Está todo allí. La historia entera del automovilism. Ese rojo Ferrari que lo inunda todo. La pasión con la que viven los tifosi cada gran encuentro anual. La antigua pista peraltada al modo de los óvalos de Indianápolis al lado de la pista moderna en la que se alcanzan velocidades más altas que en ningún otro circuito.
Y los rebufos. La clasificación es el coche y la clasificación son las manos del piloto, pero en Monza hay que añadir el alibí de los rebufos.
Ha sido apasionante hoy la clasificación por partida doble. En primer lugar en sí misma, porque cualquiera parecía podía acabar primero. Aunque al final hayan sido los McLaren, Norris, y a continuación un Mercedes. Pero no era solo el presente lo que se jugaba, también está el juego el futuro. El campeonato mundial. Si la carrera acabase con los pilotos en el mismo orden que en la clasificación a Max Verstappen empezaría a complicarsele la vida.
Claro que Max es enorme. Quizá tan enorme como Monza. Pero en la Fórmula 1 no basta con ser enorme, y eso lo demuestra el muy enorme Fernando Alonso, que por supuesto, estamos acostumbrados y lo damos por supuesto, siempre vence a su compañero de escudería, pero que sin el coche necesario no tiene ninguna posibilidad prácticamente de ganar las carreras. Aunque todo se andará y ya veremos lo que pasa en Monza el año que viene.
Mientras tanto rojo Ferrari, mucha historia y muchas almas de pilotos sobrevolando el circuito. Toda la emoción. Y los aficionados del mundo entero pendientes de lo que vaya a pasar mañana en cuanto se enciendan los semáforos y hasta que caiga la bandera.
Tigre Tigre