De cómo la prensa española se dejó amordazar por Aznar durante el 11M

05 de Marzo de 2024
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A punto de cumplirse los veinte años del 11M, el mayor atentado de la historia de España que quebró la democracia en nuestro país, tal como asegura el periodista José Antonio Zarzalejos, el programa de Jordi Évole analiza, de forma brillante una vez más, cómo fue el comportamiento de nuestros medios de comunicación, de nuestros profesionales del periodismo, en aquellos días tan convulsos y complicados. Y la primera conclusión que extraemos es que contábamos con una prensa adocenada, trémula y vendida al poder que se creyó a pies juntillas todas las mentiras que le daba a tragar su Gobierno a través de aquellas infames ruedas de prensa y comparecencias institucionales. Hoy esa mala praxis parece superada, el periodismo digital ha llegado para dar un carácter más combativo e independiente, y sería impensable mantener, siquiera durante diez minutos, los embustes que iban soltando José María Aznar y el ministro Acebes para tratar de no perder las elecciones inminentes.

Desde el primer instante había sólidos indicios de que aquella masacre (193 muertos y más de dos mil heridos) no la había perpetrado ETA, tal como pretendía convencernos el gabinete del Partido Popular, sino terroristas islámicos. Ningún periodista quiso dar credibilidad a las informaciones de Otegi, que ya el 11 de marzo aseguró que la autoría no provenía de la banda independentista vasca. Es obvio que el dirigente abertzale no gozaba de ningún predicamento ni credibilidad como fuente al ser parte vinculada al mundo etarra, pero la ética periodística aconsejaba dar cobertura a la información que proporcionaba y a la que en ningún momento se le otorgó la importancia debida. Es más, y lo que es todavía peor, unos medios oscurecieron sus declaraciones publicándolas en un breve y otros sencillamente las ocultaron, lo que supuso un fraude periodístico en toda regla a la opinión pública española. La propia Mamen Mendizábal recuerda que el gran Iñaki Gabilondo no dejó entrar al dirigente independentista en antena y en directo. El reconocimiento del error les honra.

Por si fuera poco, en las primeras horas tras los atentados de Atocha, llegaba a la redacción de un periódico británico un comunicado de Al Qaeda reivindicando la matanza de Madrid, un dato que tendría que haber abierto todas las portadas de los diarios e informativos nacionales (tanto radiofónicos como televisivos) y que también pasó casi desapercibido para el gran público. Mientras tanto, la TVE de Urdaci seguía trabajando para el Gobierno en la gran trama de intoxicación mediática, insistiendo en que había sido ETA. La vergüenza se consumó cuando en uno de los informativos apareció un supuesto experto policial ridiculizando a quienes mantenían la autoría yihadista del atentado al asegurar que los activistas de Al Qaeda no van por ahí dejando grabaciones con versículos del Corán en coches y furgonetas.

Mientras la mayoría de la prensa seguía sometida al miedo a enfrentarse a los bulos del Gobierno (quizá para no romper aquel consenso sagrado tras décadas de terror etarra), los policías que trabajaban a pie de obra, y que ya disponían de evidencias suficientes sobre la pista árabe, se mostraban atónitos porque en este país no se estuviera contando toda la verdad, pese a que ellos estaban filtrando datos fundamentales que descartaban de plano, y casi desde el primer momento, la marca vasca. Solo algunos medios como la Cadena Ser decidieron romper la disciplina gubernamental oficialista, que no era más que un montón de mentiras. Javier Álvarez, entonces redactor jefe de Tribunales de la emisora, asegura que le informaron “de un hallazgo fundamental para la investigación: la mochila de Vallecas que la Policía encontró durante esa madrugada”. Álvarez señala al respecto que “la mochila recorre un episodio muy escabroso al principio, porque se recoge como un bulto más de los que hay en los trenes, y está cargada y activada”. Luego se encontraron los famosos teléfonos móviles, que llevaron hasta el locutorio yihadista de Lavapiés.

Cruz Morcillo, periodista del ABC, sintió rabia y pena al ver aquella portada infame del día siguiente (“España contra el terror”), en la que no se hacía ni una sola mención a la pista de Al Qaeda, principal línea de investigación, y probablemente única ya a esa hora. “Yo hablo con una fuente cuando sabemos lo de la mochila y esto es un poco políticamente incorrecto, pero me dice: Cruz, han sido los moros”. ¿Por qué no lo contó así el diario conservador? Zarzalejos, el director que llevaba la batuta en el rotativo, defiende en el programa de Évole que aquella primera plana respetaba de forma exquisita los cánones del periodismo. Pero no es así. Por desgracia, el ABC de Zarzalejos (por otra parte, un buen periodista) fue uno de los medios que se dejaron secuestrar por las consignas y presiones de Moncloa (también por la teoría de la conspiración, que empezó a circular y a rodar desde el estallido de la primera bomba). Aznar había dicho a todos los medios que tenía que ser ETA (peligraban las elecciones) y defendió esa mentira hasta en la ONU.

Con un cuarto poder fuerte aquel día, la patraña gubernamental se hubiese desmoronado a los cinco minutos, pero el bulo cuajó porque el Ejecutivo aznarista aplicó la teoría de la mordaza o del candado, que durante un tiempo precioso (hasta que algunos valientes lograron dejar atrás el manto de silencio, más bien yugo), funcionó. El miedo es libre y muchos directores se dejaron amedrentar, unos por intereses personales para salvar su trasero, otros por afinidad ideológica y los más por pura pusilanimidad, cobardía o miedo a las repercusiones. Hoy debemos felicitarnos de que la verdad resplandeciera finalmente, pero nos queda la triste mancha negra de aquel periodismo que, ya avanzada la democracia, no supo estar a la altura salvo honrosas excepciones.

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