domingo, 12mayo, 2024
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Hacia el abismo

Jesús Ausín
Jesús Ausín
Pasé tarde por la universidad. De niño, soñaba con ser escritor o periodista. Ahora, tal y como está la profesión periodística prefiero ser un cuentista y un alma libre. En mi juventud jugué a ser comunista en un partido encorsetado que me hizo huir demasiado pronto. Militante comprometido durante veinticinco años en CC.OO, acabé aborreciendo el servilismo, la incoherencia y los caprichos de los fondos de formación. Siempre he sido un militante de lo social, sin formación. Tengo el defecto de no casarme con nadie y de decir las cosas tal y como las siento. Y como nunca he tenido la tentación de creerme infalible, nunca doy información. Sólo opinión. Si me equivoco rectifico. Soy un autodidacta de la vida y un eterno aprendiz de casi todo.
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análisis

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Las calles, abarrotadas de gente, esperan la cuenta atrás como si fuera un acontecimiento épico. Hace años que la nieve no hace acto de presencia por estas latitudes, y además, cada vez es más habitual que a estas alturas del año, la gente disfrute de la calle si no en manga corta, con un pulóver o una chaqueta fina. Los escaparates lucen sus mejores galas como las novias que saben que son el centro de atención del momento. Con la cuenta atrás se inaugura la vorágine. El buenismo penetra en los corazones de las personas como el café que disuelve el azucarillo para camuflar su amargor. El consumo se desenfrena y los comercios hacen su agosto en pleno mes de diciembre.

Euquerio ha salido del hotel con su señora y sus dos chiquillos a ver el espectáculo. Se han gastado alrededor de cuatrocientos euros en un fin de semana en el que, coincidiendo con esa última moda comercial traída del centro del imperio, el Black Friday o viernes negro, el alcalde de Vigo ha tenido la genial idea de apretar el interruptor que inundará la ciudad de luz, con cientos de miles de bombillas, arcos lumínicos y guirnaldas varias con el único fin de convertirse en el centro informativo del país y competir con otros de su misma calaña en una espiral de estupidez y gasto superfluo que le reportará cientos de votos fáciles de sus encandilados ciudadanos que olvidan las miserias, el paro, el coste de la vida y que como Euquerio y su familia, reportan pingues beneficios a los hosteleros y comerciantes de la ciudad.

Euquerio es un madrileño bien entrado en la cincuentena. Casado en segundas nupcias, con dos hijos en plena pubertad, y una esposa veinte años más joven, es abogado en un despacho laboralista. Atrás quedaron los años de trabajar casi gratis, de partirse los cuernos peleando hasta quitarse horas de sueño por los derechos de sus representados, trabajar tardes en el sindicato y los sábados y domingos voluntarios en la asociación de vecinos. Entonces tenía veintipocos, muchos sueños, mejores ideales y cero preocupaciones. Luego llegó un matrimonio con su compañera desde la facultad, los hijos, las discusiones, los malos rollos, el echarle en cara que apenas si veía a sus retoños y que, para él,  eran más importantes los demás que su propia familia. Luego el divorcio, y la vida cuesta arriba, la pensión y el volver a empezar. Un antiguo conocido de la facultad, al que se encontró un día por la calle, acabó contratándole para su despacho al que le faltaba precisamente un buen abogado especialista en derecho laboral. Más tarde, el tonteo con Remedios, la secretaria, los encuentros furtivos en el baño, las noches de hotel, la declaración oficial de amor eterno, la boda en segundas nupcias con casi cuarenta años y los dos retoños cuando casi debería ser abuelo.

Euquerio sigue pensando que es un señor de izquierdas. Porque, a veces, las menos, sigue defendiendo a los trabajadores despedidos, aunque cada vez defiende más a los empresarios despedidores. Porque es socio de la Cruz Roja a la que aporta diez euros todos los meses. Porque cuando le piden comida en las campañas de recogida para el banco de alimentos, él contribuye generosamente. Porque en su casa tiene cuatro cubos de basura en los que recicla desde el papel, al vidrio pasando por el plástico y los residuos orgánicos. Porque tiene un coche híbrido y ha instalado unos cuantos paneles solares en el tejado del chalet adosado en el que vive.

