España en estado de alerta: la crispación provocada por Vox genera una situación similar al 23F

14 de Septiembre de 2020
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Mani 12sept

Los populismos de extrema derecha se alimentan de la desgracia de los pueblos y, a partir de sus consecuencias, crean un programa que presentan a una ciudadanía que sufre. En España el discurso de Vox está calando más de lo que se puede pensar y las palabras que sus dirigentes lanzan desde los púlpitos oficiales o desde las redes sociales son acogidas por personas que, hasta este momento, se mantenían en una atonía respecto de la política o que defendían ideologías totalmente antitéticas a lo que representan los ultras.

Para la extrema derecha su máxima es el «cuanto peor, mejor», sobre todo cuando las situaciones límites vengan provocadas por la falta de recursos, incluso para sobrevivir, de las personas.

La crisis del coronavirus está provocando una situación social límite. En España, ni siquiera durante la recesión provocada por el crack de 2008, se habían visto las colas ante los bancos de alimentos o de los comedores sociales que se están produciendo en la actualidad. Ahí es donde entran los discursos populistas que ofrecen a esa ciudadanía que sufre soluciones rápidas a través de la aplicación de sistemas de propaganda basados en las teorías de Joseph Goebbels. Ahora, además, los ultras cuentan con un arma muy poderosa para transmitir su mensaje populista: las redes sociales y el big data que son herramientas para transmitir su mensaje de odio y sus soluciones populistas.

Cuando una persona está desesperada, acepta ayuda, venga de donde venga. Por eso no debería sorprender que en países como Francia, los verdaderos nichos de apoyo del Frente Nacional de Marie Le Pen se encuentre en los barrios más pobres donde son mayoría franceses de tercera o cuarta generación de la migración magrebí.  ¿Inmigrantes votando a un partido racista? Sí, porque las soluciones que proponen están basadas, precisamente, en lo que la ciudadanía quiere oír. El problema está en que, cuando los ultras logran la victoria, no tienen reparos para reconocer que han mentido, como ocurrió con Nigel Farage tras ganar el referéndum del Brexit.

Es España el crecimiento de Vox en las últimas convocatorias electorales debió despertar las alarmas de los partidos democráticos porque no hay 3,6 millones de fascistas. Sin embargo, ese fue el número de personas que votó a Santiago Abascal. Si hoy hubiese elecciones, posiblemente se produciría un incremento de los apoyos a los ultras en los barrios más populares de España, precisamente los que más están sufriendo las consecuencias de la crisis del coronavirus cuando aún no se habían recuperado de la de 2008.

Vox sabe que necesita pescar votos entre la gente que tradicionalmente votaba a los partidos progresistas y eso solo lo puede lograr en los barrios de la clase obrera, los que más están sufriendo. Por eso necesitan generar crispación y hacer ver que los actuales gobernantes no tienen soluciones para su situación. Por eso han creado una especie de sindicato aprovechándose de la pasividad de las tradicionales que no están sabiendo estar a la altura a la hora de acometer problemas que afectan a toda la clase trabajadora. Por eso necesitan calentar la calle en las semanas previas a la moción de censura anunciada para que las palabras de Santiago Abascal tengan una mayor penetración entre las víctimas de esta crisis.

Para lograr crear una sensación de falsa desafección, la ultraderecha convocó una manifestación en Madrid en la que se juntaron más de 3.000 personas. Allí se reclamó la dimisión del «gobierno social-comunista» y se culpó de la situación actual al Ejecutivo de Pedro Sánchez. Todo el acto estuvo enmarcado con toda la parafernalia de la extrema derecha, con la apropiación de los símbolos nacionales. La manifestación fue convocada por la Plataforma Pedro Sánchez Dimisión y, partiendo desde la Puerta del Sol, hizo un recorrido que terminó, cómo no, en la Plaza de Colón, el lugar que ya se ha convertido en un símbolo para los ultras, como durante el franquismo lo fue la Plaza de Oriente.

La desafección y crispación que está generando la extrema derecha está alcanzando niveles que no se conocían en España desde los meses anteriores al 23F. Poco a poco su mensaje de odio y de desprestigio de las instituciones está calando aprovechándose de las consecuencias sociales de la crisis del Covid19, un virus que está engordando a otro virus, el de la extrema derecha.

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