Un espectáculo en sí mismo. El tío más impertinente del circuito. Cómo se movía. Lo que decía. El tono chulesco y vacilón. Los tatuajes...
Desde aquí le apodábamos el Joker. Con él siempre estaba garantizado el espectáculo, y habría sido bonito verle ganar en Wimbledon a Djokovic y hacerse con un Gran Slam. Pero a pesar de su saque prodigioso no es tan grande.
Aun así nos gusta y cae bien. Tiene personalidad, algo que se echa de menos en la época moderna en todos los campos y actividades donde el rodillo del todos iguales aplasta a quien es diferente.
Tuvieron que operarle de una muñeca en dos mil veintitrés porque sentía dolor incluso abriendo una puerta o cogiendo las bolsas del supermercado. El tenis de fuerza que se practica hoy día tiene un precio. Hay quien se dopa, como el Pecador, y quien se rompe.
Nick Kirgios había llegado a cuartos de final en Indian Wells dos veces en ediciones anteriores.
Esta vez ha caído en las rondas eliminatorias. Ni siquiera ha sido capaz de terminar el partido. Y se ha puesto a llorar.
El niño terrible del tenis mundial se ha puesto a llorar. Niño. Siempre niño.
Probablemente ya jamás podrá volver a luchar contra los gigantes de la raqueta.
Le quedará el consuelo, como al maravilloso Roberto Carretero, de seguir sobrevolando el circuito ATP y comentar.
Tigre Tigre