Me gusta vagabundear por mi biblioteca. Los libros no son sólo libros, sino voces que tienen un mensaje que transmitirnos y con las que dialogar. En especial los libros de filosofía. Hace años que voy leyendo a Byung-Chul Han, filósofo coreano asentado en Alemania. Sus libros, aunque no fáciles, son una joya de reflexión y análisis, a menudo crítico, del mundo actual, tan complejo y trepidante que nos avasalla y nos deja demasiado saturados de estímulos de todo tipo. En estos días dí con “Infocracia”, un ensayo sobre la digitalización y la crisis de la democracia.
Lo que quiero destacar entre lo mucho que nombra en el libro, es que la democracia actual se ve amenazada, no ya por las grandes corporaciones, sino por el hecho que la racionalidad argumentativa y discursiva que es la base y esencia de la democracia ha sido substituida por una comunicación afectiva de la racionalidad digital, “donde no son los mejores argumentos los que prevalecen, sino la información con mayor potencial de excitación”. Si demo-cracia era la aspiración a que el poder estuviera basado en una comunidad de personas capaces de argumentar en el espacio público sus anhelos y actitudes, la info-cracia es el poder en manos de quien tiene la información, información que se transmite de forma continuada y nos aturde en una infodemia. La información no va dirigida a la razón (que presupone tiempo y capacidad argumentativa) sino que va dirigida al “afecto” y al impacto en nuestras emociones. No pasa por lo racional.
Este cambio de paradigma de la comunicación tiene consecuencias que sólo ahora empezamos a ver, o siquiera a ser conscientes. Las redes sociales y los smart phones han jugado un papel crucial en este cambio de paradigma pues su misma razón de ser está basada en la circulación de información, previamente seleccionada por los algoritmos, donde el otro desaparece pues se van creando burbujas de información “de lo que me gusta y refuerza nuestras creencias”. Además, “el discurso requiere separar la opinión propia de la identidad propia”, cosa que en la infocracia actual no se da: véase cómo, a la mínima que una expresa una opinión, en seguida carga con “una etiqueta”, en vez de que esta opinión sea cuestionada y se abra el diálogo entre las partes, que tienen pretensión no de demostrar su verdad, sino entre ambos de encontrar una verdad consensuada.
Sólo quería, en este breve artículo, apuntar esta idea: el cambio en nuestras frágiles democracias viene dado por un cambio en la manera que tenemos de comunicarnos, no basada en la razón argumentativa, sino en la digital, donde la información busca la comunicación impactante y la manipulación a través de las emociones y la creación de “tribus digitales”, que creyéndose libres son profundamente manipuladas por los algoritmos y la big data.