Estuve viendo el partido hasta las 5 de la noche, cuando perdía dos sets a cero, y francamente pintaba muy mal.
A Alcaraz le sientan muy mal los encuentros contra los jugadores "malos" (malos entre comillas, como acabo de poner y por supuesto, porque a ese nivel en verdad no hay jugadores malos). Es evidente que ni se los estudia ni prepara los partidos, y que además -es natural porque así es o debería ser- los afronta como un simple trámite para batallas más importantes.
Ya le ha pasado demasiadas veces, pero hasta la fecha nunca en un Grand Slam.
Estaba cabreado consigo mismo y pensando en lo que no tenía que pensar. De otra manera el tercer set lo habría ganado y habría ganado también el partido.
Las manos juntas en gesto de perdón para que le viese el público de Nueva York y el público del mundo entero que este año se queda sin un deseadísimo espectáculo de cara a los últimos encuentros en el US Open.
Desolado el equipo. Desolado Alcaraz. Desolado el público.
Tampoco es que el Muro del Palmar jugase muy mal. Tuvo muchísimos buenos puntos y en verdad se notaba que se esforzaba. Pero para un rival ver a un Alcaraz vulnerable es un caramelo en la puerta de un colegio. Un regalo. Y Van de Zandschulp -que llevaba una temporada patética y estaba pensando en retirarse del tenis- comenzó a relamerse y a soñar a partir de los primeros puntos del primer juego cuando vio que Alcaraz jugando con lo mejor de sí mismo en aquel momento no era capaz de derrotarlo.
Ha sucedido. No hay vuelta atrás. Carlos Alcaraz tiene cuatro Grand Slam en su haber y ha sido el número 1 más joven de la historia (precisamente en el mismo escenario y hace apenas un par de años, tras ganar en Nueva York).
Es inverosímil. No podemos creerlo. Alcaraz ha vuelto a derrotar a Alcaraz en beneficio de un contrario.
Costará volver a levantar la cabeza. El mundo entero se siente desolado.
Carlos tiene que volver a permitirse ser Carlitos. En ti confiamos, bro, tío, hermano.
Tigre Tigre