No hace ni diez días que tuvo un altercado con un pobre que pasa las noches librándose del relente en el cajero de la oficina cercana a su casa, a la que acudió a las once de la noche a sacar dinero para pagar al de Uber que le había llevado a casa y al que no le funcionaba el datáfono. No es que el pobre se metiera con él. Es más, cuando entró Euquerio, el desharrapado abandonó el cajero esperando pacientemente hasta que el abogado acabara. Y sin embargo a Euquerio le molestó simplemente el hecho de que estuviera allí, ocupando el cajero y el mal olor fue la excusa que encontró para discutir con él y llamar a la policía.

Lleva a sus hijos a un colegio privado porque, aunque él es abogado gracias a que pudo estudiar en la pública y a las becas, no quiere que sus hijos se junten con cierto tipo de gente venidas de otras culturas, y además el esfuerzo para ellos es menor y así, desde pequeños, van haciendo amistades que les puedan resolver el futuro.

Euquerio es un tipo moderno que usa Uber en lugar de taxi, que pide comida a domicilio aunque fuera esté lloviendo a mares, que utiliza Aliexpress, aunque deteste que China se haya hecho con la mayor parte de la economía mundial. Euquerio tiene un seguro de salud familiar de trescientos euros, y no ve con buenos ojos que la sanidad pública esté en huelga.

A Euquerio no le ha hecho ni la más mínima gracia la parodia de Polonia TV sobre el vídeo casposo de promoción de Madrid, porque para él, aunque es muy de izquierdas, las cañas y el vermú son lo mejor de Madrid.

*****

Hacia el abismo

Leo en climática de La Marea que Saadia Zaahidi, en el foro de Davos, ha anunciado que este año, por primera vez, el 80 % de los participantes han declarado tener una visión «muy negativa del futuro a corto y largo plazo». Creen que la crisis climática y ecológica, no se está resolviendo como debería en el contexto de la guerra de Ucrania y que, «no se resolverá en los próximos diez años». Y aunque la palabra que tanto nos gusta «DECRECIMIENTO», no se ha pronunciado como tal, en este informe, se habla de una serie de catástrofes que el capitalismo sólo será capaz de superar reduciendo la demanda y acogiéndose a la economía circular. Si el capitalismo no es capaz de dejar de sobreexplotar, de contaminar y de hacer negocio con bienes de primera necesidad como el agua, la humanidad se extinguirá con el capitalismo. Para venir de Davos, que no son precisamente ni comunistas ni ecologistas, la situación está bastante clara y es determinante.

Y sin embargo, todos los titulares de la mediocre prensa española, se hacían eco esta semana de un dato macroeconómico con nula o escasa repercusión individual como que el PIB de España haya crecido un 5,5 % en 2022. Y para colmo lo rematan con un “a pesar de la subida de precios, o de la guerra de Ucrania”. Y obvian que este dato se obtiene gracias a los salarios de miseria, a los contratos que han dejado de ser por días para ser fijos discontinuos (que es casi lo mismo), o a que no es la guerra de Ucrania sino la de USA contra Rusia, que además nos está empobreciendo cada minuto, mientras llena los bolsillos de empresarios y especuladores. Porque la cuestión está en ser complaciente con el sistema y dar palmas con las orejas.

Por mucho que digan los informes económicos de Davos, por mucho que personas con la cabeza bien amueblada como Antonio Turiel o Antonio Aretxabala, insistan en que el decrecimiento, el reparto de la riqueza y la protección de los recursos naturales sea la única forma de que podamos tener un futuro como sociedad, seguimos paso a paso, con rumbo fijo hacia el precipicio.

