Dicen que las Canarias están siempre una hora detrás, pero en el viaje a Lanzarote he comprobado que esto no es así exactamente...
Quien ha paseado por el increíble Jardín de Cactus, sabe que allí, el tiempo se para en un paréntesis difícil de definir, basta con ponerte bajo uno de los majestuosos ejemplares, para comprobar que no somos nada. Seres increíbles que te divisan desde lo alto ofreciéndote una sombra, pero como les pasa a los erizos, la mala fama ya la llevan de serie y su aspecto causa tanto respeto que sólo pueden recibir el abrazo de fakires. El sol nos dió tregua enviando a su amigo el viento para hacernos más agradable el paseo por el planeta de las formas con espinas, donde te encuentras tambores que no te atreves a tocar o pepinillos gigantes imposibles de saborear. Mientras tanto, ellos siguen allí pensando, qué graciosos estos diminutos paparazzis sorprendidos con tanta belleza.
César Manrique nos dejó también otro espacio mágico donde no existe el tiempo, los Jameos del agua es la fase final de restauración de lo que fue un vertedero, así que sabiendo lo que era, disfrutas de su belleza mucho más. Piedra negra con agua cristalina en la oscuridad y en la luz, acompañados por el eterno verde y una salida de la cueva espectacular. Un regalo para los sentidos.
Hay un lugar en la isla donde retrocedes en el tiempo varios siglos y te imaginas la invasión de piratas, que seguro nada tendrían que ver con la imagen de Orlando Bloom o Johnny Deep. Los cañones en Arrecife ya nos contaron que su llegada no era bienvenida porque se acompañaba de raptos, robos y no quiero saber que más...así que los pobres isleños tenían que refugiarse en algún lugar, y la salvación la encontraron en la Cueva de los Verdes. En la visita guiada descubres los misterios de la misma que no te puedo contar, porque su tránsito perdería parte del encanto.
El recorrido por Timanfaya te lleva directamente a otro planeta, como también viví en el Teide de Tenerife. Imaginar que bajo tus pies la tierra decide, impone bastante. El 1 de septiembre de 1730 según el cura de Yaiza que fue testigo, el volcán entró en erupción y durante 6 años se sucedieron temblores intermitentes que provocaron chorros de agua salada grises de hasta 30 metros de altura. La última vez que sacó su rabia fue en el lejano 1.824, así que, mientras el bus serpentea entre montañas, espero que haya meditado lo bastante como para transformar su ira en calma sin ocasionar sobresaltos y no puedo evitar, recordar cómo sobrevolamos los volcanes en Tongariro (Nueva Zelanda) con la misma sensación.
Y del fuego apagado, al agua que hierve con fuerza chocando contra las rocas para recordarte, que esta isla tiene vida propia y no debes asomarte mucho en Los Hervideros, sin embargo, quiere que disfrutes de ella en playas increíbles como la de los Papagayos donde la transparencia te invita a llevarte recuerdos fresquitos para soportar mejor el regreso.