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España necesita tres sustos

06 de Febrero de 2018
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susto
Este país ha fracasado como sociedad. No estamos muertos, no necesitamos descargas eléctricas en el corazón, pero estamos colaborando voluntariamente en nuestra ruina. Ni estamos hipnotizados, por eso no basta un chasquido de dedos, porque no somos ingenuos e inocentes. Lo que estamos es “amodorrados”. La modorra sobreviene por comer heces de perro. Es decir, de ingerir mucha mierda del amo. Los borregos ven, al perro, más amo que al hombre. Aquí, el pastor que carea, es más bien el IBEX35. España es un país desorientado dando vueltas sobre sí mismo, eso sí, con la cabeza muy alta, el cerebro blando y las patas paralizadas. Sea la cosa catalana, la corrupción, el desmantelamiento de lo público, la pérdida de calidad democrática y alimentaria…vueltas y vueltas a lo mismo, pero siempre el tertuliano de partido, con la cabeza alta, mirando las estrellas de una patria que se inventa, y haciéndonos dar vueltas y vueltas a lo mismo. La modorra humana requiere de sustos que espabilen, pero el susto ha de ser gordo.El primer susto que necesitamos es la desaparición, sin aviso, de las mujeres. Al estilo del libro sobre la ceguera de Saramago. Un de repente, sin fecha prevista de recuperación. No un 8 de marzo, simbólico, reivindicativo, con el riesgo de volverse gala de premios donde todo se mezcla y donde al final corremos el riesgo de crear fiestas de la banderita, o del abanico. No. Que desaparezcan. Un mes, mejor que una semana. Ellas juntas, en un lugar inaccesible para los hombres, y por tiempo suficiente para valorar la pérdida. Y no volver hasta que en verdad se sienta lo todo de iguales que tenemos. Es decir, cuando nos hayamos convencido que, aun siendo únicos, no queda otra que consagrarnos a los demás. Y así saber que el varonil fracaso de esta sociedad sólo se resuelve mediante el altruismo femenino, el que lleva a consagrarnos también con los animales que sufren o puedan extinguirse. No hablo de volvernos solo buenos, cosa imposible, sino de adquirir conciencia de la complejidad humana y advertir en nosotros, y en los otros, cuándo, el egoísmo, puede más que el altruismo, o cuándo, un exceso de altruismo, destruye nuestra persona o nuestra sociedad. Con ello, por ejemplo, a más de la violencia de género, quedarían desvitalizadas las muelas nacionalistas bajo cualquier bandera, y los racismos.Segundo susto, que nadie vuelva a responder a las encuestas y a la publicidad (que es una encuesta sobre nuestras necesidades para crearnos otras). Vivimos en un país anumérico. Es una tarea titánica, por ejemplo, intentar explicar las probabilidades de la lotería de navidad al que se empecina en buscar un número bonito. Cuanto más, hacerle ver que la cifra del PIB es incalculable, pues de entrada se necesita que ninguna empresa mienta en sus balances (como para calcular el PIB en esta España Opaca). Y aunque se hiciese sobre datos objetivos, a nadie se le escapa lo fácil que son de manipular los números, si uno no es anumérico. No hay que contestar a las encuestas porque es como jugar a las cartas enseñándolas. Ofrezcan los partidos sus posiciones y me obligue yo a valorar lo que me conviene: ya diré con mi voto. Las encuestas inducen a que seamos de equipos ganadores: a ser acríticos. Respecto a la publicidad, si no tenemos ingresos para garantizarnos entretenimiento televisivo sin cuñas publicitarias de veinte minutos, al menos tiremos del botón de “mute” y tengamos, una revista o libro, a mano, mientras vuelve lo que estábamos mirando. Quince minutos al día, es un libro a la semana, cuatro al mes, cuarenta al año, por 30.000.000 de posibles lectores, son mil doscientos millones de libros leídos en un país, que nos vendría bien para casi todo.Tercer y definitivo susto, que los jóvenes se interesen por la historia de este país. Hay conferencias en YouTube, libros amables casi policiacos, ensayos mordaces y atrevidos, estremecedores documentales, relatos tremendos, y al alcance de cualquiera. Porque, sin que nos reconozcamos, es imposible ser sujeto en una sociedad y participar, con conocimiento de causa, en sus decisiones.La demencia colectiva debe terminar. Dejemos de ser juguete y juguemos cada cual nuestro tablero. Afanémonos en mejorar. Cuestionemos la realidad que hemos conformado nosotros mismos para eludir el compromiso de significarnos. Espantemos la modorra junto a los otros. Estamos a tres sustos de recuperarnos. No se deje.
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