En «agraria» la feria agrícola llevada a cabo esta semana en Valladolid, se ha seguido hablando de la «mejora» de los regadíos, cuando de lo que se debería hablar es del abandono de cientos de hectáreas cultivo basado en transvases y en la esquilma del agua subterránea en aquellas zonas dónde la lluvia no se conoce ni por los libros. De no aumentar continua y exponencialmente el número de hectáreas de regadío en un país dónde casi ya no llueve y dónde la nieve se ha convertido en el recuerdo de la niñez de los que estamos a punto de entrar en la sesentena.

Por su parte, el gobierno más progresista de la historia de España, el que dice apostar por la paz enviando tanques a Ucrania y haciendo lo posible para que la guerra siga eternamente, acaba de aprobar un nuevo transvase de agua desde un Tajo cuyo caudal ecológico está totalmente destrozado. Y aunque prometen una reducción paulatina de los mismos, para contentar a sus colegas de otras comunidades como la valenciana, la murciana o la andaluza, dónde también se vota y los políticos tienen que vivir, han prometido más agua procedente de las desalinizadoras. Lo que van a hacer con los residuos tampoco parece importar.

Pero, con todo, lo peor somos nosotros los ciudadanos. Los que seguimos creyendo que nuestras vidas están unidas como siamesas  a la economía y que esta sigue dependiendo de que en el desierto murciano y almeriense se sigan sembrando tomates para llevar a Alemania o el Reino Unido. Los que siguen creyendo que la psicodelia lumínica salida de la cabeza de un imbécil, cuyo gasto energético no podemos permitirnos, es muy bonita y no hacen mal a nadie y además producen beneficios económicos. Los que siguen creyendo que necesitamos un aeropuerto en cada ciudad y que viajar en avión es un derecho y es sostenible. Los que siguen creyendo que el petróleo es infinito, que el gasóleo es eterno y que desplazarse diariamente en coche provocando atascos interminables, horas de sufrimiento y gasto de gasolina es inevitable porque la economía no se puede parar. Los que creen que reciclar en casa para que las empresas de recogida hagan el agosto y acaben mezclando y tirando al vertedero lo que no es negocio, es ser ecologista y resuelve los problemas de la contaminación del medioambiente. Los que siguen comprando cerezas en diciembre, fresas en agosto o uvas en abril. Los que siguen creyendo que los servicios públicos tienen que ser negocio. Los que creen que la libertad consiste en tomarse una caña en una terraza en la calle en pleno mes de diciembre y para no quedarse momificados, es indispensable una estufita de gas en la cabeza. Los que siguen creyendo que abrir el grifo y que salga agua es algo superado que nunca va a fallar y los que tienen incrustado en el cerebro que para evitar inundaciones hay que dragar los ríos y que todo el agua que acaba en el mar es agua desperdiciada. Los que creen que los apartamentos en primera línea de playa se mantienen solos (agua, basuras, electricidad, etc.). Y los que, sin ser millonarios, creen que la solución a cualquier debate es el optimismo, pero no por progresía, si no porque, como el avestruz, es mejor no afrontar los problemas del bien común.

Acabo de leer que el General Pavel, gana las elecciones en la República Checa. Otro ultra liberal. Otro del hijoputismo.

¿Cómo vamos a generar futuro si la población sigue creyendo que consumir y malgastar recursos es indispensable? ¿Cómo vamos a generar cambio si seguimos confiando los gobiernos a quiénes defienden la guerra, el expolio, la contaminación y la privatización hasta del agua? ¿Cómo vamos a mejorar nuestras vidas si seguimos escuchando a los mismos predicadores televisivos, sin ningún tipo de objeción?

Estamos sentenciados. Leía el otro día este estupendo artículo sobre el fin del imperio capitalista. Es inevitable que este sistema de hijoputismo tenga los días contados. Pero, tenemos cada vez más papeletas para que con el sistema se vaya también la humanidad. Al menos tal y como la conocemos.

Salud, ecologismo, decrecimiento, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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