Bardella, un señorito del establishment

01 de Julio de 2024
Actualizado el 03 de julio
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¿Por qué se hunde la democracia en todas partes? ¿Por qué los ciudadanos occidentales están votando masivamente a la extrema derecha, que hoy arrasa en Francia, reconquistando el poder para los ultras por primera vez desde 1945 y enviando el macronismo al vertedero de la historia? Toda la prensa gala convencional, los Le Monde, Le Figaro, Libération y Le parisien dedican amplios espacios, artículos informativos y reportajes, columnas de análisis y opinión, a tratar de desentrañar un enigma, el del retorno al oscuro pasado, que tiene difícil comprensión. Por momentos da la sensación de que la flotilla mediática de la democracia –con sus eminentes editorialistas, sesudos catedráticos, politólogos y premios Goncourt– se ve impotente a la hora de interpretar un acontecimiento casi distópico que parecía imposible de concebir.

Sin duda nos hallamos ante un fenómeno complejo que no se puede explicar solo por el miedo a la inmigración, a la crisis económica (con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo de la población) y el odio a la Unión Europea. En las últimas décadas, poco a poco y lentamente, pero sin pausa, la extrema derecha francesa ha sabido rearmarse hasta consumar un triunfo arrollador como el de ayer en las elecciones legislativas. El proceso de “desdemonización” del nuevo fascismo posdemocrático, encarnado en Reagrupamiento Nacional, el partido de Marine Le Pen y de su joven delfín Jordan Bardella, ha sido tan intenso como eficaz. Desdemonizar consiste en quitarle toda la carga de perversidad a los viejos dogmas posfascistas; desdemonizar supone blanquear los símbolos vinculados con el totalitarismo, maquillar las antiguas ideas hasta hacer que parezcan nuevas, blanquear la barbarie a través de la negación de la verdad histórica. Con el tiempo, ambos políticos (Le Pen y Bardella) han conseguido su objetivo: levantar un proyecto político que hace veinte años se antojaba impresentable pero que hoy ya lo compra uno de cada tres franceses.

Bardella, más que su mentora (que viene de una estirpe política de rancio abolengo), es el gran artífice de la nueva extrema derecha gala que hace estremecer a toda Europa. Con solo 28 años y ese estilo de señoritingo engominado y estirado, elitista y envarado, ha logrado cautivar al votante joven. Bardella arrasa porque encarna a la perfección lo que es la nueva sociedad occidental decadente y posmoderna. Un muchacho altivo y engreído de buena familia educado en los mejores colegios parisinos; un nene con aspecto de perfumado triunfador para tiempos frívolos; un pijo redomado que mira por encima del hombro al pobre, a la mujer liberada y feminista, al homosexual y al inmigrante. Puro supremacismo aristocrático marca Luis XVI. Dicen que en lo ideológico adelanta por la derecha a la musa Le Pen (lo cual ya es decir), sobre todo en materia de inmigración, donde está más cerca del racista antisistema Eric Zemmour que del conservadurismo clásico francés.

En toda Europa vuelve a llevarse el perfil Bardella. El típico niñato repelente con gemelos de oro que hasta hace no tanto provocaba rechazo en las masas (y hasta repelús), se ha convertido en el referente, en el icono, en el ideal de nuevo superhombre. La muchachada ultraconservadora, los cachorros del nuevo capitalismo salvaje desmemoriado y egocentrista, lo aman. Ellos imitan su personalidad fría y deshumanizada, su carácter duro y triunfador (vuelve el hombre); ellas (madres e hijas) caen rendidas ante el prototipo de yerno o marido ideal para fundar una familia tradicional, católica, patriótica y de derechas. Las nuevas generaciones de franceses que votan nazismo blando ni siquiera han oído hablar del régimen de Vichy, mucho menos del Mayo francés y la contracultura. Son pequeños individualistas superficiales y codiciosos amamantados en la teta del odio de las redes sociales, entre los falsos filtros de Instagram y los bulos de Twitter. Gente que detesta el racionalismo ilustrado (invocan su propia liberté, que rechazan para los demás, y desprecian la egalité y la fraternité); gente que siente urticaria ante los derechos humanos, ante el compromiso por lo común y la justicia social. Una hornada de racistas embriagados y puestos de Chanel que siente asco por moros y negros.

Bardella es el exitoso producto de laboratorio del nuevo populismo ultra. Tiene para todos en la derecha: capaz de atraer a los más radicales y también al moderado desencantado con el macronismo. Hijo de un acaudalado empresario de París, probablemente un niño retraído al que metieron en una burbuja para que no se le pegara nada del plebeyo magrebí, es hijo de su tiempo. Allí, en San Denis, el departamento con más inmigrantes del país, debían asaltarle las arcadas cuando pasaba cerca de un subsahariano. Así que empezó a darle vueltas, en su cabecita febril, a su particular Solución Final a la francesa, su Teoría del Reemplazo, como él llama a la “plaga islámica”. Pero no solo ha cautivado al voto joven, también al paleto de la Francia rural, al jubilado temeroso de perder la hamaca de su jardín y al obrero de las áreas suburbanas rencoroso con un Macron que le prometió el oro y el moro y solo le traído al segundo. Clases sociales que se sienten abandonadas por los políticos, por las oligarquías, por el establishment, toda esa verborrea que no es más que una fábula para niños inmaduros muy bien contada, pero sin base real alguna. Peones sacrificados por el capitalismo que no fueron a la universidad y que acabaron cayendo, como carnaza fácil, en la trituradora del mercado laboral. Doce millones de franceses han votado ultra, echándose en los brazos de los mismos que escribieron su fracaso. En los brazos de ese joven refinado y amoral de sonrisa taimada y falta total de escrúpulos que va camino de hacer de la gran Francia de las luces un oscuro villorrio de odio y rencor.

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