A través de la pantalla del televisor, y mucho más aún cuando una carrera se ve directamente en el circuito, la sensación del peligro real que sufren los pilotos no se transmite de ningún modo al espectador.
Verstappen en Suzuka, Japón, en 2025, ha engrandecido aún más su leyenda.
No sólo ha ganado la carrera, sino que según todos los técnicos y especialistas, los dos coches que han quedado detrás de él y con los que ha compartido podio, los McLaren, eran superiores al suyo.
En la época de Fangio y el marqués de Portago, por citar a los hispanoparlantes más destacados de aquel entonces, las manos del piloto eran algo fundamental, y hasta se podía empezar una carrera en un coche y acabarla en otro, como aún sucede en las motos.
Sin embargo hoy en día en la F1, el excesivo peso de la máquina -ya sucede hace muchos años- ha lastrado la verdad esencial del deporte del motor: la importancia del jinete, del piloto.
Max Verstappen ha ganado en Suzuka y se ha puesto a un solo punto de Lando Norris en el campeonato mundial por inteligencia, habilidad y estrategia. Pero la posibilidad de poder apoyarse en la inteligencia, en la habilidad y en la estrategia la consiguió el sábado cinco de abril de 2025 a base de echarle huevos.
Porque cuando consiguió, sin ser el más rápido absoluto en ningún sector, la inolvidable vuelta que le iba a permitir salir en pole position, el holandés, según ha confesado, pensó nada más y nada menos que en cinco ocasiones que iba a estrellarse, que estaba yendo demasiado al límite. Y la posibilidad de estrellarte, aunque seas Max Verstappen, aseguro al lector, que da miedo. Todo el miedo.
Max Verstappen: más fuerte que su coche, más fuerte que su miedo.
"Durante la vuelta final de clasificación cinco veces creí que iba a estrellarme"
Son sus palabras. Más allá de la simpatía o antipatía de los fans o los haters, el mundo entero debería quitarse -ante el gran Max- el sombrero.
Tigre Tigre