Nunca me ha sonreído directamente. Nunca he llegado a hablar con ella. Yo la conocía por referencias. Me impresionaba el temblor de Antonio Lobato cuando se refería a la primera piloto española en pilotar un Fórmula 1. Su amiga. Alguien que le removía por dentro.
Nunca había pensado en conocerla ni escribir sobre ella. Hasta que conocí a a su padre. A su padre y a su madre. El dolor de su madre. El milagro que hacía -hacer- su padre todo el tiempo, en todo momento. Porque María de Villota está viva dentro de Emilio de Villota.
Suele ser al revés. Los padres siguen viviendo a través de los hijos. Los hijos, que dicen las mismas palabras que escucharon de niños, qué han heredado los gestos, las costumbres, pero también los miedos y los sueños y los sentimientos.
Eso es lo normal. Que un padre siga viviendo en su hijo. Pero para que llegue a suceder en dirección contraria: que un hijo, que una hija, siga viviendo en su padre o en su madre, tiene que suceder algo extraordinario, y también es necesario que ese padre o esa madre sean extraordinarios.
Extraordinaria, y no solo terrible, fue la muerte de María de Villota. El eco de su sonrisa debajo del parche en el ojo después del accidente. Y extraordinario también es Emilio de Villota. Y puedo dar fe de ello porque yo conocí a María, ahora conozco a María, a través de él, dentro de él. La siento.
La siento viva. Su espíritu indomable. Su valor. Su deseo absoluto de seguir siendo y existiendo.
Hace mucho que quería escribir estas palabras. Pero las palabras vienen cuando quieren cuando se trata del corazón y los sentimientos. Al menos una docena de veces he escrito un ensayo de este artículo pero nunca he estado ni de lejos satisfecho. Hoy estaba viendo la serie basada en la vida de Ayrton Senna y me ha venido a la memoria, sí, a la memoria, María. Y he cogido el teléfono y me he puesto a dictar.
María de Villota sigue entre nosotros. No como algo que pasó, simple recuerdo. Sino de otra manera que en realidad no puede explicarse con palabras, aunque yo, que soy un hombre tan optimista como ingenuo, lo estoy intentando en este momento.
Hola, María. Es un placer sentir tu sonrisa y dedicarte este texto.