Todo vale en el amor y en la guerra, sentencia el dicho popular. Y también todo vale en el automovilismo, en la F1. Recordemos como Ayrton Senna le quitaron un campeonato y todos los puntos. Y muchas más miserias articuladas en los despachos que no nos vamos a molestar en recordar.
Los pilotos, lógico, están dispuestos a hacer cualquier cosa para ganar a sus rivales, pero los equipos están incluso dispuestos a más.
En el último Gran Premio de Canadá el equipo del Toro Rabioso denunció a George Russell, afirmando que había frenado de modo inadecuado detrás del coche de seguridad para perjudicar a Max.
Russell demostró sin ningún problema que había frenado únicamente para mantener la distancia con el coche de seguridad, y que si había mirado por los retrovisores, las cámaras controlan hasta eso ahora mismo, era únicamente para conocer la posición de Max y evitarle cualquier daño posible.
En suma, que George Russell se comportó en todo momento como un gentleman, un caballero inglés, y los de Red Bull como unos macarras tramposos.
El precio para Russell y los suyos fue perder cuarenta y cinco minutos en una discusión que no estaba justificada, amén del prejuicio que causó a miembros de Mercedes que perdieron sus billetes de avión y tuvieron que salir en el vuelo siguiente.
Max Verstappen es un piloto fabuloso, no necesita de trampas ni mentiras, ni porquerías de ningún tipo, para luchar por el Mundial.
Opinamos que deberían ponerle una multa ejemplar a Red Bull por su actitud torticera y dolosa.
Ya sabemos que echan mucho de menos a Adrián Newey, y que sin él, a pesar de las magias de Max, no tienen ninguna posibilidad de ganar el campeonato Mundial de constructores.
Christian Horner, el capo del Toro Rojo denunciado por conducta sexual inapropiada, actitudes chulescas, claro maltrato a Sergio Pérez y demás historias, empieza,
-y lo lamentamos -a oler mal.
Tigre Tigre