Del “a tomar por culo” al “bruja”, un recorrido por la política de insultos y victimismo de Vox

22 de Septiembre de 2021
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Alejandro-Hernández

El partido ultraderechista Vox posee una maquinaria de insultos y una política de victimismo, todo a un tiempo, perfectamente engrasada. No es producto de la improvisación tanta concatenación de improperios, amenazas y lamentaciones victimistas, principalmente de cara a su electorado más ciego y fiel. Sus máximos dirigentes toman el ejemplo de otros países y repiten como loros sin salirse lo más mínimo del guión una dinámica ejemplar de insultos, ofensas, descalificativos y otros gestos despreciativos que hacen de su política irritante una olla de bilis en constante ebullición sin más fin que enrabietar a una sociedad exhausta después de una pandemia mundial ansiosa de aire en vez de ácido sulfúrico.

Del “a tomar por culo”, que le espetó a la presidenta del Parlamento de Andalucía el que fuera portavoz de la formación ultraderechista en la Cámara andaluza, Alejandro Hernández, al “bruja”, que este lunes le gritó desde su escaño del Congreso de los Diputados el diputado José María Sánchez García a la socialista Laura Berja por defender una propuesta que busca penalizar el acoso a las mujeres en las clínicas de interrupción voluntaria del embarazo, existe un incontable reguero de rifirrafes protagonizados por sus señorías de Vox en los más diversos parlamentos de este país, desde el Congreso de los Diputados, a la Asamblea de Ceuta, pasando por el Parlamento de Andalucía o la Asamblea de Madrid, todo ello regado con insultos, expresiones soeces y bravuconadas más propias de cualquier sketch de la saga cinematográfica de Torrente que de la tercera fuerza parlamentaria de España.

Logran un efecto euforizante entre sus fieles y, al mismo tiempo, señalan la línea divisoria entre el bien y el mal, que ellos marcan unilateralmente. Es lo que tiene ser la mano ultraderechista de dios

Ese malestar permanente en el que pretenden que la ciudadanía viva les sirve para pregonar sus más machistas, negacionistas, xenófobas, racistas y patriarcales propuestas asentadas en los decálogos más ejemplares de un nacionalcatolicismo que parecía parcialmente borrado de la faz de la Tierra. Desde que entraran a formar parte del espectro parlamentario de este país en diciembre de 2018 en las elecciones autonómicas andaluzas, sus señorías de Vox han ido inoculando progresivamente una política del miedo y la amenaza constante, con mensajes agresivos, hirientes y provocadores que no dejan indiferente a nadie. De eso se trata, de mover sin parar el avispero para que nadie duerma tranquilo y se revuelva de su asiento. No importa que la ética y la veracidad estén seriamente en peligro, lo importante es el fin, el medio es lo de menos. Por todo ello, el insulto y el descalificativo más burdo es el camino más corto para unos propósitos que sobrepasan en no pocas ocasiones los principios constitucionales sobre los que se asienta la democracia de este país.

Los mensajes de Vox se pregonan, por sus dirigentes políticos o medios de comunicación afines, esto da igual, cargados de verdades supremas que nadie puede ni debe cuestionar bajo la seria advertencia de que caerán sobre los valientes herejes las diez plagas de Egipto o poco menos. Eso es precisamente lo que este lunes le ocurrió a la compañera periodista de La Sexta, Cristina Pérez, cuando realizó una pregunta a la diputada Macarena Olona.

Ejemplo de manual

La dirigente ultraderechista podía haber contestado o no dentro de su libertad para hacerlo, pero decidió tomar el camino más corto y amenazar directamente a la periodista, al mensajero de la información. De ese modo mataba dos pájaros de un tiro. Ejemplo de manual de una formación amante de la pelea en el fango. El señalamiento a periodistas y el veto de acceso a sus actos de los profesionales ‘incómodos’ son tácticas repetidas sistemáticamente por Trump, Orbán o Bolsonaro en sus respectivos países. Logran un efecto euforizante entre sus fieles y, al mismo tiempo, señalan la línea divisoria entre el bien y el mal, que ellos marcan unilateralmente. Es lo que tiene ser la mano ultraderechista de dios.

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