Las manifestaciones antimonárquicas organizadas tras la muerte de la reina Isabel II han terminado en arrestos policiales, una situación que activistas por la libertad de expresión del Reino Unido han calificado de “profundamente preocupantes”. En los últimos días, la policía de Escocia ha arrestado a dos personas, mientras que en Oxford arrestaron a un hombre, que poco después fue liberado, según informa la BBC. Uno de los casos, el del joven de 22 años que increpó al príncipe Andrés llamándole “viejo verde” por haberse visto involucrado en el escándalo de abuso sexual del magnate financiero Jeffrey Epstein, es especialmente llamativo. Entre tanto, mientras comienzan a formarse las primeras colas de ciudadanos que desean visitar la capilla ardiente de la monarca fallecida, la Policía Metropolitana asegura que la gente “tiene derecho a protestar”.
Las muestras de descontento no quedan ahí. La afición del Liverpool está en el punto de mira de toda Inglaterra después de que pitara el himno nacional inglés durante la final de la FA Cup ante el Chelsea el pasado mes de mayo. Son síntomas evidentes de que algo está pasando en una monarquía, la de la Casa Windsor, que hasta ahora nunca había sido tan popularmente cuestionada.
El pueblo, en general, respetaba a Isabel II, a la que consideraban una más de la familia, casi la abuela de todos a la que la mayoría rendía auténtico respeto y veneración. Su largo reinado, su leyenda de mujer comprometida en los peores momentos de la Segunda Guerra Mundial y su imagen de icono pop, alimentado por el cine y las series de televisión, la habían convertido en el último bastión de una institución que ha pasado por grandes altibajos en las últimas décadas. La muerte de Lady Di, los ecos de racismo en palacio, las informaciones que hablan de maletines y fortunas sospechosamente amasadas, han ido erosionando la imagen de una Casa Real cuya estabilidad ha dependido casi exclusivamente del gancho y tirón popular de la Reina Madre. Hoy, desaparecida ya la figura legendaria de Isabel II, Carlos III no cuenta con la simpatía de la mayoría del pueblo británico y esa desafección se deja sentir mayormente en Escocia e Irlanda del Norte, dos países del Reino Unido que han avanzado hacia el secesionismo independentista. Al heredero de la reina se le ven maneras elitistas, autoritarias, más propias de un monarca absoluto que del rey de una monarquía parlamentaria. Habrá que esperar algunos meses hasta saber cómo van los índices de popularidad y si el dúo Carlos III/Camila Parker es capaz de seducir y encariñar a los británicos. De momento todo apunta a que no es así. El nuevo jefe del Estado tendrá que ganarse el respeto de su pueblo, una labor que no le resultará fácil. Muchos ingleses creen que la muerte de Lady Di, la princesa del pueblo, no fue investigada hasta el final y guarda un cierto rencor hacia la pareja hoy en el trono. “En mi matrimonio éramos tres”, llegó a decir Diana de Gales en una de sus últimas entrevistas. Esa infidelidad de Carlos hacia la elegida, hacia la princesa amada por todos los británicos, aún no le ha sido perdonada al heredero a la Corona.
Libertad de expresión
Así las cosas, el Reino Unido, la democracia más consolidada y añeja de Europa que siempre se ha caracterizado por el respeto a la libertad de expresión, se dispone a vivir momentos convulsos. Que la Policía reprima duramente a los disidentes antimonárquicos, tal como ya ocurrió en España durante la ceremonia de coronación de Felipe VI, no es un síntoma de buena salud de un país que, tras el desastroso Brexit –un referéndum impulsado por los partidos y grupos políticos más conservadores de Gran Bretaña–, vive momentos de dificultades económicas. La inflación está disparada y roza el 10 por ciento, el desabastecimiento no termina de ser superado y falta mano de obra en muchos sectores. En esa coyuntura el descontento popular aflora y cada vez son más los ingleses que reclaman un referéndum monarquía/república al considerar que el tiempo de los Windsor ya pasó.
Ruth Smeeth, directora ejecutiva de Index on Censorship, una organización británica que aboga por la libertad de expresión, criticó los arrestos de manifestantes. “Debemos evitar que este evento se use, por accidente o diseño, para erosionar de alguna manera la libertad de expresión que los ciudadanos de este país disfrutar”, aseguró. Por su parte, Silkie Carlo, directora de la asociación Big Brother Watch, señaló que los agentes de policía tenían el “deber de proteger el derecho de las personas a protestar tanto como el de facilitar el derecho de las personas a expresar su apoyo, pesar o presentar sus respetos”. Hace solo unas horas, la policía se llevó a una manifestante que sostenía un cartel que rezaba “No es mi rey” frente al Parlamento, en Londres, antes de la llegada del rey al edificio. Alrededor de 1.500 militares trabajarán junto con la policía y los delegados civiles para gestionar la gran cantidad de personas que se espera que acudan a Londres esta semana. El nuevo comisionado de la Policía Metropolitana, Mark Rowley, aseguró que su fuerza enfrentaba un "enorme desafío". Reino Unido vive momentos de tensión.