Tienes veintiocho años, eres el jugador número 12 del mundo, sí, el número 12 del mundo, y un chaval, un puto chaval, de 22 años no simplemente te gana un partido importantísimo para ti, en los cuartos de final de Roland Garros, sino que además en el primer set no te deja hacer ni un solo juego, ni siquiera con tu servicio. En el segundo set el chaval de los cojones, el niñato ese del Palmar, te concede un único juego y te gana el set por 6-1.
No puedes evitar pensar que en el fondo le has dado pena y no ha querido meterte otro rosco.
En el tercer set te rebelas, y consigues llegar al cuatro iguales. ¡Y ya, se acabó! Una vez más piensas que el Genio del Palmar ha estado jugando contigo como lo hace un gato con un ratón: le habías durado demasiado poco rato y tenía ganas de seguir dándote zarpazos. La prueba de ello es que el último juego te lo gana en blanco.
Es duro, crudo, el momento de subir a la red los dos al final del partido para darse palmaditas en la espalda.
-Has jugado muy bien, felicidades.
-Tú también.
Sí, tú también has jugado muy bien,
!leches! ¡Pero si ni siquiera has tenido una oportunidad de break en todo el partido, ni una sola!
Veintiocho años, número 12 del mundo, y un puto chaval te hace esto.
Es como para ponerse a mear, y no echar ni gota.
Tigre Tigre