El Cholo tiene razón y molesta

01 de Octubre de 2024
Actualizado a las 20:39h
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El Cholo tiene razón y molesta

Si usted es una persona normal, que utiliza todas las células cerebrales —vamos que no es mononeuronal— y se molesta en analizar las cosas en su contexto, entonces pensará que las palabras del Cholo Simeone tras el derbi son razonables. Porque, como decía Louis Althusser, cada situación requiere su análisis. No vale, como el nacionalmadridismo hace, aplicar un receta, un discurso tal y sacar una conclusión sin contextualizar, analizar y conocer qué es y bajo qué condiciones se ha llevado a cabo tal acción.

El puritanismo postmoderno, no solo el wokismo sino esa manía de toda la clase dominante en configurar un marco moral para dominar a las demás clases, establece que hay millones de cosas que no se pueden decir, que no se pueden hacer o no se pueden pensar. Ataca a la libertad de expresión y pensamiento por sus cuatro costados. Solo cabe actuar, hablar y pensar bajo los parámetros de la moral puritana postmoderna. Se busca y persigue a cualquiera que se salga de ese marco de imposición moral hasta llegar a la cancelación o la prisión. Por ejemplo, los delitos de odio no son más que una parte de ese puritanismo porque, como tales, no quedan perfectamente definidos sino que son configurados por los buenistas dominantes cada vez. Eso sí, como toda clase dominante o perros de presa de esa clase, a ellas y ellos no se les puede aplicar ese marco moral.

Ahí es donde Simeone ha dado en el clavo. Es asumible que lanzar objetos, sin impactar, a los jugadores sea un hecho condenable. De hecho el entrenador rojiblanco lo denunció con dureza aunque se evite esa primera parte de su discurso para tergiversar sus palabras. En la lógica del puritano postmoderno todo debe ser sacado de contexto para que no haya un análisis lógico, una búsqueda de la verdad, un lenguaje alternativo y crítico. Y en eso el nacionalmadridismo es experto. Hay que condenar los lanzamientos y expulsar a los cafres, pero también aplicar esas mismas reglas morales puritanas a quienes provocan los altercados. Son como esos mierdecillas que montan la bronca, especialmente en grupos ultras, y salen corriendo en cuanto comienzan a llover hostias.

Courtois no celebró el gol de su equipo, legítimo aunque moleste a la hinchada del Metropolitano, si no que se encaró con la grada haciendo el gesto de “a mamar”, más todo lo que soltó por esa bocaza. ¿Es correcto según las reglas puritanas ese comportamiento? No. Ergo debería ser castigado. El problema es que es un protegido de la coalición dominante, sector futbolístico, y a él se le perdonan los desmanes pues, por no se sabe bien qué mérito, se considera exento. Es como cuando Adolf Hitler decía a los suyos que se forrasen e hiciesen todo lo que deseasen pero sin que les pillasen in fraganti. En este caso el señor de Pío XII les permite hasta que les pillen dando una patada en los huevos a un contrario. Hasta ahí ha llegado el ser maligno a controlar el sistema.

Existe en el reglamento un artículo, su número 93, que permite sancionar a los jugadores que inciten al público, algo que el madridista presidente del CSD, José Manuel Rodríguez Uribes, debe haber olvidado cuando ha arremetido tan solo contra los aficionados. Normal que el político, filósofo del Derecho, siga la senda postmoderna, vive de ello, pero el analista que se precie debe pensar toda la situación como solicitaba el maestro francés.

La Liga del señor Javier Tebas, personaje que se rebla (como buen aragonés sabe lo que significa la palabra) en cuanto no le tocan la caja personal, piensa denunciar dos mil millones de canciones e insultos que se profirieron durante el derbi. Para hacerlo, lo primero, es necesario que e ajusten a la realidad. No es «el madridista, hijo de puta, su puta madre por el culo lo disfruta» sino «Llega la peste, llega el madridista, con esos cuernos que saltan a la vista [por lo de vikingos y ciervos]. El madridista, hijo de puta, el Frente Atlético con su muerte disfruta».

Puede no gustar pero, cuando menos, no es llamar “maricón” a Pep Guardiola en el Bernabéu. Lo primero es un insulto, lo segundo un delito de odio ¿o no, señores puritanos? Parece que no porque se aplica la regla del poderoso y su subterfugio ideológico. De hecho, de suceder algo siempre sucede con 19 equipos de La Liga, mientras que uno siempre se libra de sufrir el buenismo reglamentario y de los medios de control comunicativo.

El fútbol es el último reducto, como dice un amigo, de tribalismo humano. Es el lugar donde cualquiera puede somatizar en grupo sus frustraciones personales o profesionales. Ese currito que echa 60 horas en una oficina y que ve en el árbitro a ese jefe presentista. Esa comunión donde las personas más diversas se unen sin cortapisas y de forma voluntaria. Porque ser de un equipo de fútbol es voluntario —salvo un amigo de mi hermano cuyo padre le encerró en el baño hasta que se hiciese del Real Madrid— , es emotivo, es romántico, es todo lo que la postmodernidad detesta. Son núcleo de rebeldía, momentánea pero rebeldía, y de unión en pos de un bien común. Y esto del bien común, por mucho que se diga, es el concepto maldito para el puritanismo. Más cuando a ello se suma la imparcialidad, la justicia y la libre competencia.

El mal no puede permitir eso y entre esas instituciones del mal (el Estado, los lobbies, los financieros…) está el Real Madrid. Verdadero Anticristo social, cuyo katejón se encuentra sentado en el banquillo del Metropolitano (el Ratzinger del fútbol patrio). Cualquier lucha contra el mal, contra el buenismo que representa, contra su postmodernismo, su elitismo conseguido gracias a capitalismo de amiguetes (el peor tipo de capitalismo, el más malvado), su imperialismo mental, es necesario. No cabe rebelión, solo sometimiento a la moral y deseos de la clase dominante postmoderna. Y esto pasa en el fútbol y en la vida, no vayan a pensar otra cosa.

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