Han pasado ya varias semanas desde que escribí este artículo, que por algún motivo no llegué a enviar al periódico. Pero le he echado un vistazo y creo que es indiferente que haya pasado el tiempo, que lo que se narra más abajo –no tengo intención de tocar el texto- es igual de válido que si hubiera sucedido este lunes de lírica o un lunes de lírica de dentro de dos meses. El arte flota sobre el tiempo, y cualquiera que siga leyendo podrá comprobarlo en las siguientes líneas que escribí como sigue:
Volvía a SER POESÍA en Ámbito Cultural del Corte Inglés
y dos poetas de pelo largo, a saber: Fernando Beltrán y Gonzado Escarpa (Scarpa) estaban sentados en el escenario en sendas butacas de apariencia muy cómoda.
Scarpa, como saben todos los amantes de la poesía, es el responsable del mayor y mejor ciclo que se ha hecho nunca en España sobre poesía actual: hace ya más de tres años que comenzó a colaborar con Ámbito y por la sala de Callao han pasado los mejores y, por fortuna, parece que van a seguir pasando (ahora que la pandemia se diluye y agacha).
Beltrán es famoso, amén de un triunfador, por su oficio que –hasta donde sé– inventó él mismo. Es NOMBRADOR. Suyos son éxitos muy conocidos Opencor y la Casa Encendida, por citar sólo un par de ellos. Cómo poeta es auténtico e inconfundible: su mirada transforma la realidad en la que vive (allí estaba su mujer y de su boca salían sin pausalos nombres de sus dos hijas) pues la mira desde ángulos absolutamente personales y al ritmo exacto que le apetece y decide.
Su libro más reciente es LA CURACIÓN DEL MUNDO, y ha sido publicado después de que pasara bajo el rodillo del Covid.
(Mecanografía: MDFM)