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En la nueva normalidad

José Miguel Ruiz Valls
José Miguel Ruiz Valls
Licenciado en derecho por la UNED. Cambió el oficio de abogado por el de escritor tras más de 20 años de práctica forense. Autor de los libros de ensayo "Todo Tiene Una Razón" y "Todo Al Revés”.
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análisis

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Este sábado pasado me detuvo la guardia civil. ¿El motivo? El juzgado quería notificarme una multa por haberme negado a usar mascarilla cuando obligar a usar mascarilla era inconstitucional. El caso es que unos policías locales quisieron obligarme, yo me negué y a eso la juez lo llamó “resistencia a la autoridad”. (Sí, aún después de que el Tribunal Constitucional declarara ilegales los estados de alarma).

¿Tanta historia para notificar una multa? Pues paciencia, que no ha hecho más que empezar. Al parecer, lo intentaron por correo y, al ser devuelto por el cartero, me pusieron una requisitoria. El protocolo es el mismo para quién viola a una mujer y para quien se niega a acatar normas ilegales, actuando en legítima defensa.

Lo curioso es que un día antes fui yo a denunciar al presunto acosador de una anciana que conozco y pensé que me llamaban para comunicarme alguna novedad. Fíjate que sorpresa cuando oigo – Está usted detenido-. Y me enseñan las esposas, y me las ponen, y me hacen esperar, casi una hora, a la abogada de oficio. Yo les digo ¡No hace falta! pero ellos dicen que, si te das de baja en el colegio, dejas de ser abogado de verdad. Si, seguro que si le quitaran a usted su número de guardia civil dejaría de saber disparar.

Tres números estuvieron, todo ese rato, rellenando papeles, triturándolos y volviéndolos a rellenar. Me leyeron dos veces mis derechos, a pesar de que uno de ellos dio por hecho que, como abogado, los había escuchado cientos de veces ya. -Mejor vamos a lo seguro, que igual la jueza se mosquea, que ya ha dicho que es un número mágico lo que convierte a tontos, como yo, en abogados de verdad… Cumplamos bien el protocolo, no sea que se le cruzan los cables y nos toque volver a empezar.-

Terminado el papeleo, unos veinte kilómetros, en su coche, a toda velocidad, hasta un lugar en el que me hicieron fotos, me tomaron huellas, y me preguntaron si tenía tatuajes. ¡No por Dios! (Me pregunto qué harán con los que se hayan tatuado el culo pero, al mismo tiempo, no lo quiero ni pensar). Una vez reseñado, cuarenta kilómetros en sentido contrario, hasta la sede judicial. Allí, la abogada esperando, el funcionario esperando. -Firme usted el recibo y ya se puede marchar-. Entonces los números me quitaron las esposas, me devolvieron la cartera, y juntos nos fuimos todos a disfrutar de un merecido fin de semana primaveral.

Al final, nada importante, es algo que le puede pasar a cualquiera en esta “nueva normalidad”.  -Espero no volver a verle– se despidió el guardia que demostró mayor humanidad. Fíjate que fue un gran cumplido (A Maki, por contra, le decían -Espero verte pronto-, cuando salía del penal). Tuvo que suceder, todo lo que cuento, para poder comprender que esas no son buenas maneras de notificar. Tal vez ahora, gracias a esto, para beneficio de todos y también del “medio ambiente”, alguien lo pueda mejorar.

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1 COMENTARIO

  1. Durante la imposición mascarófila en los transportes, hubo un momento en que la gente dejó de usarla en metro, ferrocarril, bus y tranvía de la zona metropolitana de Barcelona (no es casual que coincidiese con el hecho de que los turistas no llevaban bozal -España era el único estado de la UE que lo imponía a esas alturas-, y se les permitía a ellos no llevarla, con los consiguientes reproches a vigilantes, revisores, y demás miembros de la «gestapo de balcón» del transporte público urbano).

    Un día, teniendo yo que ir a un hospital de un pueblo cercano al mío, fuera de Barcelona, quise acceder al autobús, cuando ví que la conductora me hacía gestos y se negaba a abrir la puerta. Le pedí que abirese para poder oírla; subí sin más y le pregunté qué ocurría; me exigió la mascarilla, a lo que yo le contexté que estaba exento, que además no se podía obligar a nadie a llevarla, que de hecho nadie la llevaba ya en el transporte, y que precisamente yo iba a un hospital por el mismo motivo de salud que hacía no recomendable usar mascarilla.

    La conductra mantuvo parado el autobús mientras se enzarzaba en un debate político conmigo, conminándome a ponerme la mascarilla, o si no «no arrancaba». Volví a insistir en que ese no era problema mío, que no se me podía obligar a llevarla, que nadie puede imponer una medida sanitaria obligatoria y que, además, yo estaba exento, y que tampoco se me podía exigir la presentación de la exención nadie que no fuese médico colegiado.

    La conductora llamó a sus superiores, mientras el pasaje se impacientaba, y ella pretendió echarme a mí las culpas, a lo que tuve que advertirle que estaba incurriendo en delito de odio por decir eso.

    Sorprendemente, desde la empresa concertada de transporte ya habían llamado a los mossos, que se presentaron en ese momento.

    Me pidieron amablemente que bajase del autobús para poder explicar lo que ocurría, (cometí el error de hacerlo, cuando debería haber alegado, por mi minusvalía, que subiesen ellos, porque yo debía sentarme, y no moverme del autobús).

    Una vez abajo, les solicité que identificasen tanto al vehículo como a la conductora, a lo que me contestaron «que ya lo habían hecho» (cosa que no ví que hiciesen).

    Hicieron seguir el autobus, y establecieron conmigo otro discurso político, que zanjé sin más al explicarles los fundamentos de derecho que me asistían y que me daban la razón en que nadie me podía obligar a llevar mascarilla, ni impedirme la libre circulación y acceso a medios de transporte.

    Los policías, en tono siempre correcto, hilvanaron un relato entre político y de secta religiosa, que concluyeron diciendo que la empresa de la concesión de transporte «tenía su política que había que respetar».

    Y así quedó retratada la situación: una conductora negligente, colabirando con su empresa al cometer delitos contra derechos fundamentales, y dos policías comportándose como control de acceso de discoteca nocturna barriobajera.

    Y yo pagándoles el sueldo a todos ellos.

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