Hasta mañana

14 de Mayo de 2020
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Faltaban cinco minutos, así que medispuse a buscar un jersey; fuera hacía frío. Salí a la terraza y comencé ajuntar las palmas de mis manos con fuerza; el aplauso no estaba orquestado,pero sí acompañado de otros muchos, produciendo un cálido sonido que llenabalas calles desiertas.

Busqué con inquietud la dulce sonrisa de esa vecina del edificio deenfrente, cuyo nombre naturalmente no conocía. Pelo canoso, con nietos –imaginé- esperando abrazarla, afrontaba el momento con sumejor sonrisa, alentando a todo el vecindario. Iba saludando con un gesto de bienvenidaa las nuevas incorporaciones en las ventanas, y generando la satisfacción, almenos en mi caso, de haber recibido su atención aunque fuese un segundo. Habíagritos de “bravo”, música de fondo, sirenas en la calle… pero la protagonistaera ella. Pasados unos minutos, movía las dos manos despidiéndose “hastamañana”, y la orquesta entendía que la melodía había terminado.

Había ocurrido sin más, el mundo, nuestro mundo se quedó en pausa. Niconciertos, ni partidos de fútbol, ni reuniones de amigos, ni comidasfamiliares, ni cervezas en las terrazas, ni presencia en la oficina, ni ni ni…

Nos encontrábamos en la burbuja de nuestras casas, siguiendo de cercala batalla que se estaba librando fuera. ¿Qué batalla? Los malos eraninvisibles a simple vista; solo algunos podían conocer de cerca al enemigo. Habíanestudiado, investigado y trabajado muchos años con otros rivales: más mortales,más nocivos y más fuertes. Este enemigo era un nuevo reto: sabía cómo ir de unlado a otro, conseguir más soldados que se unieran sin saberlo, sin quererlo,víctimas que contribuían como un rival más.

Mientras algunos estudiaban al enemigo, otros tenían que combatirlo. Yel mismo botón de pausa en el resto del mundo, activó el botón de inicio en lasnuevas líneas de contención. Personas que hasta el día anterior acudían a sulugar de trabajo habitual para ejercer una profesión, una vocación. Se quitaronla bata y se pusieron el uniforme, dispuestos a luchar. Con el corazón comoprincipal arma.

Vimos que también los buenos tenían fuerza, mucha fuerza. Porque labatalla se libraba en múltiples lugares, cada uno encontraba su modo decontribuir, y también los buenos conseguían soldados. Muchas manos, muchas piernas,y muchos corazones, muchos corazones juntos.

El resto teníamos que participar de una forma más sencilla, perotambién nuestra aportación era importante. Solamente debíamos quedarnos en casay dedicar unos minutos a nuestros valientes: aplaudirles, aplaudirles y aplaudirles.Esos aplausos también eran muchos corazones juntos, y se decían muchas cosassin palabras.

Pararon los últimos aplausos rezagados, y el silencio se adueñónuevamente del vecindario; mi principal tarea del día, aquella que másalimentaba mi espíritu, mi esperanza, mi fuerza, había terminado. Faltabanveinticuatro horas para volver a escuchar ese “hasta mañana” que nos recordabaque algo había cambiado, que ninguno seríamos, quizás, la misma persona.

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