135 millones de dólares, 1068 partidos ganados, 92 títulos conseguidos.
No es cualquiera el tenista que salta a la pista para enfrentarse a Dominique Thiem en el torneo de Brisbane. 250 puntos ATP. Australia.
No es cualquiera, e irradia energía. Brincando. Muy en forma. Rejuvenecido. Las expectativas son enormes. La precaución antes de echar las campanas al vuelo también es enorme. Nadie sabe lo que va a pasar. El mundo entero mira, conteniendo el aliento.
Cuando Nadal en 2001 entró por primera vez en el ranking ATP ocupaba el puesto número 811. Sale a pista en Brisbane el dos de enero de 2024 siendo el número 672 del mundo.
El primer set está igualado y cada jugador conserva su servicio sin problema; hasta que alcanzan el punto crítico, la igualdad a 5. Sólo puede quedar uno. Y Rafael Nadal se dice a sí mismo que ese uno tiene que ser él.
Pisa el acelerador y consigue su primera bola de ruptura y de set. El austriaco la salva. Y también salva la segunda. Y la tercera. Pero la cuarta ya no. Rafael Nadal se lleva el primer set en su primer partido de regreso a las pistas. Y en el segundo set ya empieza implacable. Le rompe el servicio a Thiem en el primerísimo juego.
A partir de ese momento Dominique Thiem siente que tiene enfrente a un gigante, a un rival grande como una montaña.
Porque lo es. Porque Nadal en el primer partido de su regreso es otra vez un gigante. El más gigante. Su rival solo es capaz de hacer un juego en el segundo set.
6-4. 6-1.
Se revuelve incómodo en su asiento Novack Djokovic. El maldito Nadal es capaz de volver a ganar Grand Slams. El irreductible Nadal. Si aguanta, será el gran favorito en Roland Garros.
Rafael Nadal, igual que Fernando Alonso, decidido a ser más fuerte que la edad.
La temporada 2024 empieza a ponerse interesante desde ya.
Tigre Tigre