística que ha pasado inadvertida para muchos. El habla del valle del Alagón, compartida entre pequeños pueblos de la provincia de Cáceres, donde destacan Coria y Torrejoncillo, constituye un patrimonio idiomático que, pese a su aparente modestia, conserva huellas de siglos de convivencia cultural. Su riqueza filológica lo vincula, por un lado, con el bable asturleonés y, por otro, con las formas particulares del castellano extremeño, situándose en un cruce de caminos histórico y lingüístico.
Los estudios dialectológicos ubican al valle del Alagón dentro de la amplia zona de transición entre el castellano y el asturleonés, herencia de la repoblación medieval que llevó a campesinos, soldados y clérigos desde León, Asturias y Galicia hacia el sur durante la Reconquista. Esa mezcla explica fenómenos que aún perviven: el mantenimiento de la -u final en lugar de la -o castellana (“gatu” frente a “gato”), la aspiración de la -s final de sílaba (“loh animá”) o la conservación de formas verbales arcaicas que hoy sorprenden al oído urbano.
Aunque el bable asturiano se reconoce como lengua propia con fuertes esfuerzos de preservación, el habla del valle del Alagón carece de estatus oficial, lo que ha favorecido su progresiva erosión. Sin embargo, su parentesco con el asturleonés es evidente: léxico como cachu (trozo), fíu (hilo, hijo), cachiporra (garrote) o giros sintácticos como “la casa mía” muestran esa filiación compartida.
Entre rusticidad y creatividad lingüística
Lejos de ser un “mal hablar”, como a menudo se ha estigmatizado desde centros urbanos, el habla del Alagón muestra una capacidad creativa y expresiva de gran riqueza. El uso de diminutivos afectivos (-inu, -ina), la preferencia por las perífrasis verbales, o la abundancia de refranes y paremias dotan al habla de un carácter vivo y cercano a la oralidad campesina.
Cada palabra tiene sabor a tierra. No es solo el léxico, sino la manera de construir frases, la cadencia, el ritmo, lo que convierte esta variante en un microcosmos lingüístico fascinante.
La filología revela además una particular riqueza en campos semánticos ligados a la naturaleza y a la agricultura, herencia de una sociedad tradicionalmente rural. Palabras específicas para los aperos de labranza, los tipos de regadío o las especies de plantas reflejan un conocimiento íntimo del medio, donde la lengua se convierte en archivo cultural.
La relación con el bable
Si bien los paralelismos con el bable asturiano son notables, también lo son las diferencias. El habla del Alagón ha estado más expuesta a la presión del castellano estándar, lo que ha erosionado algunas de sus formas más arcaicas. Además, la cercanía a Portugal ha dejado huellas en el léxico y en la entonación, con préstamos que no se encuentran en el asturiano.
Desde la perspectiva filológica, puede hablarse de un continuum lingüístico que conecta el norte de Cáceres con León y Asturias, aunque con variaciones locales que hacen de cada valle un laboratorio dialectal único. En este sentido, el valle del Alagón representa una frontera viva entre el castellano y las hablas históricas de la península.
Patrimonio en peligro
La gran cuestión es la pervivencia de esta riqueza idiomática. La emigración rural del siglo XX, la escolarización en castellano estándar y la presión de los medios de comunicación han reducido drásticamente el uso de estas hablas entre los jóvenes. Hoy, son los mayores quienes mantienen con naturalidad expresiones que a menudo los nietos ya no entienden.
Algunos movimientos culturales han intentado recopilar y preservar este legado, con glosarios locales y estudios universitarios, pero sin un reconocimiento oficial ni políticas de promoción, el habla del valle del Alagón corre el riesgo de convertirse en una reliquia filológica.
Lengua, identidad y memoria
Más allá de la curiosidad lingüística, el habla del Alagón plantea un debate sobre identidad y memoria cultural. En un tiempo donde las lenguas minoritarias buscan reconocimiento, la variedad de este área del norte de Cáceres recuerda que la riqueza idiomática de España no se limita al catalán, gallego, euskera o bable, sino que incluye un mosaico de hablas locales con un profundo arraigo histórico.
Preservarlas no es solo un acto filológico, sino también político y cultural: implica reconocer que la diversidad lingüística es un valor que articula comunidades, fija memorias colectivas y otorga a cada región un lugar propio en el mapa de la cultura ibérica.
"El día que dejemos de hablar como nuestros padres o nuestros abuelos, perderemos algo más que palabras: perderemos una manera de ver el mundo”, sentencia un vecino de Torrejoncillo, con nostalgia y orgullo.