Voy a comenzar por el final. Al cabo ya todo el mundo sabe el resultado del partido. Pero el final del gran duelo, de la Gran Pelea de Gallos en el Corral de Roland Garros, no es Carlos Alcaraz dejándose caer sobre la pista, ni los abrazos, ni siquiera los ocho puntos sobre diez posibles que le ha sacado a su adversario en el super tie break.
El final está en el otro lado. En la cara del perdedor. En la cara de Jannik Sinner. No voy a buscar la imagen para reproducirla aquí, pero sí explicar todo lo que cuenta su rostro: la derrota, la incredulidad, algo que se ha roto por dentro. Sinner mira sin ver, porque mira hacia dentro. ¿Cómo es posible? No había perdido ni un solo set en todo el torneo. Hasta al mismísimo Novak Djokovic le había ganado por 3-0. Y con Alcaraz iba a suceder lo mismo: tenía tres bolas de partido al final el tercer set, y el servicio a su favor. Estaba hecho. Todos los seguidores del joven genio, de Alcaraz, ya habían tirado la toalla.
Hemos perdido.
Pero él no. Alcaraz no había tirado la toalla. Es más, se había agarrado a raqueta y se había contado a sí mismo que era capaz todavía de ganar el partido.
Y en efecto. Salva las tres bolas de partido y gana el siguiente juego; en blanco, si mal no recuerdo.
En el cuarto set el hombre derrotado e incapaz de creer o comprender lo que ha sucedido, iba por delante una vez más. Pero, también una vez más, el Niño Milagro le da la vuelta a todo y consigue igualar el partido a dos sets.
Es entonces cuando Sinner, el Pecador, el Dopado, que según muchos se merecería haber cumplido un castigo mucho más largo, deja de ser un robot y comienza a quejarse, a poner caretos, y a jugar con sorprendente creatividad y genio. Ahora es el italiano quien remonta. Y Carlos Alcaraz está perdido de nuevo. Todos sus seguidores comienzan a mirar al suelo. Yo también: miro hacia abajo, no tenemos nada que hacer.
¿No?
Se ríe el chiquillo que entrenaba de niño con la raqueta en una mano y un bocadillo en la otra. Acaban de ganarle un juego al blanco estando él al servicio. Y Sinner va a aplastarle hasta reducirle a cero.
¡Ataquemos de nuevo!
Cinco horas y cuarenta minutos.
Alcaraz ha sido muchos Alcaraz a lo largo del partido. Ha estado ausente y muy concentrado, se ha sentido inferior y superior, pero -y ahí se apoyan su genio e ingenio- en ningún momento ha perdido la fe en sí mismo.
Victoria impresionante y revalidación del título de Roland Garros. Un montón de estadísticas cayendo a su favor. Sus padres, su equipo, desbordados de felicidad, pero -al igual que Sinner, aunque desde el otro lado,- también con dificultades para creérselo.
Se dice que cuando alguien da dinero a todo el mundo es una "gallina de los huevos de oro". Carlos Alcaraz entraría dentro de esa definición, sólo que él no es gallina, sino gallo, y los huevos de oro no significan dinero sino una de las tres CES de las que le enseñó su abuelo.
Podríamos contar muchas más cosas pero aquí nos paramos. Pronto empezará Wimbledon. Sigue creciendo la leyenda. El Mito del Palmar.
Tigre Tigre
y Excelsior