El verano trae sol, descanso y una excusa casi universal para hacer las maletas. Es la temporada de las escapadas, de reservar hoteles frente al mar y dejar que el ritmo del trabajo se disuelva con las olas. Pero también es, para muchos, la época en la que la tarjeta de crédito se convierte en compañera inseparable. ¿El problema? Lo que comienza como alivio puede terminar como carga. Porque sí, financiar el descanso suena bien, pero las cifras no siempre perdonan.
¿Más playa, más deuda?
Según datos recientes del Banco de España, durante los meses de julio y agosto, el uso de tarjetas de crédito para gastos no esenciales aumenta más del 30%. Y el grueso de ese gasto está relacionado con ocio, viajes y compras estacionales. Desde billetes de avión hasta cenas en restaurantes turísticos, pasando por souvenirs, alquileres de coche y entradas para parques acuáticos, la facilidad del pago sin efectivo parece anestesiar el control presupuestario.
No se trata solo de gastar más. Se trata de hacerlo sin mirar, o mirando solo lo bonito del momento y no el extracto del mes siguiente.
Estudios advierten que una de cada tres personas que usan tarjetas para financiar sus vacaciones termina acumulando intereses por más de tres meses. Lo que parecía un descanso financiado se convierte en un estrés prolongado.
El espejismo de los "pagos aplazados"
Pagar a plazos parece una solución inofensiva. “Divide tus vacaciones en cómodas cuotas” suena tentador. Lo vemos en las webs de viajes, en los comparadores de hoteles y hasta en apps de alquiler. Pero ese “cómodo” aplazamiento suele esconder tipos de interés elevados que, combinados con la inflación y otros gastos mensuales, hacen crecer la deuda más rápido de lo que crecen los recuerdos del viaje.
Aquí está el verdadero filo del arma: cuando el verano se termina, los pagos siguen. Y con ellos, la ansiedad de un presupuesto comprometido para septiembre, justo cuando toca volver al colegio, al trabajo y a la rutina.
Compras veraniegas
En verano todo parece justificarse: ropa ligera, gadgets para la playa, maletas nuevas, auriculares inalámbricos “para el avión”, gafas de sol que prometen estilo y protección. El entorno turístico, además, potencia la sensación de “me lo merezco”.
Y claro que te lo mereces. Pero la pregunta clave es: ¿tu presupuesto también lo aprueba?
Las compras impulsivas aumentan exponencialmente en entornos vacacionales. Se gasta más cuando estamos relajados y sin prisa. Y se gasta más si se paga con plástico. De hecho, diversos estudios de consumo indican que usar tarjeta de crédito en lugar de efectivo incrementa el desembolso medio por compra entre un 15% y un 25%.
¿Y si dejamos la tarjeta en casa?
No literalmente, pero sí mentalmente. Es decir, darle el valor de lo que realmente es: una herramienta, no un salvavidas. Puede ser útil en emergencias, para acumular puntos o acceder a promociones exclusivas. Pero no debe ser el método por defecto para financiar el verano.
¿Una alternativa? Planificar las vacaciones en función del presupuesto disponible, no al revés. Parece básico, pero en la práctica, pocos lo aplican. Según encuestas recientes de portales como Rastreator o Kelisto, más del 40% de los españoles no planifica un límite de gasto antes de salir de vacaciones.
Señales de alerta para no caer en la trampa
Aquí van algunas señales que conviene tener en el radar:
- Si estás aplazando varias compras de un mismo mes, probablemente tu gasto ha superado tu ingreso.
- Si pagas solo el mínimo mensual de la tarjeta, el resto acumula intereses rápidamente.
- Si recurres al crédito para gastos básicos tras el verano, tu equilibrio financiero puede estar en riesgo.
Identificar estas señales no es rendirse, es prevenir. Es tomar el control antes de que la deuda lo tome por ti.
El descanso no debería tener factura a largo plazo
La playa es para disfrutarla, no para pensar en cuotas. El hotel debe ser un espacio de descanso, no de arrepentimiento financiero. Y las tarjetas de crédito, bien usadas, pueden ayudarte a gestionar mejor tus recursos, no a enterrarte en intereses.
Entonces, ¿vale la pena usar la tarjeta en vacaciones? Claro que sí, si se hace con cabeza. Pero si se convierte en el salvoconducto para vivir un verano por encima de nuestras posibilidades, puede arruinarnos más que cualquier ola gigante.