Está el mundo de la Fórmula 1 absolutamente alucinado con Max Verstappen, y no porque haya ganado su cuarto campeonato del mundo, que eso ya se sabía y se daba por descontado, sino porque de repente ha resucitado.
QATAR. Penúltimo Gran Premio de la temporada. Dos carreras. Una de diecinueve vueltas al Sprint, y la convencional el domingo.
En la clasificación para la carrera Sprint Verstappen queda sexto. Y en la carrera, en la Sprint al día siguiente, octavo.
-Claro, Verstappen ya tiene su cuarto mundial y todo le importa un pito.
Esa era el sentir general. Y de repente llega la clasificación para la carrera del domingo, un George Russell inspiradísimo y un Norris muy crecido tras cederle la victoria en la carrera Sprint a su compañero Óscar Piastri, y nadie duda que la pole va a ser cosa de alguno de ellos. O quizá de un Ferrari. Pero de Verstappen no, desde luego.
Y sin embargo es que sí. A Verstappen le abren las tripas del coche después de la carrera Sprint -no hay "parque cerrado"- y algún ingeniero inspirado -¿está Adrián Newey en Qatar?- mueve un poco los destornilladores por aquí por allá y... ¡Zás! ¡Max resucita!
Nadie puede creerse lo que está sucediendo. Tampoco Max, que ya se había descartado a sí mismo tanto para la pole como para la victoria en la carrera del.
Huele a Newey, muchísimo; pero de momento nadie ha podido confirmarlo.
Porque la Fórmula 1 está llena de manos negras y fantasmas. E igual que unos dedos han hecho algo dentro de las tripas del Red Bull otros dedos, dedos de comisario de la FIA, han decidido quitarle un puesto en la clasificación a Max para que George Russell salga el primero. Y me cuentan que podría haber un golpe de efecto increíble justo antes del Gran Premio de Abu Dhabi. En cuanto sepamos más por aquí lo contaremos.
En cualquier caso: qué grande Max Verstappen. Para quitarse el sombrero y romper en aplausos.
Tigre Tigre