El pulso arancelario entre Estados Unidos y China, lejos de apaciguarse, ha desencadenado un terremoto en el comercio internacional. La imposición de nuevos aranceles por parte de la Administración estadounidense ha obligado a muchas empresas a replantearse de forma urgente su red de proveedores. En este nuevo mapa global, Europa emerge como uno de los grandes ganadores.
Según el informe The Great Trade Rearrangement del McKinsey Global Institute, la Unión Europea podría ver incrementadas sus exportaciones a Estados Unidos y China en casi 200.000 millones de dólares, gracias a un reajuste masivo en las rutas comerciales provocado por el encarecimiento de las importaciones chinas y las tensiones geopolíticas persistentes.

Cuatro caminos para un mismo problema
Las empresas estadounidenses, enfrentadas a barreras arancelarias sin precedentes, tienen pocas salidas: reducir las importaciones, sustituir productos por equivalentes, impulsar la producción nacional o reorganizar la cadena de suministro buscando nuevos países proveedores.
Esta última opción —la reorganización o rearrangement— es la que está ganando más peso. Para entender su viabilidad, McKinsey ha desarrollado un índice que han bautizado como coeficiente de reorganización, que mide la dificultad de sustituir importaciones desde China por productos similares procedentes de otros países.
Cuanto más alto es este coeficiente, más difícil resulta encontrar alternativas viables. Un valor superior a 1 significa que el volumen que Estados Unidos importa desde China supera al que el resto del mundo exporta en ese mismo producto. Es el caso, por ejemplo, de las tierras raras, materiales críticos para fabricar baterías, coches eléctricos o turbinas eólicas.
Europa se convierte en el centro de gravedad comercial
Uno de los hallazgos más relevantes del estudio es que Europa se convierte en pieza clave del nuevo rompecabezas comercial. Sus exportaciones a Estados Unidos podrían aumentar drásticamente —hasta 200.000 millones de dólares— al cubrir el vacío dejado por las importaciones chinas. Pero también aumentaría su dependencia de las exportaciones chinas, que llenarían el hueco dejado por los productos europeos ahora redirigidos a EE. UU.
Esta doble función —exportadora hacia EE. UU. e importadora desde China— coloca a Europa en una posición estratégica, aunque también vulnerable si no gestiona bien su política comercial. Según Olivia White, directora del McKinsey Global Institute, “si Europa no actúa con rapidez, podría ver comprometida su autonomía productiva en sectores clave”.

¿Y América Latina? ¿Puede aprovechar esta oportunidad?
Latinoamérica también aparece en el radar. Hasta 70 países podrían incrementar sus exportaciones a Estados Unidos en más de un 10 % como efecto colateral de esta reorganización global. Países como México, Brasil o Colombia podrían convertirse en proveedores atractivos, especialmente en sectores donde ya cuentan con experiencia o capacidad instalada.
Sin embargo, la posibilidad de que América Latina salga beneficiada no es automática. Dependerá de su capacidad para competir en calidad, precio y rapidez de adaptación. La región tiene una oportunidad histórica para reducir su dependencia de materias primas y apostar por manufacturas de mayor valor añadido.

Otra vía que contempla el informe es que Estados Unidos decida utilizar parte de su producción nacional para sustituir las importaciones chinas. Según McKinsey, podría redirigir hasta 180.000 millones de dólares en bienes que antes exportaba hacia el consumo interno. No obstante, esto requiere reconstruir capacidades industriales dormidas, como en el caso de los microchips, y enfrentarse a costes laborales más altos, lo que limita esta opción a sectores estratégicos y de alto valor añadido.
Los productos que más preocupan
El informe señala que el 35 % de las importaciones estadounidenses desde China tienen un coeficiente de reorganización muy bajo, lo que facilita encontrar alternativas. Pero un 5 % de los productos son prácticamente irreemplazables en el corto plazo. Aquí entran bienes tan comunes como ordenadores portátiles, teléfonos móviles o ciertos medicamentos biológicos.
En estos casos, el coste para el consumidor estadounidense podría dispararse si no se encuentra un nuevo proveedor rápidamente. De hecho, se estima que solo con dejar de importar portátiles de China, Estados Unidos tendría un déficit de suministro de 26.000 millones de dólares.

El comercio ya no será como antes
El nuevo orden comercial no se define únicamente por la economía, sino por la geopolítica. La era del “todo se produce en China porque es más barato” está dando paso a un modelo más fragmentado, donde las empresas buscan proveedores más alineados políticamente con sus gobiernos. Esta tendencia, conocida como friendshoring, abre oportunidades para unos y genera incertidumbre para otros.

Europa, de momento, está bien posicionada. Pero como advierte Olivia White, “esto no va solo de aprovechar un momento; va de prepararse para un mundo donde los intercambios comerciales serán más volátiles, más costosos y más estratégicos”.
Las empresas, los gobiernos y los ciudadanos deberán adaptarse a esta nueva realidad. Porque el comercio global, como lo conocíamos, ya está en proceso de reorganización. Y nadie quedará al margen.