Quizá, después de todo, el final de la especie humana no esté tan lejos como creemos. Cuando un grupo de iluminados es capaz de difundir el bulo de que la nieve es plástico lanzado desde el aire por las siniestras élites de un Estado Profundo con el fin de confinar a la gente en sus casas, y esa disparatada idea cuaja a través de las redes sociales tanto como el hielo que estos días cubre las calles de Madrid, es que ya todo está irremediablemente perdido. Las teorías conspirativas se propagan como un reguero de pólvora por todo el mundo y cada vez son más los incautos que creen que las pizzerías son tapaderas de un poderoso establishment empeñado en controlar nuestras mentes o que Joe Biden es la cabeza visible de una gran trama de pederastia internacional que secuestra niños para beber su sangre en la que estarían implicados los Obama, los Clinton, Bill Gates y George Soros.
Un extraño proceso de estupidización ataca las neuronas humanas hasta destruirlas de una forma mucho más eficaz que el coronavirus, mientras los sociólogos y filósofos se estrujan los sesos tratando de explicar qué demonios le ha ocurrido a ese mono desnudo que un día, no hace tanto tiempo, fue capaz de componer sinfonías, levantar la Capilla Sixtina y enviar cohetes a Marte. Las teorías conspirativas se extienden por doquier, pero el gran foco emisor de esta grotesca epidemia contracultural y antisistema es, sin duda, Estados Unidos de América. Una vez más, los síntomas de la degeneración y decadencia de Occidente nos llegan del país de la comida basura, las armas de fuego y las sectas destructivas financiadas con fondos públicos. Como todo imperio, el yanqui ha entrado en su momento crespuscular, una encrucijada histórica tras más de dos siglos de auge y pujanza que lo llevó a situarse como primera superpotencia mundial. La imagen de las hordas tumpistas tomando el Capitolio por asalto no es más que la consecuencia final de un proceso de agotamiento interior: el que sufre todo imperialismo, ya sea en dos siglos o en mil años de existencia.
Todo lo malo se importa del país de las barras y estrellas y termina llegando a Europa más tarde o más temprano. Por esa razón ahora los españoles, por poner un ejemplo, nos preguntamos cuánto va a tardar Santiago Abascal en sacar a la calle a su División Azul integrada por militares jubilados y reservistas –con apoyo de los escuadristas cayetanos y cacerolos−, para dirigirlos contra el Congreso de los Diputados en una nueva reedición del tejerazo trumpista. Mucho nos tememos que es solo cuestión de tiempo. De momento, la insurrección de Washington, alentada por el propio Donald Trump, va cobrando cuerpo. La toma del Parlamento, sede de la soberanía nacional, ha sido solo el primer paso de un golpe de Estado que estaba perfectamente trazado de antemano. En las últimas horas, el FBI ha alertado al resto de autoridades y agencias federales ante la posibilidad de que se produzcan “protestas armadas” en las diferentes capitales estatales durante los días previos a la inminente toma de posesión del presidente electo, Joe Biden, un acto que tendrá lugar el 20 de enero en la escalinata del Capitolio. El documento policial alerta sobre la existencia de grupos de extrema derecha que en los últimos días están promoviendo un nuevo asalto al Congreso en caso de que Trump sea destituido y sometido a un proceso de impeachment por incitación a la violencia y la rebelión. “Este grupo, identificado también, planea asaltar las oficinas gubernamentales, incluso en el Distrito de Columbia, y en todos los estados, independientemente de si certificaron los votos electorales”, asegura el boletín publicado en un primer momento por la cadena de televisión ABC.
Detrás de este intento de pronunciamiento o golpe de timón están los grupos ultras y paramilitares que se han conjurado para derrocar la democracia tal como hoy la conocemos. Hablamos de movimientos conspiranoicos como QAnon, que ha propalado el infundio de que el país está bajo la amenaza de una invasión comunista y que ha elevado a la categoría de héroe salvapatrias al fatuo Donald Trump. Desde su origen, QAnon ha vivido en los rincones más oscuros de Internet. Ahora los seguidores del grupo, que se hacen llamar “creyentes” (como en cualquier hermandad o secta destructiva) han encontrado su nicho en las redes sociales y en el seno del propio Partido Republicano. Con todo, aunque QAnon pasa por ser el ala ideológica del trumpismo duro, el laboratorio de ideas del que se nutre el magnate neoyorquino para lanzar sus mensajes incendiarios en las redes sociales, no es el más peligroso. A su lado, como auténticos brazos armados dispuestos a llevar a cabo el levantamiento militar, están los Proud Boys, una facción neonazi que el presidente Trump se negó repetidamente a condenar durante su campaña electoral del pasado año. Los “chicos orgullosos” (así se hace llamar esta tropa de fanáticos de las armas y nostálgicos del fascismo) están íntimamente conectados con el supremacismo blanco que desde hace décadas defiende el Ku Klux Klan, la organización racista de los sureños cruzados encapuchados fundada en el siglo XIX tristemente célebre por haber cometido horrendos crímenes contra la población negra.
Pero aún hay más. Tras la crisis provocada por el coronavirus y las protestas contra el asesinato del afroamericano George Floyd a manos de policías blancos, otro inquietante grupo extremista se ha presentado en sociedad en los últimos tiempos. Se trata de los “boogaloo”, una sociedad paramilitar dispuesta a declarar la Segunda Guerra Civil en Estados Unidos con tal de defender las esencias de lo que ellos consideran la gran patria anglosajona norteamericana. A sus integrantes se les reconoce por su pretendido aspecto macho, por el arma siempre al hombro, por sus camisas hawaianas y su poblada barba vikinga. Una vez más, puro fascismo. El objetivo principal de los “boogaloo” es la destrucción del Estado federal estadounidense y da cobertura a movimientos violentos de todo tipo, en los que no faltan antiguos militares y policías descontentos con el sistema. El abanico de pirados y locos por las armas es de amplio espectro y engloba a otras organizaciones como Oath Keepers, Three Percenters, los Ciudadanos Soberanos o el ya citado Ku Klux Klan. La mayoría de estas sociedades secretas se mueven y se comunican entre ellas en lo que se conoce como web 4Chan: el canal que convierte en virales los mensajes de odio de la nueva ultraderecha yanqui. Por descontado, todos abogan por un poder político fuerte, autoritario, fascista, y desprecian la democracia. Como dirían los chicos de la NASA, mayday, mayday,Houston tenemos un problema.