Ya desde la Q3, última ronda de la clasificación, en el Gran Premio de Singapur la tensión sabía tornado algo casi intolerable. No sólo para los pilotos, también para los aficionados, incluso para el más lejano y desinteresado espectador que haya en el mundo.
Max Verstappen consiguió un muy meritorio segundo puesto. Y no menos meritorio fue el séptimo de Fernando Alonso.
Ya desde la salida cualquier pequeño cambio podría implicar una diferencia enorme en el futuro. Si fallaba Norris, si Verstappen conseguía adelantarlo...
No falló Norris, pero la carrera ha tenido el alma del mundo entero metida en un puño. Ese calor. Esa posibilidad evidente de que el cansancio, el cuerpo bañado en sudor, tener que repetir vueltas y más vueltas sabiendo lo que vamos a ver a una velocidad de vértigo... Todo podría haber sido posible. Cualquiera podría haberse estrellado. El mismísimo Lando Norris estuvo a punto dos veces.
Y Fernando Alonso..... Si tuviese un McLaren un Red Bull habría que verlo. Esos cuatro puntos que ha arañado en Singapur saben a victoria y a promesa de futuro.
Tensión permanente. Incluso en el último momento, Red Bull: jugando con su ventaja de contar con cuatro coches y pidiendo a Daniel Ricardo, a quien en teoría van a defenestrar para Austin, que hiciera la vuelta rápida y así le quitara a Norris un punto en el Mundial.
Cuánto se equivocó McLaren en las dos carreras en las que podría haber conseguido que Norris acabase antes que Piastri, su compañero. Catorce puntos perdidos que pueden ser definitivos.
Pero de momento todo está abierto. El Mundial está magnífico. Incluso a Antonio Lobato se le ha pasado por completo el aburrimiento que al principio de temporada parecía estar a punto de tumbarlo.
Mención especial merecen George Russell, Charles Leclerc, Carlos Sainz y Nico Hulkenberg.
Todos nadando en sudor, todos divinos.
Tigre Tigre